“Andaluces, levantaos. Pedid tierra y libertad”. Así comienza el himno de mi tierra, Andalucía, una región de contrastes, que parece que en los últimos tiempos comienza a despertar de su letargo y que por fin vuelve a tomar la calle, como aquel 4 de diciembre mítico, para gritar a los cuatro vientos que no nos pueden quitar a golpe de recortes lo que hemos conseguido con sangre y sudor en los últimos cuarenta años.

Precisamente la concepción de Andalucía como sujeto político es fruto de las movilizaciones de finales de los años 70 y principios de los 80, con un hito principal: el 4 de diciembre de 1977. En ese día, y en las movilizaciones que culminan con el 28F y la aprobación del Estatuto de Autonomía, el pueblo bajo la consigna de “Tierra, trabajo y libertad”, demandaba más autogobierno y más derecho a decidir sobre los propios recursos.

Desgraciadamente, a partir del referéndum del 28 de febrero de 1980, la desactivación de ese sentimiento nacional de masa se convierte en una prioridad para la burguesía andaluza y del resto del Estado (no en vano, amenazaba con desestabilizar todo el proceso de configuración administrativa de la España post-franquista). De esta forma, el PSOE se encarga de capitalizar con enorme éxito las demandas de soberanía, y tras su victoria electoral en 1982, comienza a bloquear de una forma explícita cualquier desarrollo de las aspiraciones andaluzas.

Por esta razón, para que aquella reivindicación no quede en el olvido, precisamente el 28 de febrero debe ser un día para acordarnos de ese 4 de diciembre donde los andaluces y la andaluzas tomamos las calles para pedir “tierra y libertad”, aquel 4 de diciembre de 1977 en el que un joven malagueño, Manuel José García Caparrós, perdía la vida en aquella manifestación en apoyo del Estatuto de Autonomía para Andalucía.

Desgraciadamente, sigue habiendo “dos andalucías” bien diferenciadas. Una, la que sigue pidiendo en la calle más autonomía, más autogobierno y que no se pierdan derechos sociales, y otra Andalucía de corte institucional, donde la todopoderosa gerifalte y defensora de los acaudalados, Susana Díaz, no se corta un pelo y galardona con la Medalla de Andalucía al director de ‘El País‘, Antonio Caño, pese a que este señor haya desmantelado la edición andaluza de este medio de comunicación en el año 2015 y despedido a la mayoría de periodistas que pertenecían a ella a través de un ERE.

Uno, inocentemente, podría pensar que entregar dicha distinción a este señor es debido al trabajo realizado como profesional al frente de ‘El País’, pero conociendo todo el tejemaneje del señor Cebrián en contra de Pedro Sánchez y su predilección por Susana Díaz, cuesta creerse que este reconocimiento no sea interesado y no tenga que ver con las aspiraciones de Susana Díaz para liderar el PSOE y la difusión propagandística llevada a cabo por este medio a favor de la líder andaluza.

Así estamos en estos momentos. Una Andalucía que grita por no perder sus derechos y otra Andalucía que sólo piensa en mantener sus privilegios políticos. La Andalucía de la calle y la Andalucía del Parlamento, cada vez más separada la una de la otra.

Yo al menos tengo claro del lado de quién debemos estar, de esa Andalucía que Carlos Cano cantaba en ‘La murga los Currelantes’:

Se acabe el paro y haya trabajo,

escuela gratis, medicina y hospital.

Que haya alegría y nunca nos falte,

que vuelvan pronto los emigrantes,

que haya cultura y “prosperiá”.

 

 

 

 

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