El colectivo Treva i Pau publica, según tengo entendido en el diario la Vanguardia, un artículo cada veintiún días. El último “La fragilidad de la democracia” ha merecido especialmente mi interés. En él se realizan comparaciones entre el asalto al Capitolio norteamericano y la irrupción en el Parlamento español de un grupo de guardias civiles hace ahora cuarenta años. La frase en cuestión dice: “un grupo de guardias civiles comandados por un personaje no más grotesco que el anterior Presidente de Estados Unidos” ¿Qué tiene que ver un teniente coronel que comanda un grupo de guardias civiles con el anterior presidente de Estados Unidos?
El asunto no es que sea más o menos grotesco el personaje que comandaba el grupo de guardias civiles al igual que el anterior Presidente de Estados Unidos. La cuestión es que con ello escamotean al inductor del golpe de Estado del 23 de febrero 1981. ¿Cuarenta años y unos cientos de libros no son suficientes para decir la verdad? El teniente coronel de la guardia civil ocupando la tribuna del Parlamento, su comparación solo es posible con un hombre disfrazado de bisonte con un gorro con cuernos presidiendo el Senado de los Estados Unidos. Los dos son grotescos pero su relevancia política es nula.
La inquietud crece cuando se dice: “Cualquier orden, se convierte hoy en una exigencia absoluta, por encima de toda consideración”. Hablan de hábito, de reflexión, de aprendizaje, de identidad, de democracia, pero todo está supeditado a un orden absoluto. Si aceptamos que el capitalismo es el sistema de poder hegemónico el orden que demandan los articulistas solo puede venir del poder político o no.
Ocurre que los mismos capitalistas se dan cuenta hoy de que no pueden aumentar el orden (privilegios) sin una dosis mayor de violencia. Solo que, dado el elevado nivel de violencia que hasta ahora han ejercido para mantener el orden (desigualdad) y la perspectiva de que una aplicación mayor puede provocar una resistencia creciente, están cada vez más atemorizados (es un decir) acerca del estallido social que están en trance de desencadenar.
Llegados a este punto debo explicar que hay dos riesgos relativos a la crítica del mencionado artículo: la magnificencia y la banalización. La magnificencia se produce al percibir la honestidad con la que actúa el colectivo Treva i Pau. La primera tentación es dejarlo correr. Sería creo lo prudente. En el extremo contrario estaría la banalización. Muy bien, hablan de cuestiones humanas y todos estamos capacitados como humanos que somos para entenderlos y para leerlos e interpretarlos. Pero aquí corro el riesgo de obviar que hay un aprendizaje del pensar. E. P. Thompson nos abre camino: “La alta cultura no está ya aislada de la cultura popular conforme a las viejas fronteras de clase: pero sigue estando aislada dentro de sus propios muros de autoestima intelectual y soberbia espiritual”
Las analogías erróneas, las comparaciones falsas en numerosos campos, hacen que se incremente la fractura de la confianza. Una fractura del creer en el mundo político, periodístico, religioso, social, en las estructuras educativas, familiares etc. Creer es algo mucho más profundo que el saber. Aquí está lo fundamental de la existencia humana. El creer está relacionado con la confianza. Lo que nos permite formular juicios, tener actitudes, se ve trastocado por esta falta de confianza. Lo que se daba por garantizado el mundo dado por garantizado, se derrumba y entonces nuestros juicios, nuestras actitudes, nuestras relaciones, en el fondo se ven destruidas.
Platón, en sus confesiones, en la Carta VII donde admite que porque quiso el poder se vio obligado a los rodeos de la verdad.
