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Almeida trata de acallar de nuevo al poeta Miguel Hernández

La derecha española siempre que gobierna, y casi de manera obsesiva, intenta borrar cualquier vestigio de homenaje a las víctimas del franquismo

Eva Maldonado
Eva Maldonado
Redactora en Diario16, Asesora de la Presidencia de la Conferencia Eurocentroamericana.
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análisis

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La derecha española pretende tapar el sol con un dedo. Siempre que gobiernan, y casi de manera obsesiva, intentan borrar cualquier vestigio de homenaje a las víctimas del franquismo, ya sea durante la guerra civil, ya sea posterior, cuando el dictador Francisco Franco machacó al bando perdedor. Hoy, Almeida trata de acallar de nuevo al poeta Miguel Hernández en Madrid y hace caso omiso a la recomendación de otro grande de las letras, Pablo Neruda, que decía que «recordar a Miguel Hernández, que desapareció en la oscuridad, y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor.»

La exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, había previsto homenajear a las víctimas del franquismo en el memorial del cementerio de La Almudena grabando 2.937 de sus nombres: irían acompañados de tres placas grabadas con diferentes citas, una de Miguel Hernández, otra de Julia Conesa (una de las Trece Rosas), y una tercera que rezaba: «Finalizada la Guerra Civil en Madrid, la dictadura del general Franco reprimió ferozmente a sus enemigos políticos. Consejos de guerra carentes de cualquier garantía procesal dieron lugar a numerosas ejecuciones por fusilamiento o garrote vil», en memoria y reconocimiento a las cerca de 3.000 personas ejecutadas e inhumadas en esta necrópolis entre abril de 1939 y febrero de 1944.

Se veía venir. Ya al llegar el Partido Popular, de la mano de Ciudadanos, al consistorio, las obras fueron suspendidas inmediatamente. Entendían desde el nuevo equipo de gobierno que el Memorial no cumplía con lo recomendado por el Comisionado de Memoria Histórica (que se disolvió en el pasado mes de junio), que recomendaba “honrar a todas las víctimas del periodo bélico para evitar nuevos agravios”.

En el Memorial ya se habían instalado una tercera parte de las placas que estaban previstas, un total de 2937 nombres que rendían homenaje a los asesinados en fusilamientos por defender la República. Las demás placas permanecían apiladas en el suelo esperando desde el mes de julio para ser puestas. Finalmente no sólo no van a colocarlas, sino que se retiraron, en el mes de noviembre, las que ya estaban puestas.

El poema “El Herido” de Miguel Hernández que el anterior Gobierno de Madrid tenía planificado ubicar en el cementerio de la Almudena dice:

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

Miguel Hernández

De familia humilde, tiene que abandonar muy pronto la escuela para ponerse a trabajar; aun así desarrolla su capacidad para la poesía gracias a ser un gran lector de poesía clásica española. A partir de 1930 comienza a publicar sus poesías en revistas como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. En la década de 1930 viaja a Madrid y colabora en distintas publicaciones, estableciendo relación con los poetas de la época. A su vuelta a Orihuela redacta Perito en Lunas (1933), donde se refleja la influencia de los autores que lee en su infancia y los que conoce en su viaje a Madrid.

Ya establecido en Madrid, trabaja como redactor en el diccionario taurino El Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona; colabora además en importantes revistas poéticas españolas. Escribe en estos años los poemas El silbo vulnerado (1934), Imagen de tu huella (1934), y el más conocido: El Rayo que no cesa (1936).

Toma parte muy activa en la Guerra Civil española, y al terminar ésta, a finales de abril de 1939, acosado por la represión franquista llegó hasta el pueblo onubense de Aroche, y desde allí pasó a la localidad portuguesa de Santo Aleixo a través del río Rivera de Chanza. Para conseguir algo de sustento vendió un traje y el reloj que le había regalado Vicente Aleixandre por su boda, pero tuvo la mala fortuna de que el mismo hombre que lo compró lo denunció a la policía, y el 4 de mayo ya dormía en el calabozo del puesto fronterizo de Rosal de la Frontera (Huelva).

Antonio Márquez Bueno, agente de segunda clase del Cuerpo de Investigación y Vigilancia, era el jefe del puesto de Rosal de la Frontera. En su despacho, dictó al agente auxiliar interino Rafael Córdoba los datos para rellenar el informe de detención de aquel joven de 28 años, Miguel Hernández Gilabert, quien un año después, el 18 de enero de 1940, habría de ser condenado a la pena de muerte por un delito de “adhesión a la rebelión”, a través del Procedimiento Sumarísimo de Urgencia Nº 21001.

Durante la guerra compone Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) con un estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel acabó Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). En su obra se encuentran influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz.

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