20.56 de la noche, hoy jueves: “Cristina dime que mañana no pueden echarnos de casa, por favor, dime que no puede presentarse la policía y sacarnos, a mí y a mi familia, de casa”.
La que me llama es Arantxa Mejías, la joven que pone cara a la cruz de la siniestra Ana Botella. Habita con sus padres y su hermana menor en uno de los pisos de protección oficial madrileños que Botella vendió a un fondo buitre.
Buitre. En la segunda acepción del diccionario de la RAE:
- m.Persona que se ceba en la desgracia de otro.
Esta mañana he ido a visitarles. Fidere, la empresa que se quedó con su piso –piso que era nuestro, de todos los ciudadanos, que la infame Botella privatizó–, les ha informado que, cuando acabe el día de hoy, ya no tienen piso. No les renuevan el alquiler a sus padres. Por tener una hija que denuncia los atropellos.
Mañana lo contaré en una crónica y hoy tengo ganas de liarme a puñetazos. Ya lloro poco.
Arantxa tiene ahora 27 años. Ha recorrido medios de comunicación, instituciones, organismos y abogados para denunciar el atropello. Es mujer fuerte, una bestia. Hacía tiempo que no me topaba con una ejemplar semejante, sin miedo. Pero la casa es amparo, y lo contrario, sí, claro: Desamparo. O sea, intemperie.
A esta hora está trabajando. Le mando un whatsapp tranquilizándola.
Me responde:
“Yo sé que todo el mundo me dice que esté tranquila… pero se me está haciendo todo esto tan grande, y me siento tan pequeñita…”.
***
Hace ya 30 años que soy periodista y que trabajo en este oficio puñetero. En muchas ocasiones me arrepiento del camino elegido. Pienso que me habría gustado mucho ser arquitecta o urbanista.
Hay otras veces en las que me gusta ser periodista.
Hoy es uno de esos días.
Mañana, más. Mañana contaré la historia de Arantxa. Aquí mismo.
5/10/2016. Nuestros niños nos juzgarán, puñeteros infames