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Anatomía de una cagarruta

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análisis

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Desde el 10 de enero del año 2011 en que hizo su aparición en la Sexta “Al rojo vivo” el programa de análisis y debate de la actualidad política nacional e internacional, dirigido y presentado por el periodista Antonio García Ferreras, sus seguidores llevábamos comidas unas cuantas de sus mierdas, pero eran pequeñas deposiciones, cagarrutas de caniche podíamos decir, y nos las comíamos como Divine, la extravagante drag queen underground protagonista de la inolvidable comedia negra “Pink Flamingos” del año 1972, escrita y dirigida por el estadounidense John Waters. Por si alguien no ha visto “Pink Flamingos”, en la última escena, y una de las más polémicas de esta película de culto donde aparece un amplio catálogo de actos perversos montados en planos explícitos, aparece un perrito cagando en la calle y Divine recoge la cagarruta del suelo y se la come como si se tratara de un pastelito Ferrero Rocher. Y este plano es real, sin cortes, por lo cual no hay trucaje posible.

Pero hace unos días, Antonio García Ferreras defecó una mierda tan grande y  extraordinaria, de vaca o de rinoceronte por lo menos, que los televidentes, bastante hartos ya de tanto excremento, nos negamos a ingerirla, y también nos negamos, al menos el abajo firmante, a ver ni un minuto más a él y a su asqueroso programa, con sus tertulianos incluidos. Unos tertulianos que deberían dejar  de participar en él por un mínimo de dignidad, decencia y coherencia. Si siguen yendo es que anteponen el dinero que cobran a su propia honorabilidad, lo que es mala cosa para alguien que vive de su supuesta dignidad y  respetabilidad.

La cosa, bien conocida por todos, arranca con unos audios que todos hemos oído donde Ferreras le dice al comisario Villarejo, uno de los personajes más abominables, deleznables y siniestros, un verdadero príncipe de las cloacas del Estado, que Eduardo Inda, director de “OK Diario” otro ser sin escrúpulos, absolutamente despreciable que, al igual que García Ferreras, se hace llamar periodista, dice que Pablo Iglesias, ex líder de Podemos, tiene una cuenta de 272.000 euros, cobrados del gobierno de Nicolás Maduro, en el paraíso fiscal de las Islas Granadinas. En los audios, Ferreras le dice a Villarejo que habló con Eduardo Inda y le dijo que esto de la cuenta de Iglesias era un tema “muy serio, muy delicado y demasiado burdo” y que no creía que  Iglesias abriera una cuenta en las Granadinas  con su nombre y sus dos apellidos para que Maduro le mande ese dinero. “Joder, son más listos que todo eso” acabó diciendo Ferreras a Villarejo. No obstante, Ferreras, por aquello de calumnia que algo queda, dio a conocer en su programa la noticia de la cuenta de Iglesias. Una noticia que resultó, naturalmente, falsa, como no podía ser de otra manera. Pero lo peor del caso es que Ferreras sabía que era falsa y aún así la difundió para desprestigiar a Iglesias y a Podemos. El llamado “régimen del 78”  no quiere a Podemos porque es un partido que, entre otras cosas, cuestiona la para muchos incuestionable y modélica “Transición”. Podemos sostiene que la llamada “Transición” no lo fue tanto ni para tanto porque se limitó a decretar una ley de punto final, de aquí no ha pasado nada y borrón y cuenta nueva. Cuando debería haber hecho una limpieza a fondo, en profundidad, depurando responsabilidades de tantos y tan graves delitos. Haciendo la imprescindible justicia tanto tiempo postergada  porque, como es bien sabido, hay delitos como el de genocidio, que nunca prescriben. Pero las fuerzas que controlaban y todavía en buena parte controlan el aparato del Estado, el llamado “Estado profundo” no permitió ventilar adecuadamente las sedes de la dictadura, levantar ninguna alfombra, ni abrir armarios ni archivos de ninguna clase, ni hurgar, escarbar, indagar e investigar y menos sacar a la luz pública, ningún documento. Lo único que hizo fue dejar que se pasara un poco el plumero por encima con mucho cuidado de no tocar nada, de no cambiar un solo mueble, un candelabro, un solo legajo de sitio. Y a ese quitar un poco el polvo más rancio le llamaron pomposamente “Transición de la dictadura a la democracia”.

Por esa voluntad de destapar, de abrir, de desatar todo lo que el régimen de Franco había dejado atado y bien atado, el  partido de Pablo Iglesias Turrión no era bienvenido y, desde luego, nada de fiar para el poder real, el poder económico que es el que rige y siempre ha regido aquí, y controlado todo como si de su cortijo particular se tratara. Podemos es un partido al que ese “régimen del 78” no ha podido controlar ni amaestrar y por eso, desde el minuto uno, ha sido atacado y sometido a un implacable acoso y derribo desde varios frentes, y muy especialmente desde los medios de comunicación controlados por ese poder, que no han dejado de inventar bulos, de manipular, tergiversar, bombardear un día sí y otro también con mentiras, falsedades, cuentos, engaños, enredos, calumnias, imputaciones, y todo tipo de denuncias ante los juzgados, que una a una fueron archivando porque no tenían base ni fundamento alguno. Tan solo eran burdos y desesperados intentos de acabar con ese, para ellos, incómodo partido que se negaba a ponerse las anteojeras, como ya habían hecho los demás partidos de ámbito nacional. Podían haber intentado socavarlo y debilitarlo con razones y argumentos, pero al no tener ni una cosa ni la otra optaron por desprestigiar, desacreditar, denigrar y calumniar. Y en ello siguen y no dejaran de hacerlo hasta que acaben con la organización, y para ello tienen en sus filas a un general que no suele perder ninguna guerra: el poderoso caballero Don Dinero.

Iglesias, que sufrió el castigo que el poder reserva a los que no doblan la raspa ni se pliegan a él, después de oír los audios de Villarejo, Cospedal, Inda, Ferreras, y demás hierbas, confabulados, junto con oscuros poderes que habitan en las cloacas del Estado, para acabar con su carrera política a costa de lo que fuera, todo valía para conseguir tal objetivo,  denunció “el escandaloso nivel de podredumbre que había en España con el PP, en determinados sectores del Estado, de la judicatura, de las fuerzas de seguridad y con los periodistas más importantes” y añade también: “ O se limpia esto o lo van a pagar los sectores más vulnerables, porque toda esta trama tiene una voluntad muy clara: que sigan mandando los mismos, los corruptos. Hay que señalar que la Cospedal, entonces secretaria general, del PP y ministra de Defensa, hablaba a diario con Villarejo y en esos audios, que también hemos oído más de una vez, instaba a su amigo Villarejo a que buscara algo para acabar con Iglesias de una vez. Y el Ministerio del Interior bajo el mandato del PP, atacó en los tribunales a Pablo Iglesias y a su partido con pruebas falsas, tan falsas que los jueces han archivado todas las causas impulsadas por la llamada “policía patriótica”. Como ya hemos dicho antes, desde que apareció Podemos, sus principales líderes han sufrido una implacable campaña de difamación y acoso judicial orquestada desde el ministerio del Interior  durante el mandato de Mariano Rajoy. Además esta campaña de desprestigio contra Podemos contó con la decisiva colaboración de la poderosa “derecha mediática” que no tuvo ningún problema en difundir todo tipo de información falsa facilitada por la “policía patriótica”. Todo esto tampoco hace falta decir que es extraordinariamente grave para un país del que se dice que goza de “una democracia avanzada”. No lo será tanto si pasan estas cosas tan lamentables y vergonzosas. 

Y es extraordinariamente grave para una sociedad que disfruta de un “Estado de Derecho” que decreta, confirma y ratifica La Constitución, que comisarios de policía corruptos y mafiosos, ministros que fueron de defensa e interior igualmente corruptos y mafiosos, jueces dispuestos a formar parte de la campaña de acoso y derribo a Podemos y a sus dirigentes, y los más importantes medios de comunicación con sus respectivas rehalas de periodistas a sueldo, dispuestos a mentir, a difamar, manipular y tergiversar lo que haga falta, pertenezcan todos ellos a una misma estructura, un sistema cuyo único fin es acabar por todos los medios con una formación política democrática a la que no quieren porque no pueden controlar.

Pero esto no es lo peor que nos está pasando. Lo peor, con diferencia, es que todo este muy grave panorama se produce porque lo permite la sociedad con su  incomprensible pasividad, su infinita pereza, desinterés e indiferencia.

El pensador Paul Ricoeur sugirió hace más de una década que el mal vive en nuestra pasividad, que al asomarnos al mundo y constatar la impunidad en la viven los malhechores que rigen los destinos de la sociedad, decidimos, en general, lavarnos las manos. La gran pregunta que se hace Ricoeur es ¿hasta cuándo nuestra no implicación? ¿Hasta cuando ese no tomar partido? Y para eso Ricoeur dice no tener respuesta porque “la capacidad individual, y también colectiva, de soportar el oprobio no conoce límites. Estamos acostumbrados a un bienestar que nos aliena, las democracias han fomentado la aparición de una sociedad consentida que juega a ser libre. Pero no lo es, en realidad, por la falta de implicación ética, o sea, por esa pasividad de la que habla Ricoeur.

“El mal lo tenemos aquí también, en las mal llamadas sociedades libres, cómplices de este descalabro”, dice el ensayista, pensador y poeta Ramón Andrés. “El problema, añade, puede estar en el desatado amor al dinero, en nuestra asombrosa capacidad de vivir bajo el yugo de los rateros de las altas finanzas; bajo los dictados pedagógicos que en las escuelas forman consumidores serviles, en los medios de comunicación que juegan al despiste”. “¿Cómo es posible que una misma noticia, se pregunta el pensador navarro, sea interpretable, no en razón del sentido común, sino de un interés ideológico? “La mercancía del mal corre por nuestro silencio”. Y lanza esta frase: “El compromiso, la austeridad, el esfuerzo, la discreción, vivir con lo necesario, hablar poco, la modestia, obrar el bien, ir despacio, ir limpio, pensar, ¿son agua pasada?”. Queremos pensar que no, que no es en modo alguno agua pasada, que no todo está perdido, que ese compromiso, esa implicación, ese obrar bien, ese pensar tiene que volver más pronto que tarde, por nuestra propia supervivencia.

Los que nos llamamos demócratas no podemos permitirnos por más tiempo seguir amodorrados en esa permanente siesta: sumidos en ese letargo, desinterés, estancamiento; en ese servilismo, indiferencia e indolencia; en esa  escalofriante pasividad, ese infinito bostezo ante lo que directamente nos amenaza. Una amenaza en toda regla a nuestra libertad individual y colectiva. Y ante la que no mostramos reacción alguna, como si la cosa no fuera con nosotros. Somos de alguna manera criminales porque, como decía Thomas Mann, “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”.               

Para nuestra desgracia, ni Ferreras va a dimitir, ni los Indas, Marhuendas, Villarejos, Jiménez Losantos, Herreras, Pedrojotas, Vicentes Vallés, Alsinas, Anas Rosas Quintanas, Ussías, Sánchez Dragós, Antonios Jiménez… y demás personajes de similar catadura van a dejar de ejercer, con su habitual virulencia, su encomienda que no es otra que la  de esparcir sus bulos, sus mentiras, sus tergiversaciones, manipulaciones y maledicencias contra todos los que no piensan como ellos. Ahora el poder les ha marcado otra diana, les ha azuzado contra Yolanda Díaz.

Ha comenzado la caza. Y toda la maquinaria mediática de la derecha irá a por ella todas sus fuerzas, sacarán toda su artillería para neutralizarla y desactivarla; emplearán todo su arsenal, todos sus casi ilimitados recursos hasta lograr, como ya hicieron con Iglesias, que dimita de sus cargos y desaparezca de la vida política. Y lo harán con  la tranquilidad y  la desfachatez que les caracteriza, sin respeto,  consideración, miramiento ni cuidado alguno.

Esparcirán su mierda a conciencia, como ha hecho Ferreras, confiando plenamente en la pasividad de una sociedad indolente, indiferente, abúlica, apática, lánguida y perezosa. Una ciudadanía compuesta fundamentalmente de zanguangos y zanguangas que tiene las manos ya desgastadas de tanto lavárselas. Y el gusto perdido de no comer otra cosa que lo que expenden, o mejor sería decir expelen, esos “periodistas” que acabamos de nombrar, y muchos otros más de similar pelaje.

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