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Analizando el declive

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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El mundo está más que nunca sometido al populismo, a la velocidad y al exceso. La vocación y el entusiasmo son vampirizados por  la ansiedad,  lo cual nos conduce a la uniformidad de los criterios de referencia, a la burla de la calidad y, de un modo general, a la desaparición de las cosas que son esenciales para una vida civilizada. La tendencia a recelar de la excelencia, tanto intelectual como moral por considerarla no democrática, no da muestras de querer ceder.

El mundo no es más inteligible y los hombres no son más libres, y  las consecuencias que actualmente nos abruman no son fruto de una necesidad biológica o de cualquier otra índole, sino de decisiones que no han sido dictadas por la razón. Debemos buscar o cuando menos proponer, si no una solución integral, al menos sí un atisbo de solución, desde la convicción de que los análisis científicos no valen de nada cuando van acompañados de impotencia moral. Se necesitan liderazgos con fuertes convicciones.

Al abordar un mundo en el que asuntos como éstos resultan relevantes, lo que más asombra es la dificultad de conseguir que se acepten algunos hechos de partida. Una dificultad que se debe, en parte, a la imperante teoría whig o progresista de la historia, con su creencia de que el momento más reciente representa el de mayor desarrollo, sin duda basada en teorías evolutivas que tienen la capacidad de sugerir a las mentes escasamente críticas una suerte de infalibilidad en el tránsito de lo simple a lo complejo.

Sin embargo, el verdadero problema es mucho más profundo: es la espantosa dificultad que se manifiesta en los casos concretos de llevar a los hombres a distinguir entre lo mejor y lo peor. ¿Es siquiera capaz hoy en día la gente dotada de una escala de valores mínimamente racional de atribuirle algún sentido a estos dos adjetivos? Hay razones de sobra, visto lo visto, para concluir que nuestros contemporáneos se han convertido en idiotas morales.

Son tan pocos los que se detienen a analizar sus vidas o aceptan el reproche que conlleva el comprender que el estado en el que nos hallamos posiblemente sea el de la caída, que acaba uno dudando que quede gente capaz de comprender lo que significa la superioridad de un ideal. Podría deberse, quizá, a que han perdido la capacidad de razonar mediante abstracciones, ¿pero cómo explicar que, confrontados con pruebas fehacientes de la más crasa realidad, también se muestren incapaces de establecer diferencias o tomar lecciones? Durante cuatro siglos los hombres no sólo han sido sus propios sacerdotes sino también sus propios profesores de ética y el resultado ha sido una anarquía que amenaza aun el mínimo consenso en torno a los valores que es necesario para el desempeño de la vida política.

Son muchos los años que llevamos viviendo con la impúdica confianza de que el hombre ha alcanzado una independencia que lo exime por completo de sus antiguas limitaciones. Como Macbeth, el hombre occidental tomó una decisión maligna que se ha convertido en la causa eficiente y última de otras decisiones igualmente letales. ¿Habremos olvidado nuestro encuentro con las brujas en el brezal? Fue a finales del siglo XIV y lo que las brujas dijeron al protagonista del drama es que el hombre podrá realizarse plenamente sólo cuando sea capaz de dejar de creer en la existencia de nociones trascendentales.

La cuestión clave a debate es si existe una fuente de lo verdadero por encima del hombre e independiente de su voluntad, y de la respuesta a esta disyuntiva depende el punto de vista que adoptemos ante la naturaleza y destino de la humanidad.

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1 COMENTARIO

  1. Estoy de acuerdo en cuanto a la notable involución moral de un tiempo a esta parte. El vaticinio de las brujas escocesas de Macbeth no me parece adecuado, aunque cualquiera capta lo que el autor propone como lectura correcta a percibir. Muy interesante, y, sobre todo, cierto, señor Martí.

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