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Agricultura de conservación

José Amestoy Alonso
José Amestoy Alonso
Escritor y profesor licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Zaragoza. Sus líneas de investigación son Climatología, Medio Ambiente y Tercer Mundo.
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análisis

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Este artículo va dirigido a todos los agricultores, especialmente a los agricultores ribereños del Mar Menor, para, por si no lo saben, enseñarles que es la Agricultura de conservación, adopten medidas para cambiar de una agricultura intensiva, depredadora del medio ambiente a una agricultura sostenible y que mejora orgánicamente el suelo, evita la erosión del mismo, reduce los costos, y se convierte en un sumidero de Dióxido de Carbono, mitigando el cambio climático…abonando con productos orgánicos, evitando abonar con productos químicos que contaminan el suelo, se infiltran nitratos, fosfatos, glifosatos a los mantos freáticos y contaminando el agua vaya donde vaya, en el caso de los agricultores ribereños del Mar Menor, llegan a él contaminándolo.

Vamos a intentar de algún modo que les entre en la cabeza, a los agricultores que la agricultura de conservación es más beneficiosa para el Medio Ambiente y para ellos menos costosa que la agricultura convencional.  Aunque, es probable, que predique en el desierto, porque a las multinacionales agrarias les va a importar un pimiento, pues lo único que quieren es dinero al precio que sea, y el medio ambiente como el Cambio Climático les trae al pairo.

No obstante, sabemos que ya existen pequeños agricultores que son respetuoso con el suelo y practican la agricultura de conservación, porque saben que maltratar el suelo provoca erosión, desertificación y en breve espacio de tiempo perderán las cosechas ya que desaparece el humus, el primer y segundo perfil u horizonte del suelo y con ello su sustento.

Según la FAO, la agricultura de conservación del suelo, comprende una serie de técnicas que tienen como objetivo fundamental conservar, mejorar y hacer un uso más eficiente de los recursos naturales mediante un manejo integrado del suelo, agua, agentes biológicos e insumos externos.

La práctica de una agricultura de conservación es beneficiosa para la agricultura, el medio ambiente y el agricultor.

Se busca la conservación máxima del suelo, un recurso no renovable, ya que el verdadero problema de la agricultura es su pérdida y degradación. Para evitar la pérdida de suelo hay que adoptar técnicas como la reducción y minimización de labores (de arado y labranza), la rotación de cultivos (implica un cambio en los tipos de raíz de los cultivos), el uso racional de fertilizantes químicos, sobre todo abonos orgánicos, la utilización de los restos vegetales de las cosechas como medio natural de protección y fertilización de los suelos, consiguiendo aumentar sus niveles de materia orgánica, mejorando su estructura de los mismos y manteniendo la productividad de los cultivos, según Orton Kiish Weko, en Periodismo Humano.

Adoptando estas técnicas agrícolas:

Se reduce la erosión del suelo, y con ello su pérdida.

Se evita la contaminación de las aguas subterráneas y superficiales.

Se mantiene la producción durante más años.

Se logra mantener la propiedad del suelo como sumidero de carbono para reducir la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera como contingencia al cambio climático.

Se reducen las emisiones de CO2 a la atmósfera como consecuencia directa de la disminución de labores y el uso de maquinaría, con ello se mitiga y disminuye el cambio climático.

Se reduce la contaminación del suelo.

Se incrementa la capacidad de retención eficiente de agua en los suelos y se evitan las escorrentías superficiales.

Se aumentan los márgenes económicos por hectárea.

Siguiendo a la FAO, «la Agricultura de conservación es un sistema de producción agrícola sostenible que comprende un conjunto de prácticas agrarias adaptadas a las condiciones locales de cada región y a las exigencias del cultivo, cuyas técnicas y el manejo del suelo evitan que se erosione y degrade, mejoran su calidad y biodiversidad y contribuyen al buen uso de los recursos naturales, como el agua y el aire, sin menoscabar los niveles de producción de las explotaciones».

Las prácticas más frecuentes de este tipo de agricultura son:

La siembra directa (o agricultura sin labranza) en cultivos anuales, en la que no se realizan labores; para sembrar sobre los restos del cultivo anterior.

Se practica con el mínimo laboreo practicándose en cultivos anuales, en la que las únicas labores de alteración del perfil del suelo que se realizan son de tipo vertical sin profundizar.

Se utiliza con cubiertas,  en cultivos leñosos, en la que, un 30% de la superficie del suelo libre de copa, se encuentra protegida por una cobertura viva o inerte.

Este tipo de agricultura tiene unos beneficios medioambientales de gran trascendencia, así para el suelo: reducción de la erosión, incremento en los niveles de materia orgánica, mejora de la estructura, mayor biodiversidad, incremento de la fertilidad natural del suelo

Para el aire: fijación de carbono, menor emisión de CO2 a la atmósfera

Para el agua: menor escorrentía, menor contaminación de aguas superficiales, mayor capacidad de retención de agua, menor riesgo de inundaciones

Para el agricultor: mayor estabilidad en las producciones, menor uso de energía y reducción de costos.

De gran importancia para mitigar el cambio climático el suelo es un sumidero de carbono

Disminución de las emisiones directas de CO2 a la atmósfera.

Cuanto menos se labra, el suelo absorbe y almacena más carbono, y por consiguiente sintetiza más materia orgánica, lo que a largo plazo aumenta su capacidad productiva, y al mismo tiempo disminuye el CO2 que se libera a la atmósfera, al no “quemarse” el carbono con el oxígeno debido al laboreo. Dejar el suelo sin su piel es la primera causa de emisiones de CO2, o sea, el suelo en vez de capturar transfiere a la atmósfera CO2 tomando el camino hacia la desertificación, a un cierto punto ya no importa cuánto llueva o se riegue, un suelo sin carbono no retiene agua.

En este sentido, el contenido de carbono del suelo se incrementa anualmente en una cantidad de 1 o más toneladas por hectárea y año, de acuerdo a datos procedentes de ensayos realizados en Andalucía por investigadores del IFAPA (Ordóñez et al, 2006).

En este aspecto, la agricultura de conservación puede ser clave para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero, a la par de fijar carbono atmosférico por la eliminación del laboreo. Como refrendo, en España se ha declarado la agricultura de conservación como actividad sumidero de CO2 en el Real Decreto 1866/2004 por el que se aprueba el Plan Nacional de Derechos de Emisión 2005-07.

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