En 1933, el líder del Partido Nacionalsocialista, Adolf Hitler, recibió por parte del presidente von Hindenburg la tarea de formar gobierno. Un mes después de las elecciones, Hitler, cuya fuerza política había sacado casi el 44% de los votos, consideraba necesario contar con más apoyo, y orquestó un atentado contra el Reichstag, el Parlamento de la entonces República de Weimar: alguien intentó incendiarlo y las fotos de la cúpula en llamas llegaron a las masas. Rápidamente, el Partido nazi condenó a Marinus van der Lubbe, un joven comunista, e instrumentalizó este suceso para sentar las bases de la dictadura que vendría después.

Hace un año, en los principales diarios del mundo leíamos sobre un grupo de rebeldes dentro del ejército turco, y luego el golpe; Erdogan que arenga por Facetime desde un teléfono móvil que entra en un bolsillo, y a la mañana siguiente el golpe ha sido desmantelado.

A esto, varias cosas: Recep Tayyip Erdogan, 63 años, sunnita, economista, exalcalde de Estambul y presidente de Turquía desde 2014 por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP).

Desde su llegada al poder, Erdogan intentó e intenta reducir las voces contrarias, limitar el uso de las redes sociales, ejercitar funciones que pertenecen al Parlamento – nada de división de poderes para Erdogan (Erdogan, el que dijo que las mujeres no debían reír en público. El que intentó quitarle inmunidad a los legisladores para perseguirlos si no se alineaban con él.)

Según Human Rights Watch, Erdogan ha demostrado una creciente intolerancia para con la oposición política, las protestas y los medios contrarios, y el Gobierno turco opaca sistemáticamente la independencia del poder judicial. El enfrentamiento entre las fuerzas armadas turcas y el Partido de los Trabajadores Kurdos, PKK, produjo múltiples violaciones a los derechos humanos, entre ellas numerosas muertes de civiles.

Hace un año, Erdogan, el hombre más poderoso de Turquía, sufría un comienzo de golpe de Estado, decía pedir asilo en Alemania que Merkel bloqueó, se dirigía al pueblo vía la pantalla de un teléfono móvil y a la mañana siguiente el golpe era desmantelado. Una persona que le habla a la nación por la pantalla de un celular no controla nada.
¿Tan improvisados fueron los golpistas, que conocen a Erdogan, al arriesgar su vida por un golpe que al final no anduvo? Las medidas inmediatas luego de desmantelar el golpe: separar de su cargo a 2.745 jueces y otros miles de profesionales de la academia.

Y, esta semana, Erdogan prometió ante la masa «cortar las cabezas del os traidores que organizaron el golpe», por si nos quedaban dudas.

Yo creo que esto tiene poco que ver con la respuesta a un real intento de golpe de Estado; creo más bien en un procedimiento típicamente populista que, al igual que el nacionalsocialismo en 1933, es la búsqueda de un motivo para acelerar cambios, por lo general fuera del marco de lo legal, construir una montaña de poder concentrado para gobernar sin las molestias de las instituciones, sin puntos de vista – en fin, sin alternativas.

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