Santiago Abascal ha calificado la inmigración como una “invasión silenciosa” que supuestamente contaminará la sangre española y destruirá las bases culturales y sociales de nuestro país. Es una vuelta más de tuerca en su discurso del odio xenófobo y supremacista. Todos los sondeos electorales indican que el proyecto político verde ha tocado techo, lo cual demuestra que ya ha agotado todos los caladeros extremistas donde podía obtener algún rédito electoral. A partir de ahora, a Vox solo le queda coaligarse con el PP en un gran bloque de derechas (renunciando a algunos de sus postulados fundacionales más extremos), ya que una travesía en solitario de tres años podría condenarlo a la intrascendencia, al ostracismo, algo que ningún partido puede permitirse. Vox es la mujer barbuda del circo del Parlamento y esa rareza causa repulsión en las mayorías.

A Abascal nadie le ha puesto un cordón sanitario que pueda asfixiarle (cosa que sí ha sucedido con la extrema derecha en otros países europeos), pero puede morir por automarginación y aislamiento. El líder ultra española es consciente de que le quedan pocos terrenos que explorar para cautivar a las masas. Y ya se aferra a la pandemia, al machismo y por supuesto a la inmigración como últimas bazas. En los últimos días, aprovechando que es verano y las pateras siguen llegando a nuestras costas, el Caudillo bilbaíno ha vuelto a apretar el acelerador en el asunto migratorio para tratar de convencer a los españoles de que delincuencia e inmigración son la misma cosa. Según Abascal, el Gobierno debe tomar “medidas de inmediato”, ya que la llegada de embarcaciones resulta una “amenaza gravísima para la salud, la seguridad y la convivencia de los españoles”.

Ningún informe oficial de las autoridades sanitarias alerta de que la llegada de pateras suponga un riesgo inminente de rebrote mucho mayor que el de un avión cargado de ingleses o unos bares nocturnos de Magaluf atestados de juerguistas suicidas, raperos y pinchadiscos convertidos en los primeros supercontagiadores del coronavirus. La imagen de ese tipo hormonado y tatuado hasta las cejas subido a un escenario y vomitando su calimocho infecto sobre una multitud de jóvenes enloquecidos por la música pone los pelos de punta. Pero de eso nunca habla Abascal. Y no lo hace sencillamente porque la pandemia le importa un bledo y porque al líder de la extrema derecha no le interesa ponerse en contra de los magnates de la noche. El lobby hostelero es muy poderoso y es más cómodo iniciar una caza de brujas contra el frágil espalda mojada africano que contra la influyente patronal del sector. 

No obstante, Vox insiste en su diabólico montaje. “Continúa la llegada de inmigrantes ilegales a las costas españolas, siendo Murcia, Andalucía, Alicante y Canarias las más afectadas con 1.200 desembarcados”. Viniendo de un partido que hace del bulo y la mentira un estilo político, todos los datos que maneja deben ser puestos en cuarentena, pero llama poderosamente la atención el plan de Abascal: inocular en la sociedad española la idea de que los ejércitos bereberes están cruzando El Estrecho, tal como hizo el general Tarik en el 711. En realidad nadie ha visto que la Bahía de Gibraltar esté ardiendo en llamas con naves quemadas y bereberes arrasando las playas cimitarra en mano. Todo eso pertenece al delirio mítico o ensoñación de Vox y de un hombre como Abascal que pretende devolver a España a su particular Edad Media. Pero el discurso del odio va mutando rápidamente como el covid-19 y según la formación neofalangista en menos de una semana se han contabilizado más de mil inmigrantes procedentes de Argelia y Marruecos, muchos de los cuales habrían dado positivo en el test de detección de la enfermedad. Vox no tiene ni un solo dato para probar esa afirmación pero qué más da. Miente que algo queda, en este caso un poso de xenofobia.

La alerta de seguridad sanitaria de Vox es un hecho gravísimo, ya que tratar de aventurar que se está poniendo en riesgo sanitario comunidades autónomas como Andalucía, Murcia, Valencia y Canarias supone sembrar un pánico injustificado en la población, ya de por sí aterrorizada por los estragos de la pandemia. Y no solo se trata de identificar al musulmán o a la raza negra con el virus y la enfermedad, en un claro tic supremacista, sino que también se estigmatiza y criminaliza al inmigrante. Según la formación verde, ya se están produciendo “episodios violentos en las calles de las ciudades, concretamente en Almería y Murcia, donde la policía local se ha visto obligada a intervenir en varias ocasiones”. Los sucesos a los que se refiere Vox son hechos aislados, puntuales, pero una vez más lo que pretende la ultraderecha es crear la falsa sensación de que el sur de España es una batalla campal donde se decide el futuro de Europa entre tropas defensoras e invasoras, entre moros y cristianos, entre buenos y malos. Es el Ku Klux Klan ibérico. Si a eso se añade que Vox alimenta el malestar entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado –desde hace décadas mal pagadas y desmoralizadas– y se insinúa que los vecinos de las zonas afectadas se encuentran indefensos ante la llegada masiva de pateras a sus playas y municipios, o sea ante la ficticia invasión, el maquiavélico plan queda en evidencia.

El truco es viejo. Abascal no inventa nada que no hubiera hecho antes Joseph Goebbels con los judíos en los años 30 del pasado siglo. No hay más que leer la novela de Blasco Ibáñez Los cuatro jinetes del Apocalipsis (muy dignamente llevada al cine por Vincente Minnelli, por cierto) para comprobar a lo que juega la extrema derecha española. Abascal tiene entre sus manos a los cuatro fieros caballeros del mal –la peste, el hambre, la muerte y la guerra– y juega con ellos a capricho, como un niño cruel y malcriado sin reparar en las consecuencias nefastas de agitar ese cóctel terrible. La peste sería el coronavirus, que Vox utiliza cada día para arremeter, injustamente, contra el “Gobierno criminal” de Pedro Sánchez, como si la plaga se hubiese fabricado en los laboratorios de Moncloa. El hambre son las largas colas de parados y cadáveres andantes de la crisis que aguardan pacientemente ante los comedores sociales y las iglesias. La muerte campa a sus anchas por los hospitales y residencias de ancianos mientras que la guerra no es más que la semilla del rencor que Abascal pretende plantar de nuevo entre los españoles, el ciego guerracivilismo, las mentiras sobre el alzamiento nacional de Franco y el burdo revisionismo de la historia (o sea Ortega Smith con sus patrañas inventadas sobre las Trece Rosas).

Según las encuestas Vox es un proyecto embarrancado porque, captadas las minorías exaltadas y friquis con engaños y bulos (élites y obreros sin futuro), ya no le queda mucho más espacio que conquistar y lo tiene difícil entre la inmensa mayoría de clases medias, la población sensata y moderada. Por esa razón, a Abascal no le queda otra que seguir aventando el fantasma del racismo. El miedo es el único agente que juega a su favor y que puede llevarlo al poder algún día.

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