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A terra queimada

David López
David López
Actualmente profesorcillo, he sido politicucho y musicote, así que soy docto en hacer cierta aquella máxima de “Aprendiz de todo, maestro de nada”. Mi mayor logro es ser el paradigma de la generación nacida entre 1975 y 1985, esos jóvenes engañados a los que se les pedía esforzarse y formarse para ser “la generación más preparada de España” y que han acabado sus días consiguiendo el hito histórico de ser los primeros que, casi con toda seguridad, vivirán peor que sus padres. Entre acorde y acorde de jazz, rock, blues o bossa nova y guitarra en mano recibí algunos aplausos y hasta algún dinero, y participé en política, con más pena que gloria, hasta que la pena dobló a la gloria y me precipitó, junto a muchas otras personas que admiro (ellas, a diferencia de mí, muy válidas) al nuevo exilio interior de quien, equivocadamente, se metió en política para ayudar a la gente. En todo ese tiempo, además, he “malenseñado” a alumnas y alumnos en España en diferentes ámbitos educativos hasta que decidí que era el momento de compartir mi mediocridad con el resto del mundo, por lo que en la actualidad martirizo con mis clases a los jóvenes azerbaijanos de un colegio internacional en Bakú.
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análisis

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Me envían desde casa esta foto de la famosa Calle del Agua de Villafranca del Bierzo, tomada a las 11:00 de la mañana. Sí, cuesta creerlo, pero el sol estaba a punto de alcanzar su cénit.

Los bercianos somos gente acostumbrada a vivir bajo la dictadura de las nieblas durante semanas, si es necesario, así que un poco de oscuridad nunca nos ha asustado, y ésta tampoco. No nos asusta, pero nos duele. Porque la pretendida bruma de la foto no es otra cosa que las nubes de polvo y ceniza que los incendios de nuestros vecinos en Galicia, Asturias y Portugal nos traen hasta allí, empujadas por el viento.

«No es nada nuevo que arda el monte en Galicia», oigo decir. Y es cierto. Los bomberos y técnicos forestales gallegos, a fuerza de práctica, se han ganado el ser considerados el mejor cuerpo de extinción forestal de Europa, y de lejos el de España. Solo con pensar que la superficie forestal quemada en Galicia en los últimos 20 años es del tamaño de la provincia de Ourense (o la cuarta parte de Galicia, vamos) deberíamos sentirnos aterrados. Galicia, como Asturias, como todo el noroeste, tiene unos recursos naturales y forestales inigualables, y sin embargo todos los veranos, y ya no solo, un bosque único es pasto de las llamas. No le basta a esta naturaleza despampanante haber sido pasto de los eucaliptos, plantados sin ton ni son por los iluminados de turno. En Galicia y El Bierzo (creo que en Asturias, en general, la cosa es diferente) el fuego arregla casi todo: desbrozar una finca que no queremos pero nos toco en herencia; tratar de averiguar dónde están los marcos de las fincas que hace años que no visitamos. Generar nuevos pastos, lo que sea. El fuego en el monte, como el de la queimada, parece tener en esta esquina de la tierra un significante purificador. No basta con acusar a los especuladores del suelo, a las industrias madereras, etc. Ojalá fuesen estos impresentables los responsables de la mayoría de estos incendios, pero no. Afrontémoslo, aunque sea duro, la culpa está en una regular gestión y limpieza de esos montes, en el escaso rendimiento económico que de ellos se saca, de una idea o sentido de la posesión a veces enfermiza, que nos ha llevado a todos a escuchar alguna vez aquello de:

«Pues me cago en dios, si no me dejan hacer (lo que sea) le prendo fuego al monte, que para eso es mío»

La despoblación del medio rural, en una tierra que tiene la mayor concentración de núcleos urbanos de España (la friolera de cerca del 50%) y la subdivisión del monte entre familiares llevan a su abandono o a llegar con la cerilla donde no se puede llegar con la mano.

Dicho todo esto, urge también una voluntad política diferente: quizás un buen modelo a exportar sea el de Soria, donde el monte genera unos ingresos lo suficientemente razonables como para que se cuide y se proteja. No solo se trata de ir por los pueblos explicándole a la gente lo malo que es el fuego, si no de demostrarles que así lo es. Enseñarles que desbrozar así significa perder la finca durante mucho tiempo, que hay otras formas de generar pastos, que el monte puede ser rentable de muchas otras maneras. La gente de las aldeas y poblaciones pequeñas del noroeste jamás han pedido nada a nadie porque jamás lo han recibido, tampoco. A mis 36 años, soy lo suficientemente mayor para recordar muchas de ellas sin acceso asfaltado o de grava, sin teléfono e incluso algunas sin electricidad. Estas personas que se han acostumbrado a salir adelante como pueden se han habituado al cántico sordo de politicastros y gentecilla de ciudad que, muchas veces con buenas intenciones, vienen a decirles qué hacer para luego dejarlos otra vez a lo suyo, o que limitan sus actividades y las formas de ganarse la vida con leyes que, posiblemente pinten muy bien sobre el papel pero no tengan mayor sentido cuando se pongan en práctica.
Los incendios del noroeste no son, a mi juicio, hijos de un solo padre: son un bastardo híbrido que nos hará bajar la cabeza, avergonzados, cuando en el futuro nos pregunten cómo pudimos permitir algo así.

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1 COMENTARIO

  1. Auga; por algo cae do ceo.
    Pero que pasa si la chupan el eucalipto?, el que desertiza Australia. El egoísta que no permite regular la humedad; que no permite rellenar el acuífero. El que manda más en altura, en productividad, en mercado. Galicia seguirá siendo vergel cuando se trate esta plaga con severidad. Fora deste cultivo a miña terriña regulase soa, sen axuda. Sen concurso de ningún humano, o bosque autóctono procurase o seu propio hábitat limpo de malas herbas e garda humedais que, aparte de beleza, pon de relevo a nula axuda que presta o ser humano.

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