Al amparo de no haber sucumbido ante el temido sorpasso de Podemos en las elecciones del 26-J, el PSOE ha hecho una lectura tan interesada como errónea de ese milagroso regalo electoral.

De hecho, las encuestas al uso daban por cantado que Pablo Iglesias se convertiría en líder de la oposición, sin que los analistas políticos pudieran argumentar nada para desdecirlas. Y si el golpe de Podemos no se ha consumado, sólo ha sido sólo por su propia culpa, por la inconsistencia de sus propuestas, por sus malas formas parlamentarias y sus excesos de populismo y por algunas torpezas tácticas, sin ningún mérito que capitalizar al respecto por Pedro Sánchez.

Según la propia Susana Díaz, el PSOE se salvó del zarpazo de Podemos, o del KO técnico, ‘por la campana’. Como algunos boxeadores vapuleados en el ring se salvan momentáneamente antes de arrodillarse en la lona sólo gracias a que se consume el tiempo del round correspondiente, siendo por lo general los perdedores del combate.

La primera y más grave equivocación del PSOE en este tema ha sido no querer reconocer, o seguir enmascarando, el continuo deterioro del partido. Sus apologistas y algunos irreductibles palmeros del bipartidismo han preferido hablar del fracaso de Podemos -que en todo caso ha consolidado su tercer puesto en el ranking de la política nacional-, y no del nuevo batacazo electoral socialista, agrandando distancias con el PP, que hoy todavía es el contrincante directo en la lucha por el poder.

Lo cierto es que el ‘zapaterismo’ introdujo de lleno al PSOE en caída libre electoral cuando todavía no existía Podemos, sin que Pérez Rubalcaba pudiera frenarla en 2011, siendo a su vez superado en el mismo descalabro por Pedro Sánchez el 20-D. Aunque peor aún es lo logrado por el candidato socialista el 26-J: derrotarse a sí mismo perdiendo otros cinco escaños más sobre su ya precaria marca de 90. Y justo porque él y su partido han seguido jugando a ‘la gallina ciega’ seis meses más; es decir, consumiendo una segunda vuelta en las urnas sin ton ni son y con una falta total de realismo político.

Quien el 26-J perdió las elecciones no fue Unidos Podemos (porque no se había planteado ese objetivo ni por asomo y aun habiendo malgastado una gran oportunidad para crecer), sino el PSOE, por mucho que algunos digan lo contrario. Y las seguirá perdiendo, de forma cada vez más cruel, hasta que se tome su problema en serio y dedique muchos más esfuerzos y unos cuantos años a la verdadera renovación y regeneración interna, obra que nunca se quiere acometer.

Y lo peor de todo es que -como decimos- esa derrota se ha presentado y hasta celebrado como una gran victoria… Claro está que no sobre el PP sino sobre Pablo Iglesias, que de momento es un objetivo secundario, un señuelo de mera distracción frente a los populares o, en todo caso, un virus anti PSOE de progresión retardada y efecto final letal, que se debe analizar en sus causas originales antes que por el mal que le genera.

Eduardo Madina, ex secretario general del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso, afirmó de inmediato tras el 26-J -y dijo bien- que el PSOE “no puede conformarse con 85 diputados”, remarcado que Pedro Sánchez había conseguido el “peor resultado” de la historia socialista (superando todas las malas marcas precedentes) y que en un futuro congreso se deberá “discutir a fondo” por qué ha ocurrido. Una cantinela que, por otra parte, ya se ha venido repitiendo tras los anteriores desastres electorales.

Y tampoco habría que esperar más auto crítica para reconocer, pues, que el PSOE lleva demasiado tiempo dando ‘palos de ciego’ en sus posiciones y propuestas políticas. Y no digamos menos en lo relativo a su liderazgo y cuadros dirigentes, en lo que poco se siembra y poco habrá para recoger.

De hecho, frente a quienes dentro del partido defienden dejar gobernar de nuevo al PP, apoyando tarde o temprano su investidura si no por activa sí por pasiva, con la vieja guardia socialista a la cabeza, Madina aclaró que a quien ahora corresponde formar gobierno es a Rajoy. Y que éste no puede pedir al PSOE que le facilite el trabajo “para defender” políticas contra las que los socialistas se habían presentado a las elecciones.

Después de indicar que Rajoy tiene otros posibles apoyos en el Congreso de los Diputados, donde hay fuerzas ideológicamente próximas al PP (incluidas las derechas de ámbito autonómico con las que sigue sin entenderse), y que debería buscarlas, Madina sostuvo que la gobernabilidad de España había recaído en los populares y que era a Rajoy a quien correspondía “buscar su acuerdo” en vez de presionar al PSOE para que le “arregle la vida”… Y afirmó que los socialistas no se abstendrían en su eventual investidura y que votarían “que no, seguro” (así lo ratificó más tarde el Comité Federal del PSOE por unanimidad, pero con muchas caras largas y disidencias contenidas a la espera de acontecimientos que permitan otra postura).

Claro está que en la controversia interna socialista (un auténtico galimatías que confunde al electorado con un continuo cruce de ideas inconcretas y hasta contrapuestas), Pedro Sánchez se mueve de forma mecánica, igual que un pollo al que se le ha cortado la cabeza y aletea instintivamente por el corral hasta desangrarse; eso sí, acusando del desaguisado a Podemos de forma cuando menos absurda. Es la versión más penosa y dramática del juego de ‘la gallina ciega’, o del de ‘la piñata’ que se pretende romper a estacazos con los ojos vendados. Un espectáculo político lamentable.

El horno del PSOE no está para bollos. Pedro Sánchez es otro perdedor más y debería haber dimitido como secretario general del PSOE el mismo 26-J, al certificarse su segundo y mayor fracaso electoral. Si entre las dos últimas elecciones generales hubiera asumido la realidad social, afrontándola con claridad y pragmatismo, de forma más flexible, sin maximalismos y con el entendimiento político necesario para obviar las exclusiones, quizás hubiera podido liderar una mayoría coyuntural de corte reformista con Ciudadanos y Unidos Podemos (188 diputados), a pesar de haber perdido la oportunidad de hacerlo antes, cuando esas mismas formaciones sumaban 201 escaños.

Pero el caso es que ni el juego de ‘la gallina ciega’ ni el confundirse en el análisis de la situación y su proyección de futuro, es lo mejor que se puede hacer en política. Como tampoco lo es seguir dando ‘palos de ciego’ o tratar de lograr algo sin saber muy bien cómo hacerlo; con dudas y titubeos y sin un rumbo fijo…, porque eso tiene escasas probabilidades de éxito final.

El PSOE se encuentra en una encrucijada penosa, agravada -como hemos escrito en otra ocasión- por los consejos torcidos de Felipe González y del resto de una vieja guardia socialista empeñada en llevar al partido de victoria en victoria hasta la derrota final (como hace Rajoy en el PP). Haría bien en pararse y reflexionar sobre su pasado, su presente y su futuro, antes de seguir dando tumbos cuesta abajo y sin frenos.

Ni el 38 Congreso Federal del PSOE celebrado en Sevilla en febrero de 2012, ni el Congreso Extraordinario de 2014 sirvieron para nada. Y todo indica que el de 2016 tampoco servirá. Lo suyo parece que es, en efecto, el juego de ‘la gallina ciega’, o bandearse por el agitado mundo de la política nacional como un pato mareado.

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