19/12/2016. Sin suelo bajo nuestros pies.

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De repente salta la noticia de que un hombre ha asesinado al embajador ruso en Turquía, y que en su ataque ha nombrado Alepo. Entonces, Rusia, Turquía y Siria adquieren una entidad diferente. Al contrario de lo que sucede a diario –porque oímos hablar de los tres países a diario pese a que ya ni cuenta nos damos–, Rusia, Turquía y Siria pasan a formar parte de algo que también nos incluye a nosotros. Es decir, sabemos que ese atentado nos incumbe. Sin tener muy claro hasta qué punto ni de qué modo, pero nos concierne.

Y ahí reside el problema: Sabemos que estamos ahí dentro –dentro de ese algo en el que también están los tres países de la noticia– pero no sabemos cómo, por qué, desde cuándo, quién más hay ahí…

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Poco después, salta la noticia de que un camión ha arrollado a decenas de personas en un mercadillo navideño de Berlín. Antes de que nos lo diga nadie, ya nos olemos que no es un accidente. Y, de nuevo, la certeza de que formamos parte de aquello –lo que sea– que el camión arrolla.

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Cuando suceden este tipo de atentados, se suele hablar de “seguridad”, sea eso lo que sea. Y, sin embargo, por mucha seguridad que crean ofrecernos, seguiremos sin suelo bajo los pies. Es una cuestión de información y confianza.

Información sobre lo que de verdad estamos haciendo en ese algo que engloba a Rusia, Turquía, Siria y un camión que mata indiscriminadamente en Berlín.

Confianza en que formamos parte de un país, de un grupo humano organizado, que toma sus propias decisiones, después de invitar a la ciudadanía a pensar.

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En los últimos años, hemos ido perdiendo todo aquello que sabíamos, o que creíamos saber. No es lo mismo “saber” que “creer saber”, pero ambos sirven para vivir. Lo entiendes cuando llega el momento en el que vislumbras que no sabes nada de nada, y ni siquiera crees saber algo.

Forma parte de un tipo de vida en la que no podrías asegurar que mañana dormirás bajo techo, que tus hijos tienen el alimento o la calefacción asegurados.

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Flotamos sobre la nada. Desde los asuntos más complejos –Rusia, Turquía, Siria, Berlín– hasta la sopa de la cena, forman parte de algo que no controlamos en absoluto, que se nos da o se nos quita sin que nosotros podamos intervenir en ello, participar, pertenecer, ganárnoslo o renunciar.

Imagino que estas cosas no son casuales, aunque no seré yo quien ose darles una explicación. Solo quiero dejar constancia de que cada día nos levantamos sin saber si estallará la última guerra bestial o perderemos el pequeño calor de la cocina.

No sé si se podría hacer algo al respecto.

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Así que mañana estaré de nuevo aquí. O no.

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