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Algo se mueve bajo los pies de Feijóo

El líder del PP llega desfondado y con Díaz Ayuso desbocada en la recta final de cara a las elecciones municipales, autonómicas y generales de 2023, apenas seis meses después del traumático relevo de Casado

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análisis

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El giro de 180 grados dado por el líder del Partido Popular para frenar contra todo pronóstico la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) después de más de cuatro años de bloqueo institucional ha sido la señal definitiva que ha avisado a la opinión pública de que algo grave estaba barruntando Alberto Núñez Feijóo bajo sus pies, unos pies cada vez más de barro después de apenas seis meses al frente del principal partido de la oposición en España y cuyo ‘efecto’ de relevo en la cúpula popular tras la traumática salida de su antecesor se ha ido diluyendo como un azucarillo encuesta tras encuesta, pese a la cohorte de medios afines (menos que en Galicia, eso sí) que le siguen aupando llueva, truene o ventee.

Los barones populares más allá de la corte del reino no ven con buenos ojos la estrategia de tierra quemada tomada por la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, para correr una cortina de humo ante el descomunal caos originado por su reestructuración de las urgencias, sobre todo después del incontestable éxito electoral logrado por Juan Manuel Moreno Bonilla en Andalucía el pasado junio, dejando en la insustancialidad parlamentaria a la extrema derecha de Vox, un sesgo diferencial con la coalición firmada por su colega Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León. Ahora, Feijóo ha considerado no tener más remedio que montarse en el caballo desbocado de las estrategias trumpistas de Díaz Ayuso y romper de la noche a la mañana con esa imagen centrada y centrista que le trajo de su triunfal Galicia natal tras cuatro legislaturas consecutivas. La evidencia de su incómodo plegamiento a las estrategias más radicales de Díaz Ayuso, a la que en Madrid le ha funcionado hasta ahora bastante bien electoralmente, pone de nuevo el liderazgo del PP en una situación límite.

Feijóo ha considerado no tener más remedio que montarse en el caballo desbocado de las estrategias trumpistas de Díaz Ayuso y romper de la noche a la mañana con esa imagen centrada y centrista que le trajo de su triunfal Galicia natal

El anterior presidente popular, Pablo Casado, apenas sintió la guadaña bajo sus pies antes de acabar guillotinado a instancias de la propia Ayuso y el resto de barones por un claro error de cálculo estratégico. Feijóo no es Casado, o al menos eso ha querido sin éxito transmitir en este poco más de medio año que lleva al frente de Génova 13. Porque, al margen de sus patinazos literarios, sus dislates relativos a la memoria histórica que concuerdan en el fondo al milímetro con los de su antecesor o su idas y venidas en torno al apoyo dado a las políticas fiscales de la efímera premier británica Liz Truss, el líder del PP siente ya la misma sensación bajo sus pies que su antecesor. Y en este escenario siempre está ahí Díaz Ayuso como excepcional testigo de cargo de una estrategia ordenada con premeditación por los sectores más conservadores y recalcitrantes de un partido al que se le agotan los conejos de la chistera y ha querido ver en el trumpismo, como la propia extrema derecha de Vox, la última oportunidad para asaltar definitivamente Moncloa sin tener que mandar a sus huestes a hacerlo físicamente como Trump llevó a cabo con sus fieles seguidores ante el Capitolio.

Feijóo interviene en el Congreso Extraordinario del PP en Sevilla el pasado abril, ante la atenta mirada de Casado.

Algo más de medio año de mandato dan para poco o mucho según se mire, pero Feijóo ya ha demostrado a día de hoy que su palabra de hombre centrado y centrista vale lo mismo que la intensidad con que mueve bajo sus pies una guadaña implacable e insaciable. Díaz Ayuso sigue en sus trece y cada vez más radicalizada en un mensaje imposible de sostener por un PP centrado, que sitúa a España a la altura de Nicaragua e incluso lanza supuestas conspiraciones para derrocar la monarquía y otras “mamandurrias”. Todo ello mientras los sanitarios madrileños claman, y lloran, por poder hacer bien y en buenas condiciones su trabajo.

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