Las elecciones generales más trascendentales de la historia reciente de España desde la reinstauración de la democracia han supuesto un hito en aspectos claves para los intereses de este país después de una intensa campaña electoral. En esta cita con las urnas los españoles se juegan un futuro del todo incierto que se aventura decisivo a corto y medio plazo.

Los aires de cambio han sobrevolado desde hace meses la realidad política española. No por casualidad todas las encuestas han coincidido en mayor o menor medida en otorgar una corta distancia en representatividad entre cuatro formaciones políticas, dos de ellas inéditas en la realidad parlamentaria española e incluso una con apenas un año y medio de existencia surgida de los movimientos ciudadanos del 15-M.

Los aires de cambio han sobrevolado desde hace meses la realidad política española

Y pese a todo ello, ha sido con diferencia la campaña más mediocre de la historia de la democracia. Propuestas, cero, o casi; la más bronca y soez de las muchas de este cariz vividas desde 1977; programas electorales vagos e imprecisos; indefinición sobre pactos postelectorales; eso sí, se ha hecho historia en los formatos de debate. En esta ocasión qué duda cabe que los candidatos han echado el resto en el medio televisivo, conscientes de que es el medio clave para llegar al mayor número posible de electores potenciales, por encima incluso del poder de las redes sociales y de internet, los preferidos por los nuevos votantes y los electores más jóvenes.

Queda claro que el histórico formato del cara a cara, mantenido más o menos periódicamente desde los años noventa hasta hoy, ha podido llegar en estas elecciones generales a su última edición por puro agotamiento, no solo formal, sino en todo su conjunto.

En una realidad pluripartidista como esta de 2015 gracias al primer aviso de la defunción del bipartidismo dado en las elecciones europeas de 2014, los debates a cuatro y otros abiertos aún a más partidos han dado nuevos aires y han despertado un interés inusitado por la realidad política jamás visto en este país entre la ciudadanía desde la primera Transición.

Ha sido con diferencia la campaña más mediocre de la historia de la democracia. Propuestas, cero, o casi; la más bronca y soez de las muchas de este cariz vividas desde 1977; programas electorales vagos e imprecisos; indefinición sobre pactos postelectorales; eso sí, se ha hecho historia en los formatos de debate

Esta Segunda Transición que se inicia en un trascendental 2016 vaticina que el gobierno que salga de las urnas este 20D debe afrontar con nuevos aires numerosos envites: el desempleo atroz y galopante, la corrupción intolerable del bipartidismo, el órdago independentista catalán; el modelo territorial y de Estado, y por supuesto reabrir con un nuevo talante el clima de diálogo perdido para las cuestiones de Estado…

Y pese a la cita decisiva con la historia de este país, los principales líderes que concurren a la Moncloa no han estado a la altura que la situación así lo requería. Ya sea por estrategias demoscópicas, ya sea por falta de ideas, ya sea por presiones puramente electoralistas y partidistas de cara a cuitas internas, lo cierto es que este país necesita un presidente que dé mucho más de lo que han dado los principales candidatos en una campaña electoral tan plana y mediocre como bronca y falta de propuestas originales y creativas que sirvan para sacar a la ciudadanía a la calle y volver a ilusionarla con un proyecto creíble y posible.

El reto se presenta ingente. España no puede seguir anclada en esta deriva mortecina en la que le surgen frentes por todos lados sin atajar convincentemente ninguno de ellos: nacionalismo, paro, estancamiento del I+D+i, una fractura social creciente e imparable…

Una reforma que urge acometer con premura es el de la justicia como eje vertebrador de un país verdaderamente democrático en el que la corrupción del sistema sea atajada de raíz sin contemplaciones y alejar también de nuestro sistema de Hacienda Pública esos ya constantes tics ejecutivos intolerables, marcados por una prepotencia mezquina del Estado al margen de la justicia y la libertad.

La democracia española, tras pasar por una necesaria, incompleta e imperfecta Transición, ha adquirido su mayoría de edad con numerosos achaques. Antes de que derive en enfermedad crónica, el relevo debe tomarlo necesariamente la nueva savia de la clase política que surja tras estas trascendentales elecciones generales. Y materia prima de calidad hay más que de sobra para comenzar una Segunda Transición que haga de España un país de progreso, pujante, pionero y de referencia en las conciencias de igualdad y diversidad, que ya no es pero que sí puede y debe llegar a ser.

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