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Infidelidad matrimonial

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Muchos se rasgan las vestiduras, cuando lo ven escrito, se avergüenzan de que un cura párroco de Nuestra Señora de las Nieves (Telde, Gran Canaria) se muestre tal y como es. Hay demasiado cinismo en estas manifestaciones. El padre Báez aparece como un canarión de raza físicamente y con unas condiciones morales inamovibles. Es un tipo peculiar, vestido de amarillo, como el color de su iglesia. Se trata de opiniones personales de un moralista cazurro, pero de consecuencias ideológicas difíciles de controlar.

Seguro que no es la primera vez que dice lo que piensa. Tampoco sé si ha sido amonestado por su obispo, del que depende, convenientemente. No basta con lamentarlo y pedir perdón, si no se cortan de raíz ideas tan nefastas de un representante de la Iglesia, que imparten doctrina a los fieles creyentes de su parroquia. Se percibe que es un hombre de antes, que no soporta los comportamientos actuales, entre los que sobresalen las infidelidades del matrimonio. Ámala como Cristo hace con su Iglesia es una buena recomendación, porque él perdonara tantas infidelidades como pueda cometer la Iglesia.

Ahora bien, Cristo y la Iglesia son instituciones con raíces seculares bien acendradas y en una pareja humana la fragilidad y la contingencia son fundamentos de gran debilidad, que aguantan poco, aunque se encuentren rodeados de la descendencia más querida. Necesitan de la mayor comprensión en su día a día, que, a veces, no puede superar y llega la ruptura. ¿Quién puede juzgar si es peor esto que atacarse cotidianamente, porque no pueden soportar la convivencia como pareja? Rehacer la vida de nuevo es la esperanza que todavía queda, tratando de que los hijos hagan su vida en paz, proporcionándolos un adecuado desarrollo hasta que puedan mantenerse por su cuenta.

En cambio, aquí se establece que las rupturas causan los peores dramas y son consecuencia de la infidelidad. Como si no fuera ya un desastre la ruptura misma. Como si las infidelidades fueran hechas por comportamientos viciosos y no buscando un poco de tranquilidad y paz, algo que ya no encuentran en la unión matrimonial anterior. Esta tierra no puede convertirse en un valle de lágrimas, también tenemos derecho a disfrutarla con los dones que nos regala la naturaleza, siempre necesitada de nuestros cuidados y no de los destrozos que producimos en ella. Estamos hechos para la paz y no para la guerra, que es destrucción y no bienestar.

En todo caso, el padre Báez puede contribuir a parar las rupturas matrimoniales y a reforzar fidelidad en la medida de sus posibilidades. Nadie se lo reprochará. En cambio, a lo que no tiene derecho es a imponer a nadie sus prédicas morales de acero puro y de total inhumanidad, como sería entregar a los hijos de un padre a otro, robándolos. Los hijos no son una propiedad privada y deben estar con el padre que los acoja y proporcione su bienestar y desarrollo.

Qué expresiones tan características usa este buen hombre, como que “antes el hombre aguantaba a las mujeres, aunque se volvieran locas”. Parece que las mujeres no aguantaron nada, como si no hubieran estado, generalmente, sojuzgadas por el varón, que llevaba la casa, entre otras cosas porque la mujer con una docena de hijos otra cosa no podía hacer por tener que cuidarlos. Ahora, en el caso que nos ocupa, el asesino ha sido la víctima, ya que las niñas vivirían si su madre no hubiera roto el matrimonio.

Nunca deben confundirse las consecuencias con las causas. Aquí el que ha producido las muertes ha sido el padre y la causa probablemente haya sido su machismo herido, al no poder seguir dominando a la madre, su mujer. Es difícil entender a personas que habrán recibido tantas confesiones, muchas veces desgarradoras, que han perdido cualquier responsabilidad, como para decir que ha querido la madre “robar hijos”, por lo que “recoge lo que sembró”. Qué horrorosa frialdad en su proceder. Podría considerarse esto un mensaje de odio contra la mujer en un representante el representante de la doctrina cristiana mire del amor. El padre Báez sería de los que atrevería a apedrear a la mujer adúltera del Evangelio y a cuantas adúlteras se encontrara en su camino, actuando, incluso, contra el propio Jesús, que la libra de la muerte y la deja que se vaya: “Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar” (Juan 8:11). Un gran detalle de humanidad y perdón, frente a la justificación del crimen de Fernando Báez.

El referido padre Báez impartirá catequesis a niños inocentes, que escucharán las palabras que les pueda decir, envenenando, quizás, sus oídos limpios. También predicará, explicando la doctrina a sus feligreses, especialmente los domingos. Qué pensará este hombre de la igualdad de género y qué escándalo le producirán las leyes vigentes, establecidas por gobiernos de izquierdas. Qué duro es el mensaje evangélico contra el que ocasiona escándalos: “Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar” (Lucas 1:6).

Qué harán con este cura, que, por otra parte, conserva las enseñanzas que le impartieron sus maestros, pertenecientes, igualmente, a la misma Iglesia con una doctrina moral medievalizante y fuera de sitio. Ni siquiera las circunstancias más crueles permiten reflexionar y actualizar los dogmas trasmitidos por nuestros ancestros más remotos. Además, es profesor de Moral Católica en Institutos, confirmado por el obispado. ¿Hay quien dé más?

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