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Unos apuntes sobre la bodega Clos Pachem, obra de Harquitectes.

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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Harquitectes son David Lorente, Josep Ricart, Xavier Ros y Roger Tudó. Fotos: Jaume Prat

Una bodega conecta un territorio con la gente que lo disfruta bebiéndoselo. El elemento que liga estos dos factores es el vino.

     El Priorat es una de las regiones vitivinícolas más importantes del mundo. El territorio está constituido por los dominios del prior de la cartuja de Scala Dei, de donde saca el nombre. Comprende dos denominaciones de origen, Priorat (una DOC), en el corazón de la comarca, donde el substrato de las viñas es pizarroso, y Montsant, que agrupa el resto del territorio independientemente de su substrato.

     La capital de la DOC es Gratallops. Michel Grupper quería fundar una bodega para explotar unas viñas dispersas por los alrededores entre las que se cuenta con unos costeros de garnacha de un siglo. Ante la dificultad de construir una bodega adyacente a las viñas, la única opción viable era hacerlo dentro de Gratallops. La parcela que encontraron estaba ocupada por las ruinas del frontón del pueblo, adyacentes a la iglesia. Los arquitectos escogidos fueron el estudio Harquitectes.

     Aquí tenemos una T.

     El edificio es el lugar donde se procesa la cosecha, se elabora el vino, se madura, se cata y se vende para consumirlo donde se quiera. Allí mismo, si conviene, porque está abierto al público. Clos Pachem es una bodega que elabora un tipo muy específico de vino. Una pequeña explicación: el vino del Priorat es muy aromático. Potente. Matizado. Ancho. Hasta ahora solía abrigarse con madera. En fechas relativamente recientes alguien decidió probar elaborar un Priorat sin madera, intercambiando potencia por algo más ligero, fresco, etéreo, volátil. Sacas el abrigo y el territorio se expande por tu paladar. El vino es el campo sin intermediarios. En toda la bodega Clos Pachem sólo hay dos barricas de roble. El resto dl vino se trabaja guardándolo en cubas de hormigón y cerámica. El edificio que ha proyectado Harquitectes encaja como un guante en esta filosofía.

     Resumiendo: Harquitectes ha construido un radiador adosado a un centro cívico. Me explico.

La gran nave donde se elabora el vino, la mayor pieza de toda la intervención, se coloca adyacente a la calle y paralela a ella. Esta nave toma la forma de una planta basilical rectangular construida a base de superponer hojas de ladrillo de medio pie (15 cm) separados 15 cm entre ellas formando una especie de diafragma por el que circula el aire, que girará por la cubierta formando un radiador de forma idéntica e idéntico principio que los radiadores de coche o los radiadores de aluminio, pero a lo bestia. La última hoja de ladrillo al exterior se trasdosa con 15cm de aislamiento térmico elaborado con fibras de madera. Esto hace que las paredes de esta basílica tomen unos grosores muy importantes, concretamente 1,61 m para la pared de la calle y 0,86 m para la pared interior. El techo se construye con idéntico principio a base de viguetas in situ de cerámica armada que, por su parte superior, se calan para permitir la continuidad del radiador, formando un circuito intercambiador con una cubierta de agua donde el agua tiene dos posiciones en función de si se quiere acumular calor o disiparlo. Esta cubierta puede medir 1,2 metros de grosor, o más: el radiador forma un poderoso elemento de control climático, activo, vibrante, conectado al clima exterior a base de todos estos colchones térmicos. Exactamente la clase de artificio necesario para elaborar un vino de estas características.

Y más: los requerimientos del radiador requieren arrancar el grosor de los muros a una cierta distancia del suelo. La suficiente como para excavar capillas laterales entre los contrafuertes (pórticos) de ladrillo en la parte inferior de la nave. El paralelismo con una basílica está ahora completo. Harquitectes usó este recurso para gestionar la proximidad con la iglesia de Sant Llorenç, una construcción barroca de planta basilical elaborada según otra versión del mismo principio. El crucero de la iglesia articula ahora dos naves, la de siempre y este anexo que, a pesar del programa y la calle interpuesta, se entrega gracias a esto con el pueblo con una elegancia tal que parece haber estado siempre allí. La potencia de este recurso formal va mucho más allá que esto, lanzando este espacio en manos del tiempo para hacerlo hablar de tu a tu con las grandes basílicas paleocristianas. Resulta especialmente interesante comparar la espacialidad de esta bodega con la basílica de San Apolinario el Nuevo de Rávena, una comparación pertinente gracias al rigor del planteo estructural, a la definición a través del sistema constructivo sin artificios, al tratamiento de la luz, o, mejor dicho, de la penumbra. Si la fachada a la calle es totalmente ciega la fachada interior de esta basílica presenta el fondo de sus capillas resuelto con ventanas que lo conectan con la otra parte del proyecto, el pasaje interior.

Aquí tenemos una R.

El espacio entre la masa de la nave y las medianeras posteriores se resuelve como un pasaje extendido entre dos calles. Si la bodega se niega a la calle existente se vuelca sobre este nuevo pasaje, un espacio exterior cubierto por un sistema de cubiertas ajardinadas de hormigón a diversos niveles para permitir el paso de la luz y el aire. El pasaje estalla en vertical a través de los diversos sistemas de escaleras que lo comunican con las plantas superiores. La diferencia de cota entre las dos calles se resuelve con la creación de un sistema de grandas, enésimo punto de encuentro donde beber vino y charlar. Este pasaje es la clave de todo el proyecto. Conectado con la nave a través de grandes ventanales, permite entender el proyecto como un espacio único que, forzado por la geometría de las medianeras, por la posición de la nave, por las escaleras, es a la vez unitario y lleno de rincones, rincones que matizan la extrema sencillez del planteamiento, una sencillez, una claridad sólo al alcance de un proyecto verdaderamente excepcional. La posición relativa del trabajador o del visitante permite multiplicar las visuales, permite sentirte abrigado estés donde estés, un sentimiento de protección que no anula la unidad del lugar. Desplazarte por este pasaje es alterar el juego sutil de equilibrios entre los tres materiales que conforman el proyecto, ladrillo, hormigón y verde, es encontrarse con una preponderancia del uno o del otro, o un equilibro del todos, según donde nos sentemos. El pasaje es un centro cívico. Recorrerlo nos cuenta una historia.

Aquí tenemos una C.

El Ayuntamiento no puso las cosas fáciles. Estas dificultades, debidamente trascendidas, han dado al edificio parte de su aspecto final. La primera de ellas fue la obligación de revestir las fachadas exteriores, lo que se ha hecho con un mortero de cal sin teñir que, aplicado con un grueso mínimo, conserva la textura del aparejo de ladrillo uniformizando su material, convirtiendo el edificio en una masa sólida, en una escultura con una tremenda capacidad de diálogo con el resto del pueblo. Sí: la maravillosa gestión de esta imposición ha llevado la arquitectura de Harquitectes a otro nivel.

La segunda imposición municipal consistió en el remate de tejas de los poderosos muros basilicales, resuelto aquí por un poderoso coronamiento aguas adentro con las tejas voladas unos centímetros (¿quince?) para proteger el final del muro. La sutileza ya es total cuando el envés de las tejas se ha revestido igual que la fachada. Este punto de complejidad del encuentro con el cielo ha dado a la bodega una capacidad de diálogo adicional con el pueblo: la solución de las tejas de borde de la iglesia es casi la misma. Adicionalmente: si sois seguidores de la obra de Jørn Utzon, el arquitecto de la ópera de Sydney, este detalle os sonará de la reforma de su propia casa de Mallorca, cuando se vio forzado a proteger el canto superior del muro de piedra de Marès con el mismo recurso para prevenir su erosión. Detalle que le valió la curiosa acusación de traidor a sí mismo y a su propia arquitectura. En fin.

Aquí tenemos una D.

He prestado tanta atención a los materiales porque, a menudo, se valora a Harquitectes por su uso del ladrillo. Que su manejo virtuoso de este material no os despiste. Aquí la cosa va de aire. De mover aire y de espacio. El ladrillo es un instrumento. La arquitectura de Harquitectes se refiere al espacio. Es la poderosa definición de este elemento a través de los recursos descritos, su plástica, la atmósfera, el rasgo definitorio de este proyecto. Y del resto de su arquitectura.

Aquí tenemos una E.

Parece, sin embargo, que el discurso sobre la arquitectura contemporánea eluda uno de sus temas centrales: la belleza. Aquello que singulariza esta bodega, lo que la identifica, su rasgo definitorio es, precisamente, la extraordinaria belleza que destilan todos sus rincones. La belleza de la luz. La serenidad. El paso de las horas, porque todos los buenos edificios son relojes. Los sonidos. La gravedad de la bodega. El aspecto grácil, aéreo, del pasaje. La sensación de refugio. Las texturas. Los paisajes entrevistos. Las miradas a través. Es la belleza el vehículo principal de expresión de esta construcción. Es su legado a Gratallops. Es su reclamo. Será la imagen de marca: una belleza patafísica, cotidiana, de estar por casa. Grave. Pero cercana, Siempre cercana.

Si el espacio es el vehículo de expresión de Harquitectes la belleza es el resultado.

Aquí tenemos una B.

Michel Grupper quería una bodega de implicación profunda, que pasó a llamarse Clos Pachem. Un clos es una viña vallada. Un clos simboliza la familia. Pachem es el acrónimo familiar con que el señor Grupper llama a sus tres hijos, Paul, Charles y Emma.

Aquí tenemos una F.

El adjetivo que definirá la bodega es un acrónimo formado por todas estas letras, una palabra secreta, específica para este proyecto, que lo contendrá y lo evocará.

PS: El fotógrafo Jesús Granada hizo para El Croquis una magnífica sesión de fotos que explica muy bien el edificio. Yo he hecho lo que he podido con las fotografías que acompañan este reportaje. Os dejo una muestra y muevo el resto al blog, en este enlace. Ni las unas ni las otras, sin embargo, preparan al visitante para el shock que supone una visita. La bodega es del lugar. La bodega se entiende en el lugar.

     Y esto justifica el viaje.

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