“Aprende a dudar y acabarás dudando de tu propia duda; de este modo premia Dios al escéptico y al creyente”.

 “Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas”.

“Hay dos clases de hombres: los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas”.

“Hoy es siempre todavía”.

“La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés”.

“Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”

“Cuatro principios a tener en cuenta: lo contrario es también frecuente. No basta mover para renovar. No basta renovar para mejorar. No hay nada que sea absolutamente empeorable”. A.M.

Recuerdo con la nostalgia de quien se va dejando en el camino jirones de vida y un estado de conciencia que hoy naufraga tristemente, sin el auxilio de la memoria desengañada ante una realidad tan esquiva como injusta, que en un pasado reciente era posible reconocer nuestro entorno, el ámbito social en el que se identificaba la vida pública y se  ennoblecía la política, más como una herramienta de transformación y cambio que como un instrumento al servicio de los poderes fácticos. Ese reconocimiento de la realidad, la aprehensión intelectual de un estado de cosas, y de las ideas y pensamientos que sostienen ese estado, venía precedido de señales inequívocas que resultaba muy fácil identificar. El lobo era el lobo, con sus fauces feroces, sus enormes orejas y su mirada artera, aunque se disfrazara de oveja seguía siendo el lobo.

Así, el capital deshumanizado era y es lo contrario a lo humano y a la ética de la verdad, la igualdad real y los derechos humanos, pese a que ensayase una sensibilidad social de la que siempre han carecido otros. Un traidor era un traidor, aunque acariciase el ego de los poderosos con palabras falsas y gestos alabanceros. Una “rata”, un desleal era, en fin, una rata, o un desleal,  las primeras y los primeros  en abandonar el barco cuando la corriente te obliga a remar en contra de los vientos con el objetivo de ponerlo a favor de la identidad con la que se subieron a bordo.

No hacía falta una mente preclara para identificar todos esos códigos ni su verdad, palmaria, incuestionable, indubitable e irrefutable. Pero hoy la realidad no es siempre la misma. Igual que no todos los hombres ni mujeres son iguales porque, tal y como pensó Eric Arthur Blair, algunos seres humanos son más iguales que otros, más aún desde la verdad.

Hay políticos que dicen representar la voluntad popular y que se erigen en depositarios de la confianza de los ciudadanos, que se suben a una tribuna y acaban presos del futuro que han prometido y que no pueden concretar porque el camino que han elegido para llegar a él es un camino equivocado, en la mayoría de las ocasiones sin retorno, que no conduce a ninguna parte.

Otros muchos políticos y políticas, líderes y lideresas sociales en las mismas circunstancias, son rehenes de su pasado y como aún no han respondido de sus errores pretéritos, ni justificado el alcance de sus actos, se ven impotentes para desenvolverse con libertad y ecuanimidad. En la mayoría de las ocasiones se esconden de sí mismos y de si mismas. Quieren cambiar el presente, pero reniegan a contemplar el mínimo análisis del pasado por miedo a tener la necesidad de considerar la historia de su propia existencia.

 Ninguno de ellos asume con dignidad la realidad tal como es y especulan con lo que les gustaría que fuera en el presente y en el futuro sin dedicar el mínimo tiempo a valorar su propia conciencia desde la verdad para conseguir su propia realidad, peor aún cuando sin temor desean hacer creer a otros su   consustancial identidad. Todos sirven a un poder sin rostro que amenaza la democracia y la igualdad real y que ha llegado para quedarse de la mano de los dictadores privados, de la mediocridad, de la estupidez y el egoísmo. Evidencian una sumisión indigna a ese poder innominado que tanto cuesta reconocer, tanto, que resulta casi imposible luchar contra él porque a la postre no sabemos si ese poder lo sostienen gigantes o molinos de viento.

Pasolini, que elevó el neorrealismo a la categoría estructural de patetismo artístico, una mezcla entre lo irónico y lo miserable, afirmó que el afán de consumo en general, incluso de ideas, es un afán de obediencia a una orden no pronunciada. Este es precisamente el sistema impuesto por el capitalismo deshumanizado del dispendio tanto material como  moral  y que ha conseguido ya anular todas las referencias que hasta ahora eran válidas para interpretar los signos y las señales de la enfermedad social. Aquí ya empezamos a vislumbrar que nadie merece el pasado que le espera porque, en efecto, el futuro ya no es lo que era, no obstante, no dejaran de estar después del presente.

Los mediocres, vengan de donde vengan, se mueven bien en la paradoja, les gusta jugar con el significado de los símbolos, su mediocridad les hace olvidar el pasado, el presente lo viven sin pasión desde la mentira de su propia filosofía existencial, y al futuro lo tratan como se trata el resultado de una ruleta, ni listos ni inteligentes, menos aún coherentes con la verdad. No en vano han anulado la democracia y sus principios éticos y sus medidas de control y sus instrumentos reguladores, no en vano renunciaron a su conciencia social, si en algún momento llegaron a sentirla los cobardes,  trileros con corbatas  de la vida.

Ya no es válido el enunciado de un hombre, un voto con ideología, ahora intentan mercantilizar el derecho universal de los seres humanos, mujeres y hombres libres con un voto detrás de una idea impulsada por el marketing de promesas incumplidas, en definitiva un derecho de libertad destrozado por el mercantilismo, la deslealtad, la ambición el egocentrismo, el delirio y la falacia.

Dado que todo está tan mal, que somos incapaces de encontrar salidas para la franqueza una vez que hemos renunciado a la revolución de nuestra conciencia, habrá que organizarse en lo político desde el compromiso con la verdad, hasta sentir en la voz de nuestra ideología el timbre de lo auténticamente humano.

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