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1 de octubre: votarón y algo más

Pedro Antonio Curto
Pedro Antonio Curto
Escritor. Colaborador del periódico El Comercio y otros medios digitales. Autor de los libros, la novela El tango de la ciudad herida, el libro de relatos Los viajes de Eros, las novelas Los amantes del hotel Tirana (premio Ciudad Ducal de Loeches) y Decir deseo (premio Incontinentes de novela erótica). Premio Internacional de periodismo Miguel Hernández 2010. Más de una docena de premios y distinciones de relatos. Autor de diversos prólogos-ensayo de autores como Robert Arlt y Jack London, así como partiipante en varias antologías literarias, la última “Rulfo, cien años después”.
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análisis

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En Suiza, desde 1848 se han celebrado más de seiscientos referéndums, en el último lustro alrededor de sesenta, con una media de cuatro por año. Y esto sin tener en cuenta los celebrados en los cantones, algunos no reconocidos oficialmente. Y es que entre otras cosas, los ciudadanos suizos pueden recurrir a iniciativas populares en las cuales, con una no muy alta recogida de firmas, pueden hacer que se coloquen urnas.

En Cataluña, unas diez mil urnas tuvieron que tener un recorrido clandestino para que sus ciudadanos pudiesen votar. Y cuando lo intentaron hacer, que lo hicieron, todos sabemos lo que ocurrió. ¿Qué opinarían los ciudadanos suizos al ver como ciudadanos catalanes, europeos, eran apaleados por ejercer el derecho al voto? ¿Qué opinarían de esas urnas chinas perseguidas como armas de destrucción masiva? Quizás alguno se acordaría de la leyenda negra española, y esta vez esa leyenda tenía muchas imágenes a todo color.

La democracia (ya sea la liberal u otras), es algo más que formas, algo más que un ritual; sin que la ciudadanía pueda decidir, con plena libertad y soberanía, la forma en que organizarse, -incluida la arquitectura territorial- estamos hablando de una democracia vacía de contenidos. Sin capacidad de cambiar el status quo, las libertades pueden ser decorativos artículos legales que se incumplen en la práctica. Existe una distancia entre legalidad y legitimidad, cuando la primera se dedica a limitar derechos y no a garantizarlos. En una democracia garantista las leyes deben estar al servicio de los ciudadanos, cuando su fundamental papel es el represivo, la ley es solo monopolio de la violencia, lo propio de un estado autoritario. ¿Se puede hablar de un “referéndum ilegal” en una autentica realidad democrática? ¿Más aún cuando lo hace una institución representativa, un parlamento (la sede de la soberanía popular, como tantas veces nos repiten)? ¿Cuándo el motivo de la consulta (la libre determinación), está avalado por leyes internacionales, como el Pacto de Derechos Civiles y Políticos, firmado por el estado español y hasta publicado en el BOE con fecha del 30 de abril de 1977? ¿Y cuando está reivindicado por una muy amplia mayoría social (el80% según algunas encuestas), tanto por los que están en una posición como en otra?

Una de las características del autoritarismo es proscribir todo aquello que no puede controlar, que escapa a sus dominios, que cuestiona su poder, aunque sea con toda la legitimidad democrática.

El primero de octubre los ciudadanos catalanes se organizaron y votaron, derrotaron al estado que pretendía impedirlo. Un David colectivo hizo que el gigante Goliat se tambalease. La desobediencia frente a la arbitrariedad y el autoritarismo de los poderes suele ser necesaria para el avance social y democrático, que en las Españas, en las últimas décadas, ha sido muy escasa. El primero de octubre la ciudadanía catalana sembró una semilla de rebeldía, llena tanto de lírica como de épica, que no deberíamos olvidar.

De esa derrota, un estado razonable, responsable, debía haber sacado una lección de humildad, pero ha terminado actuando como un Goliat enfurecido, emprendiendo un camino involucionista que parece sin retorno. La perspectiva de un juicio tan disparatado y falso como los procesos de Moscú, parece presentarse como la venganza del estado.

El Régimen del 78 está acostumbrado a monologar, mirarse al espejo y lanzarse piropos; es el resultado del discurso único, de tener una ciudadanía acrítica y avasallada. Un régimen que se puso el traje de demócrata al ritmo de la canción “Habla pueblo habla”, para apoyar la Reforma del 76, y que concluye el ciclo con un “Calla pueblo, calla”, con el ruido de las porras y las pelotas de goma, con una violencia que tantas veces ha acompañado la negra historia del estado español. Y es que el traje de demócrata, no hace al demócrata.

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