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Amarna Miller y su análisis del trabajo sexual en: “Virgenes, esposas, amantes, putas”

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análisis

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La prostitución es considerada el oficio más antiguo del mundo. Durante la mitología sumeria, Inanna fue la diosa de la guerra, del amor y sexo, así como gran protectora de la corona y -atención- de las prostitutas. Puede sonarnos extraño que fuese una gran diosa quien liderase la protección hacia las meretrices, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, en la civilización de los sumarios, las mujeres que se dedicaban a la prostitución gozaban de una buena condición social y un elevado prestigio, ya que no solamente era visto como un oficio más, sino que además jugaba un papel muy importante en la sociedad.

Sin embargo, en los tiempos que corren la situación es muy distinta. Hoy día, al escuchar la palabra <<prostitución>>, inmediatamente nuestro cerebro la asocia a términos negativos tales como mafia, esclavitud, degradación, droga y un largo etcétera. No obstante, como en muchos ámbitos de la vida, las cosas no son siempre blancas o negras.

El presente artículo tiene como finalidad analizar la obra de Amarda Miller “Vírgenes, esposas, amantes y putas”, donde a través de experiencias personales habla sobre el rompecabezas que supone ser trabajadora sexual en la sociedad actual. Concretamente, nos centraremos en el Capítulo 12 “El dilema del trabajo sexual”, el cual hace referencia a las eternas disputas tanto a favor como en contra que envuelven el complejo debate sobre la legitimidad de la profesión.

Amarna Miller inicia este fragmento dibujando una escena vivida durante el pre-estreno de la película Analis –cuya protagonista es una prostituta-, al que acudió y donde posteriormente estuvo presente en el debate junto a los ponentes, donde irónicamente no se encontraba ninguna prostituta. La película plasma perfectamente la inseguridad que sufren estas trabajadoras, mientras que el debate posterior pone frente al espejo una de las grandes realidades de este entorno: la mayoría de las opiniones llega de personas que nunca han vivido ni de cerca este mundo. Las trabajadoras sexuales quieren tener voz en un debate centrado en lo que es su forma de vida, no que opinen por ellas.

Permitidme que insista en el concepto de trabajadoras sexuales dada su importancia. Como la propia autora menciona en el libro, hablar de trabajadoras sexuales implica la ruptura total de jerarquías dentro del sector. Porque a ojos de la sociedad, ser actriz porno, bailarina de striptease o masajista erótica es menos malo que ser prostituta, y a su vez, la prostituta de calle está en un escalón inferior de la pirámide jerárquica que la prostituta que ejerce en un lujoso piso. Por tanto, el término trabajadora sexual no segmenta por niveles sino que engloba y une a todo el gremio de trabajadoras que ofrecen servicios cuyo fin es la excitación sexual del consumidor, con un objetivo político y un denominador común claro: los estigmas, la marginación y la persecución que sufren al dedicarse a un empleo que las sitúa al margen de la sociedad.

O víctima o repudiada

Otro de los grandes estereotipos y prejuicios de este sector es, por un lado, la eterna imagen de víctima. Amarda cuenta como tras su retirada del cine para adultos, tanto prensa, como medios de comunicación, e incluso parte de sus seguidores, esperaban que se retractase por su recorrido en la industria del porno. También como en diversas entrevistas se utilizaban términos tales como <<encauzar>> o <<reciclar>> su vida, como si todo este tiempo hubiese estado metida en algo turbio y tuviese la necesidad u obligación de arreglarlo, cuando tan solo se trataba de un simple cambio de trabajo. Y así lo expresó, con la naturalidad que merece. Estos medios juegan un papel relevante, y es que lo que vende y da visitas son las historias morbosas y traumáticas en las que se proyecta una imagen débil y vulnerable.

Por otro lado, en este mundo plagado de estereotipos y paternalismo, quien no se considera víctima, automáticamente es etiquetada como la excepción que rompe la regla y en consecuencia, cuya opinión deja de tener validez porque eclipsa a las demás. Existe el falso mito de abuso frente a romantización, donde o bien eres una pobre víctima del sistema a la cual explotan, o bien llevas una vida de alto standing. Si bien esta es la perspectiva de gran parte de la sociedad actual, la realidad dicta que un enorme porcentaje de trabajadoras sexuales se encuentra en medio de estas dos definiciones.

Mismamente, también suele ser habitual relacionar los conceptos de prostitución y delincuencia, cuando precisamente es la gran desprotección institucional y la falta de derechos lo que provoca que estos trabajos sean desarrollados en clandestinidad.

Otro aspecto mencionado es la trampa del contrarelato en la que ella misma confiesa haber caído en más de una ocasión. Consiste en el hecho de intentar pintarlo todo de color de rosa de puertas hacia afuera con tal de no parecer una pobre víctima. Dicen que los extremos no son buenos, y en este caso lo podemos ver ejemplificado a la perfección. La verdadera solución no pasa por esconder defectos o críticas del sector por miedo a adoptar una imagen victimista, sino por abrir espacios donde se pueda debatir y hablar abiertamente a cerca de la precariedad y los problemas existentes sin que estos sirvan de excusa para decir que es un trabajo indigno o que es un sector absolutamente putrefacto.

Es realmente complicado combatir los prejuicios debido a que son guionizados por la poderosa narrativa de los grandes medios de comunicación y la masa sociocultural, habiendo un grado elevado de desinformación al respecto. La solución más factible pasa por escuchar a las verdaderas protagonistas de esta historia, alejarse de los discursos de personas ajenas a esta esfera, eliminar los prejuicios y estar dispuestos a comprender la realidad de un trabajo precarizado por la nula protección legal, que cuenta con sus ventajas pero también con sus problemas, por los cuales hay que alzar la voz, no ocultarlos debajo de la alfombra, y sobre todo, no culpabilizar de ello a las trabajadoras “por haberse metido” a trabajar en ello.

Como Amarda cita en el capítulo: “La pregunta que debemos formular no es ¿cómo ayudamos a las trabajadoras sexuales?, sino ¿cómo podemos ayudar a las trabajadoras sexuales a alzar la voz sin miedo para que sean ellas las que nos digan lo que realmente necesitan?”

Feminismo y trabajo sexual

El gran debate gira en torno a la legitimidad o no de la prostitución. Este debate ha ido evolucionando con el tiempo, generando nuevas corrientes de pensamiento, pero principalmente pueden clasificarse en dos grandes bloques: el primero de ellos lo forman las personas que entienden el trabajo sexual como una práctica de esclavitud y degradación hacia la mujer, y que por tanto debe derogarse sin contemplaciones.  Por otro lado, el segundo bloque lo forman quienes se decantan por la despenalización de cualquier formato de comercio sexual.

Dentro de estos dos grandes bloques se pueden distinguir diferentes corrientes con algunas semejanzas entre sí. En el caso de España, el Código Penal se rige por la línea de los Abolicionistas, los cuales no comulgan con la idea pero están a favor de brindar los derechos correspondientes. Solamente castiga cuando terceras personas se lucran directamente del intercambio de servicios sexuales, aunque con la entrada de la Ley Mordaza, también se castiga tanto a prostitutas como a clientes a pie de calle. En nuestro país la prostitución está en situación alegal al no estar regulado por una ley concreta ni existir convenios, por lo que este vacío legal y ausencia de protección es aprovechado por algunos empresarios del sector para imponer medidas abusivas sin que ellas tengan donde ampararse ni a quien quejarse.

Además del abolicionismo, hay muchas otras corrientes, como la Neoabolicionista, la Penalista, la Regulacionista o la Pro-Derechos, que es con la que la autora se siente identificada. Esta corriente aboga por la despenalización y la obtención de los mismos derechos que cualquier otro empleo.

 A pesar de los diversos matices entre las diferentes corrientes, todas ellas coinciden en la necesidad de ofrecer salidas laborales reales y no precarizadas a aquellas trabajadoras sexuales que no quieran ejercer de ello, de igual modo que se debe combatir institucionalmente la explotación.

Necesidad, explotación laboral y falta de derechos

Como ocurre en casi todos los sectores, dedicarse a tu vocación natural o trabajar de lo que te gusta es un privilegio al alcance de pocos. Gran parte de los trabajadores lo hace simplemente por dinero y para poder subsistir. En el gremio de trabajadoras sexuales sucede lo mismo. Llegados a este punto, es importante analizar el contexto que obliga a dedicarse a ello y ayudar a encontrar salidas laborales realistas.

Lamentablemente, este gremio es un ejemplo perfecto de trabajo precario en cualquiera de sus modalidades. Esto es así desde el momento en el que se trabaja en inferioridad de condiciones en comparación con cualquier otro sector donde sí existe una regulación. Cualquier trabajo realizado bajo la clandestinidad no puede garantizar la seguridad necesaria ni la capacidad de acción y decisión para poder elegir o rechazar cualquier proposición.

En definitiva, se deben garantizar derechos y mejorar las condiciones a quien quiera dedicarse a ello, ayudar a buscar alternativas laborales a quien no desee ejercer, y aplicar medidas institucionales y policiales contra la trata de personas. Aquí es importante matizar que prostitución y trata no son causa-consecuencia como se nos suele hacer creer, sino que además de estar presente en otros sectores, existe más bien por la ausencia de protección institucional.

En otro orden de ideas, se debería respetar siempre las decisiones ajenas de querer dedicarse al trabajo sexual aunque ello no coincida con las propias creencias, a la vez que debe quedar claro que la transacción monetaria incluye la compra del servicio pero nunca del consentimiento. El hecho de pagar no conlleva “barra libre” para hacer lo que uno quiera.

Paternalismo y violencia simbólica

La violencia puede ejercerse de muchas maneras, y el exceso de paternalismo hacia las trabajadoras puede causar una violencia simbólica, casi invisible, pero muy perjudicial. Existe alguna rama dentro del feminismo que clasifica arbitrariamente a las trabajadoras sexuales en dos casilleros: las víctimas de trata, y las que ejercen voluntariamente pero bajo condicionantes externos.

Estas clasificaciones minusvaloran e insinúan una incapacidad de analizar su trabajo y de poder distinguir abusos, al mismo tiempo que limitan a las protagonistas cualquier capacidad de acción y empoderamiento.

En conclusión, la mejor y verdadera ayuda que las trabajadoras sexuales podrían recibir es dejar a un lado las medidas populistas, darles voz y escucharlas. Pero hay que escucharlas bien, hay que saber escuchar. No se puede hablar de elección si su propia escucha está sesgada. Nadie puede saber mejor que ellas mismas lo que realmente necesitan. Amarna Miller desgrana con mucho acierto conceptos que sin ser complejos se confunden constantemente al abordar el trabajo sexual en los medios. Aspectos como el consentimiento, los posicionamientos feministas, la dificultad de manifestarse preservando la identidad, la dificultad de defender derechos desde la alegalidad o la sencilla realidad de que la gran mayoría de nosotros no trabajamos en lo que más nos gusta. Seguramente muchas mujeres preferirían cualquier opción antes de mantener relaciones por dinero con desconocidos o varones que no le son atractivos. Por ello proyectan que si alguna mujer lo hace ha de ser bajo una fuerte coacción y se lanzan a opinar en su nombre anulando su voz y su posicionamiento. El libro constituye una referencia de mucho valor en el candente debate de la prostitución. Una obra hecha desde el conocimiento cercano, la franqueza y recuperando los grises que no logran visualizarse en el panorama político y opinador actual.

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