Juan Bonilla tiene un relato de los que uno no puede quitarse de la cabeza. Inquieta porque tras su lectura no puedes evitar imaginarte en la misma situación y preguntarte qué hubieses hecho tú en su lugar. O peor, qué hizo uno en situaciones similares. El relato cuenta que en un partido de fútbol de los dos equipos más importantes de la Liga Argentina se encuentra el protagonista que narra la acción. Una persona torturada por la dictadura y que vestido con los colores de su equipo se pone en pie para cantar el himno junto a sus compañeros seguidores. Al hacerlo ve que más abajo, envuelto en la misma bandera, se encuentra cantando quien fue su torturador. El relato transcurre dentro del pensamiento del protagonista por el que vemos cómo con angustia se cuestiona todo aquello. Al final, este aficionado, abandona el estadio y ya en la calle oye que “su equipo” ha marcado, pero ni se vuelve ni se entusiasma.
El relato abre una puerta oscura. Y cuesta mirar dentro. Para mí cuestiona la afiliación acrítica del individuo a la masa, y la pérdida de la identidad y de memoria. También la soledad de la minoría y el silencio impuesto por el rugido colectivo y el autoimpuesto por la dignidad dañada.
Cataluña y España están en esto. No sé si me gustaban como sustantivos, pero ahora que funcionan como adjetivos no me gustan. Como el protagonista del relato, me hubiese salido de la manifestación independentista y de la contraindependentista. Veo las imágenes de la primera, la sesión de sus señorías, y encuentro odio meditado y bien tejido, sin espontaneidad, un esperpento donde los actores no me hacen olvidar mi realidad, no me identifico con su causa porque veo unas filas abajo, en las primeras, a los que torturan a la gente esquilmando recursos públicos. Odio devuelto, meditado, aplaudido horas más tarde en el Senado de los del otro equipo que torturan a la gente esquilmando recursos públicos. Veo en las imágenes del domingo la euforia de los Partidos que acaban de aprobar el CETA que matará a mis paisanos, sí, matará, así de dura es la tortura; veo a los que han acabado con los ahorros del Fondo de las Pensiones; veo, jadeante, a la Ministra que se ha cargado la Sanidad Pública hasta el punto de que en Zamora son los enfermos inválidos los que van detrás de los médicos, los que, si tu hijo se pone enfermo, han decido que tu hijo no tiene derecho a un pediatra. Veo torturadores en los dos equipos.
Me marcho. No me representan las masas sino esas historias de sufrimiento que conozco o he sufrido. No puedo asimilar cínicamente cómo se han hecho las banderas, las leyes, los poderes del Estado/Estadio. Yo no reprocho al comunista Frutos que hubiese querido que en la joven izquierda no hubiese dudas y que ninguno se sumara a la independencia y sí a proletarios del mundo uníos. Pero allí, aquí, todos, no sólo la izquierda, están divididos, y por eso su intervención de reproche para mí invalida su buena voluntad de estar con los torturados y de aclarar lo que desea la izquierda federalista con la que me identifico, y que es minoritaria. Yo me hubiese ido, no hubiese intervenido porque no se puede corregir dentro del estadio la letra de las canciones. Las canciones de la masa no son el coro del teatro griego, son la arenga de los bárbaros dispuestos para la batalla ¿Qué Orfeo impediría una rima tan desoladora?
¿Cuánta dignidad he de perder para compartir colores con mi torturador? ¿Cuánto miedo a lo íntimo de mi persona si necesito de la masa para significarme? ¿Cuánta poca memoria me hace no distinguir lo que es un grito contra el opresor del que lo es contra el hermano? ¿Qué esperpento es este partido entre dos equipos para salir del Estado/Estadio al final igual que entramos?
Como el personaje del relato yo me he ido. No me vuelvo cuando marcan un gol. No me entusiasmo. No me creo esta comedia que oculta un drama. Como nunca me creí que un niño alemán confundiera el traje de rayas de un niño en un campo de concentración con un pijama. Que no acabemos con uno de esos dos uniformes. Pero no reprocho nada a los que lo disfrutan, se quedan, participan. Yo me voy por soledad de minoría y dignidad dañada.