Elegir es descartar.

La respuesta electoral de los españoles, efectivamente, se parece más a un descarte que a una elección.

Lo único que da colorido y algo de emoción a estos resultados es la voluntad ciudadana de desprenderse de mayorías absolutas, quizá hayamos comprendido una vez más que lo absoluto siempre es despiadado.

Después del recuento, cada líder se asoma al ruedo para hacer una valoración pública de las votaciones. Las casualidades no existen, todos ellos son hombres en un país estremecido por los asesinatos de mujeres.

Y todos parece que han ganado (¿?).

Excepto aquellos de opciones emergentes, el resto tiene la mirada entre preocupada y triste, insatisfecha.

Estos aciagos cuatro años de calamidades, injusticia social e impunidad de ladrones y criminales, ha generado una nueva necesidad de cambio en las creencias y una amnesia galopante.

Falta fuerza, entusiasmo, confianza, certezas…

Hablemos entonces de la estrategia del miedo que nos han aplicado para entender esta sorda frustración que parece invadirnos.

Hacía falta inventarse una crisis económica de tal magnitud, que las personas temieran perder aquello que tradicionalmente parecía intocable: sus trabajos y techos donde protegerse, la manutención de sus hijos y la posibilidad de hacer frente a la propia vida.

Tanta impotencia y paralización provocó tal pánico a las pérdidas, que se hizo un gran silencio social mientras algunos se suicidaban por desesperación.

La pasividad ganó terreno y el recorte de derechos fue tan fácil que retrocedimos décadas. Sólo había dinero para rescatar bancos y enriquecer aún más a los poderosos. Privatizaciones y desmantelamiento de derechos conseguidos a través de la lucha de los trabajadores. Objetivo conseguido para los poderes fácticos mundiales, que son los que en realidad gobiernan en este planeta.

Pasado supuestamente todo ello, se convocan elecciones generales en España y qué sucede: vuelve a ser el partido más votado el que nos hizo pobres y temerosos. Esto escapa a cualquier capacidad lógica. Nos engañan donde nosotros nos autoengañamos. Eso sí, la fragmentación de resultados tiene una ventaja, obliga a dialogar y contemporizar; probablemente ahí se desvele a qué partidos les interesa construir una realidad mejor en este país y cuáles son aquellos para los que el poder es un fin en sí mismo, cuyo único objetivo es continuar robándonos.

Únicamente la lectura de los hechos nos podrá dar una respuesta.

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