Abascal
El líder de extrema derecha, Santiago Abascal

Han pasado ya 24 horas de la moción de censura que la ultraderecha había puesto con la intención de dinamitar definitivamente a Pablo Casado y al PP. La crispación y la desafección que están logrando llevar a una parte de la ciudadanía quisieron trasladarla a las instituciones con los discursos del odio de Vox.

Tras la primera jornada, en la que se produjo el debate entre Pedro Sánchez y Santiago Abascal y en el que la extrema derecha presentó su «no-programa» basado en la desinformación, la confrontación y la propaganda, era muy esperada la intervención de Pablo Casado, sobre todo por el secretismo que había en el PP sobre el sentido de su voto.

Tal y como publicamos en Diario16, el presidente del PP tenía una difícil papeleta porque la estrategia de Abascal le había dejado con muy poco margen de maniobra, sobre todo de cara a un electorado «popular» que se estaba introduciendo en el lado oscuro de la crispación a la que el propio Casado le había llevado y que, poco a poco, se trasladaba hacia las mismas posiciones que alimentan a la extrema derecha.

El miércoles, Abascal había ganado su moción de censura contra el Partido Popular. El líder de Vox apareció ante los votantes del PP como el adalid de la vanguardia contra la izquierda, de ahí que hiciera más que apelar al voto favorable de los populares. Después de endulzar los oídos de la gente que lo ha escuchado y que, por una razón u otra, que nada tiene que ver con la ideología, colocó a Pablo Casado entre la espada y la pared y su propio electorado parecía que sólo quedaría satisfecho si el voto final fuese favorable a la moción, lo que sería un duro golpe de cara al prestigio, no sólo del partido conservador, sino de la democracia española, puesto que si Casado se hubiera visto tentado por el «lado oscuro» habría colocado al PP en el mismo ámbito de los ultras, lo que sería duramente reprendido por el Partido Popular Europeo. Una abstención le hubiera dado munición a Abascal para continuar con su mensaje de la «derechita cobarde» y no sería entendido por una parte muy importante del electorado tradicional del PP, sobre todo en un escenario en el que la gente conservadora está pidiendo la mano dura contra el Gobierno que Abascal sí les ofrece. Un voto negativo, tal y como advirtió la youtuber Cayetana Álvarez de Toledo, dejaría a Casado como cómplice del Gobierno. La trampa estaba ahí: aislar al PP y Vox parecía haberlo conseguido.

Sin embargo, Casado decidió apostar por la democracia y la lealtad hacia la ideología conservadora democrática y rompió con la extrema derecha con un discurso brillante en el que dejó claro a su electorado que romper con Vox no era incompatible con la labor de oposición leal que se espera de un partido de gobierno. Es decir, que su voto negativo no era una rendición ante el gobierno de Sánchez.

Abascal quedó descolocado. Tal vez no esperara que el hombre que compartió la exaltación patriótica de la Plaza de Colón le diera una lección de democracia utilizando alguno de sus argumentos fuerza, pero en una visión totalmente opuesta a como los usa la extrema derecha.

No obstante, la izquierda y, sobre todo, sus líderes se encargaron de resucitar a Abascal contra Casado. En primer lugar, la intervención de Pablo Iglesias fue, a mi entender, absolutamente innecesaria porque no tenía que justificar nada, sobre todo tras la intervención de Sofía Castañón –una buena parlamentaria que Unidas Podemos podría utilizar más– que había desarrollado un discurso coherente desde la ideología, resaltando un feminismo ético y de verdad, contra la línea de flotación del discurso de la moción de Abascal.

La intervención de Iglesias en nombre del Gobierno volvió a unir a los que se acababan de separar. Desde mi punto de vista, fue innecesaria porque no se aportó nada contra Abascal, puesto que entre la derecha había quedado ya todo resuelto. No en vano, el propio Casado pidió un turno de réplica que le volvió a colocar, involuntariamente, en el escenario en el que le quería Vox. En segundo término, Pedro Sánchez utilizó un turno, que perfectamente podía haber dejado pasar, para hacer un anuncio sobre la renovación del CGPJ que podía haberlo hecho el ministro de Justicia, la portavoz del Gobierno o el propio presidente en una comparecencia de prensa convocada tras el debate.

Cada una de estas intervenciones dio derecho de replica  a Abascal, quien supo aprovechar esos momentos para atacar y para desarmar lo que no había conseguido con Casado. En esos momentos fue cuando lo consiguió, en gran medida.

Estos errores de estrategia son la consecuencia de los asesoramientos de quienes pretenden, desde la oscuridad más absoluta, terminar con las ideologías para dar paso a los liderazgos y las ideas (que en este caso son ocurrencias).

Desideologizar la política no es más que quitarles su esencia filosófica y existencial a los partidos políticos y dejarlos en un prisma similar al de las asociaciones de cualquier ámbito que sólo luchan por un interés. Si a la izquierda se le quita su ideología de luchar y trabajar en favor de las clases desprotegidas desde la ideología que sustenta la igualdad real,  la justicia y el estado del bienestar en contra de las clases dominantes, ¿qué le queda? NADA.

Uno de los éxitos de los regímenes autoritarios es la apolitización de la ciudadanía, un fenómeno que se produce, precisamente por la inexistencia de partidos políticos de diferentes rangos ideológicos. Tal como  ocurre en Estados Unidos, lugar donde se formó profesionalmente Iván Redondo y donde se producen filmes como La Guerra de las Galaxias y Los Vengadores.

A este respecto, en España aún se viven las consecuencias de los 40 años de franquismo con millones de personas que aún se consideran «de centro» y que evolucionan ideológicamente en base a sus intereses personales y no colectivos. Es decir, el individualismo absoluto que preconiza el capital más deshumanizado que sólo puede prosperar si no encuentra oposición en la conciencia colectiva de los pueblos.

Eso es lo que se está intentando para este gobierno: desideologizar al PSOE y arrastrar a Unidas Podemos hacia unos planteamientos que «engordan» a sus líderes pero que dejarán, finalmente, a la ciudadanía en manos de la peligrosa razón de Estado que, en los tiempos actuales, no es más que la rendición de la democracia a las dictaduras del capital.

No se le puede quitar a ningún asesor, venga de donde venga, la inteligencia de esta estrategia, sobre todo con unos líderes que suplen sus carencias de coherencia ideológica con un liderazgo que, en ocasiones, utilizado exclusivamente con las ideas, pone en peligro las ideologías y con ello llevan a sus partidos a la descomposición de las humanidades que deben proteger sus teóricas ideologías.

Estos comportamientos conducen a sus partidos a la descomposición ideológica más absoluta que finaliza en un escenario de culto a la personalidad, es decir, al absolutismo. De este modo, se deconstruye a la izquierda para dejarla en un remedo de siglas sin alma que finalizará en la desaparición de los postulados políticos de defensa de la justicia social colectiva. En consecuencia, se derruye el muro de contención contra la dictadura de las clases dominantes y de la extrema derecha, ejemplo vivido y sufrido ya en algunos países de Europa como Italia, Francia, Alemania y Holanda, donde la derecha y la extrema derecha se han asentado y desarrollado.

Sin embargo, en el PSOE aún quedan mujeres y hombres que pueden trabajar con el fin de mantener las esencias ideológicas. Adriana Lastra lo demostró ayer en el Congreso en su turno de palabra. Se opuso a Santiago Abascal y a Pablo Casado con la verdad de la ideología, con la coherencia, con programa, con compromiso, con conciencia social, con igualdad real y con evidencias fundamentadas en su propia filosofía existencial del PSOE de Pablo Iglesias Posse. Puso sobre la mesa la historia y la verdad del Partido Socialista, la trayectoria de lucha por los derechos de las clases más desfavorecidas y de la democracia. Demostró, desde la ideología, que a la extrema derecha se la combate con los argumentos de la verdad, de la ética, de la igualdad real y de la coherencia.

Lo inesperado es que, tras este discurso, no se supieran marcar los tiempos y se produjera el anuncio personal del presidente sobre la renovación del Poder Judicial, lo que volvió a dar a Abascal el derecho a réplica y a destruir buena parte de lo que los partidos democráticos habían logrado: aislar a la extrema derecha.  Un grave error de estrategia política del asesor que se podrá producir en más ocasiones si se mantiene la potenciación de las ideas para destruir la ideología y que pudo haber llevado a que el presidente cayera en la tentación de hacerse el protagonista de un campanazo que le diera el titular fácil y quedar por encima de lo que realmente había ocurrido en el Congreso durante los dos días históricos de moción de censura.

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