África suena, Europa calla

El único Museo de Música Africana con sede en el continente europeo se encuentra en Sevilla

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Los humanos somos ingratos con nuestros orígenes. La ciencia estableció que nuestros primeros congéneres vivieron en África central. Hay matices sobre dónde y desde cuándo afloraron las primeras culturas, se aglutinaron en tribus y se desarrolló una especie racional que hoy domina, y contamina, el planeta. Lo cierto del siglo XXI es que África es el continente más pobre, menos desarrollado y olvidado por norma desde despachos del dinero y otros territorios planetarios. La minoría rica que nos domina ningunea a África. Y quien obvia a su madre tiene un problema de difícil solución.

El continente cuyas fronteras nacionales se trazaron con tiralíneas desde cancillerías europeas tiene grandezas que traspasan esas aduanas interculturales, religiosas y sociales. La música es el tesoro de un continente que -en su franja subsahariana- encuentra expresividad, creación, arte y unas manos, oídos, vista y mente que trasmite la felicidad que centra el que la ejecuta y disfruta quien la oye y siente.

El único Museo de Música Africana quizá europeo está en Sevilla. En la vieja capital del Guadalquivir se reparten instrumentos, músicas e historias que nos viajan al corazón de ese arte africano que se traspasó a América con el jazz, calypso, capoeira, ragtime, soul, swing, blues y a Europa con la hondura del flamenco. ¿Te suena África? es un excelente libro-catálogo de Francisco Javier Ballesteros Morales que retrata y reproduce la esencia musical e instrumental del mal llamado continente negro.

Este cooperante gaditano, y boticario en Pamplona, acarreó desde el África de sus amores una realidad museística plausible. Se enclava –provisionalmente- en Polígono Calonge, calle Automoción, 16 (teléfono móvil: 690619415). Ahí está la sede de la ONG Asociación de Cultura y Arte Africano-El Gulmu www.promocionafricana.com El proyecto de sus impulsores es trasladar el contenido del museo y su bagaje de apostolado artístico a un lugar más céntrico de la capital sevillana o donde surja.

El colectivo que empuja al museo es incansable. Plasma proyectos de cooperación en diversas zonas africanas o los gestiona para otras ONG. Los campos operativos son promover cultura, añadir valores y gestionar ideas que mucha falta hacen en las eurocéntricas mentes del mundo occidental. La máxima africana de que ‘cuando se muere un anciano, se cierra una biblioteca’ la tienen presente en El Gulmu, luchadores para que no se pierda esa tradición musical que debe pervivir a las futuras generaciones.

La iniciativa cuenta con la impagable colaboración de la Universidad de Sevilla y otras, desde dentro y fuera de España. Igualmente, cuenta con el apoyo del cantautor y músico Javier Ruibal, penúltimo Premio Nacional de Músicas Actuales. Se lo otorgó el Ministerio de Cultura por sus excelentes incursiones en la fértil veta musical sefardí, flamenca, del jazz y del mejor rock.

Un viaje musical

El museo es más que una experiencia difícil de olvidar. A expensas de un traslado a un espacio más digno con el apoyo de cualquier autoridad sensible sentimos en esta nave de polígono viajar a lo mágico y sensual de una música que acaricia los sentidos.

El colectivo que empuja al museo es incansable. Plasma proyectos de cooperación en diversas zonas africanas o los gestiona para otras ONG

Los instrumentos (idófonos, membráfonos, cordófonos y aerófonos) se usan por grupos étnicos y culturas que representan lo más granado de ese África que suena diferente por tenerla cerca en una Sevilla que metabolizó culturas de muchos continentes. Cada instrumento se explica con sus características técnicas, país de origen y leyenda. Además, la exposición incluye fotografías, máscaras, esculturas.

Las dos plantas del centro reparten diferentes salas. Son precedidas por dos grandes figuran humanas que emulan a los gigantes y cabezudos que centran fiestas populares españolas. En el museo hay visitas guiadas y un músico que conoce casi todos los instrumentos allí atesorados. Los toca con una maestría digna de mejor causa. La iniciativa pedagógica y cultural del museo no se queda ahí.

Grupos de escolares, profesionales e interesados en el quehacer cultural africano se quedan sorprendidos por una experiencia difícil de olvidar pues la mejor forma de comprender África es a través de su música, como recalca Ballesteros en todos los rincones del museo. Impulsa el centro también talleres, conferencias, conciertos y reuniones sobre esta temática. Igualmente, hay recursos para la investigación.

La sensación que vivimos nos retrotrae a esa tradición oral que, de padres a hijos, llega a Sevilla para proyectarlas al visitante. Una de las iniciativas que impulsa este museo es pedir a la Unesco que la música africana sea Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, como ya lo logró el flamenco. Esa propiedad africana debe hacerse extensiva al globo entero.

La casa de la música

El cosmos de la cooperación debe fijarse el destino sin perder los orígenes. Uno de los principales proyectos en marcha por el museo y El Gulmu es ultimar la Casa de la Música y Danza Tradicional en Burkina Faso. Ya hay enclave. Hacen falta donativos y aportes materiales. La Casa ya inició obras en Fada N’Gourma, capital de una región centroafricana.

La idea de sus impulsores es crear un espacio abierto para el estudio, recuperación, conservación y aprendizaje de la música y danza tradicional. El planteamiento es fijar un punto de encuentro interétnico y de estudio para desarrollar, fusionar y conservar las diferentes manifestaciones culturales de la zona donde se enclava. La iniciativa no oculta que aspira a la dinamización social, ubicada en uno de los países más pobres del planeta aunque con riqueza musical y cultural inabarcable.

Las ideas-fuerza de los impulsores para plasmar esta Casa de la Música y Danza se sustancian en un programa de factores interrelacionados. Todos están enlazados: igualdad de género, respeto medioambiental, promoción de la salud y desarrollo cultural.

Las metas de la Casa que se impulsa se amplían hasta organizar seminarios, promover publicaciones, crear talleres de percusión, danza africana y construir instrumentos con elementos reciclables. El apoyo de técnicos universitarios sevillanos está siendo fundamental para que la Casa tenga todas sus estancias perfectamente habilitadas en un plazo de tiempo razonable.

La visita de Jesús

El pasado 8 de marzo el Museo de Música Africana tuvo una ilustre visita. Un sabio de África pisaba sus dependencias. Decenas de cooperantes con corazones solidarios palpitando esperaban las palabras de un sacerdote, Jesús Martínez Presa, que pasó casi 50 años en Malí. Allí tocó la mejor música. Su bondad la canta, y la repite: ‘Lo que se hace por los demás nunca se pierde’.

Desafortunadamente, Malí hoy es presa del islamismo más intransigente y de unos militares que se harán ricos rapiñando a los pobres. Aunque miles de malienses no olvidan quién es tan humilde y ejemplar cooperante. Jesús Martínez esgrimía su sonrisa de santo para retornar el afecto que desprendía.

En el museo había mucha expectación por abrazar a un padre blanco que también se dejaba acariciar emocionado por las agradecidas manos femeninas. Se sabía por compartir su lucha y tesón para dignificar a los vecinos más olvidados de Ceuta, Melilla y Tánger durante años difíciles en los que en esas posesiones españolas y el puerto marroquí tenían una sociedad que no miraba a ciertos barrios, plagados de desigualdad, droga e injusticia.

Veteranos cooperantes que siguen en la lucha solidaria para hacer un mundo mejor se congregó junto al padre Jesús, y no se olvidaron otros ejemplos vitales como el de Paco Donaire en Túnez y otros tantos padres blancos repartidos por África cuidando la salud, promoviendo cultura y educación.

Aquellos años

La Coordinadora del Servicio Voluntario que se gestó en la Sevilla del primer postfranquismo tuvo amplia representación junto a Jesús Martínez, aprovechando su visita. En aquellos años fue inolvidable, peligroso y hasta revolucionario que dependencias de los misioneros padres blancos y el palacio arzobispal acogieran, unidos en sincera hermandad, a colectivos pro infancia, de emigrantes, feministas, sanitarios, de objetores e insumisos o de gays y lesbianas.

Todos compartieron mesa, esfuerzo e ilusiones para fortalecer la democracia y tolerancia que hoy disfrutamos, ya en el siglo XXI. Aunque las amenazas de esas realidades no desfallecen desde la xenofobia, el populismo político y la desigualdad social imperante que relativiza aquellos avances sociales que trajo la Constitución de 1978.

África, ese continente fascinante, miró desde arriba aquel cónclave. Había una apreciable mayoría femenina, de sanitarios y docentes para impulsar nuevos proyectos de cooperación y solidaridad. Uno de los que están acogiendo más entusiasmo en darle dignidad a los cientos de inmigrantes africanos amontonados en el término de Lucena (Huelva) en espacios infrahumanos. La España que está en permanente período electoral, recortando presupuestos y derechos no puede olvidar a personas que vinieron a trabajar buscando un horizonte mejor.

África suena con su música en los rincones del mundo gracias al sincretismo cultural de los destinos de su son. Pero no puede Europa estar callada, silente ante ese desafío de escuchar un continente hermano donde germinó el humano y sólo llama a la puerta para arrimar el hombro.

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