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2020: el año que nos enseñó tanto

Salva Díaz
Salva Díazhttp://www.salvadiazblog.wordpress.com
Estudió Economía, trabajó en la Administración Pública en el área de Hacienda, y como asesor político para diversas campañas (regional y nacional) Miembro del “Clarendon Club” de Oxford. Desde el 2016 reside en Reino Unido donde trabaja como Director Ejecutivo de la división de Oxford de una compañía turística internacional.
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análisis

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Por fin acabó el dichoso 2020, pero antes de meterlo en una caja cerrada y tirarlo en un rincón del sótano de nuestra memoria, agradezcamos todo lo que nos ha enseñado.

Sé que es duro echar la vista atrás, y pensar en todo lo que nos hemos dejado por el camino: familiares y amigos que ya no volverán a estar entre nosotros, trabajos perdidos, empresas y negocios cerrados, parte de nuestras libertades restringidas sin poder salir de casa, reducción del contacto humano, de las muestras de afecto entre nosotros, y el hecho de tener que adquirir una costumbre odiosa, la de llevar siempre puesta una mascarilla para evitar contagiar y que nos contagien. Pero a pesar de todo esto, sigo pensando que hemos obtenido algo positivo, que hemos aprendido algo muy valioso, de la peor manera posible, pero lo hemos aprendido.

Sé que quienes aún sienten el dolor de una pérdida no les gustará mucho mi forma de ver el 2020, pero intenten no culpar a nadie, porque nadie tiene realmente la culpa.

Lo primero que hemos aprendido en el 2020 es que no somos invencibles, que no somos tan fuertes, que un enemigo tan microscópico como un virus puede hacer tambalear nuestros cimientos como humanidad. Y eso es solo el principio.

Nos creímos los reyes y dueños del planeta, pero esto nos ha demostrado que, sin nosotros, el planeta sigue adelante e incluso mejor que con nosotros. ¿Cuándo fue la última vez que se vio el cielo de China limpio, o las aguas del Gran Canal de Venecia de un azul cristalino? Durante el confinamiento en primavera pudimos verlo. Y pudimos ver calles desiertas, ciudades invadidas por animales salvajes que, al no vernos, al no ver al ser humano, se acercaban a explorar sin miedo. Por primera vez vimos que no solo no éramos los amos del mundo, sino que éramos prescindibles.

Lo segundo que aprendimos fue que nos necesitamos. Fue un segundo golpe a nuestra vanidad. No somos los amos del planeta y además necesitamos de los demás para sobrevivir. Y es que estas lecciones que nos dio la vida, el universo, el destino o Dios (cada cual que elija a su maestro) son duras, pero de un inmenso valor.

Valoramos el sentido de comunidad de una manera nueva. Vecinos llevándoles comida a la abuela de enfrente que vive sola. Jóvenes sacando a pasear el perro de su vecino cuando estos no podían. Gente haciéndole la compra a quienes no podían salir de casa. El gesto de aplaudir todos los días a los sanitarios que se han jugado tanto, a los científicos que ha creado varias vacunas en tiempo récord, pero también a los transportistas que nos traían a casa lo que comprábamos online, a los agentes de seguridad que nos protegieron ante un posible caos en medio de tanto sufrimiento y frustración, y a todos aquellos que de una manera u otra nos mantenían unidos y a salvo como sociedad vertebrando cada eslabón de nuestras necesidades.

Lo tercero ha sido que nos hemos dado cuenta de que lo importante no era tener éxito, ni siquiera era el tener el trabajo de tus sueños, pues los trabajos vienen y van. Hemos descubierto que lo más importante es nuestro tiempo y como lo gastamos. Pudimos sentir que no éramos tan poderosos, que necesitamos a los demás y que el poco tiempo que teníamos, y que tenemos, lo usábamos mal.

De repente nos confinaron y no sabíamos qué hacer con nuestro tiempo. Lo usábamos para hacer cosas que siempre quisimos hacer: leer una saga de libros, ver una saga de películas, escribir, hacer deporte, hablar con todos esos amigos que no veíamos desde hacía años, o desear visitar a ese familiar que, en esos momentos, por estar confinados, no podíamos. El tiempo libre adquirió una dimensión nueva y nos dimos cuenta de qué era importante y qué no lo era, de cómo desperdiciábamos nuestro tiempo en cosas que no merecían la pena, y cómo nuestro sentido familiar o de lealtad a nuestros amigos se hacía cada vez más fuerte. No pensábamos en lo material, pues no podíamos disfrutarlo igual. Empezamos a pensar en lo que realmente importaba. Aprendimos a valorar lo que teníamos en vez de desear lo que no teníamos. Y a la fuerza nos hicimos más conscientes de lo que nos une, nos mueve, nos mantiene vivos.

Y cuarto y más importante, es que pese a haber sido el peor año que puedo recordar, también hemos despertado como sociedad, como comunidad que debe cuidar de este planeta, de sus recursos y de sus habitantes. No tenemos ni una remota esperanza de sobrevivir si lo hacemos solos. Nos necesitamos y solo así somos más fuertes, ayudándonos, conociendo y reconociendo al prójimo como lo que es, nuestro hermano, hijos de una misma madre, la Tierra.

La vida, el universo, el destino o Dios, nos dijo “detente, para un momento, mira dentro de ti, quién eres, quién no eres, qué quieres, qué no quieres, busca lo que más valoras, lo más importante en tu vida y dedícale un poco de tiempo ahora que puedes, antes de que sea demasiado tarde, porque no eres tan poderoso como creías, no eres tan independiente como creías y ni valorabas lo que tenías como debías”.

No nos lo van a repetir.

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