Quien más y quien menos ha tenido alguna vez en su mano alguna tipología de los famosos juguetes que se componen de montones de bloques de plástico interconectables. Su uso abre un abanico inmenso de posibilidades, uno tan grande como amplias sean las mentes de quienes interaccionan con ellos, desde su utilización más básica como piezas con las que construir diferentes figuras reconocibles hasta cualquiera de sus diversos usos no tan visibles a primera vista. Dotar de vida imaginaria a las fichas supondría poder simular que conversan contigo y pensar en que puedan suplantar a otros objetos permitiría convertirlas en aviones que vuelan o coches de competición. Además, cualquier modificación por parte de sus creadores de distintos parámetros de los bloques, favorecería aún más la apertura de maneras de interaccionar con los elementos: ampliar mucho su tamaño permitiría involucrar al propio cuerpo dentro de las figuras creadas con las piezas o modificar su dureza posibilitaría doblarlas en una nueva manera de jugar con ellas. La lista sería interminable pero contendría, en resumen, un mar de posibilidades diversas de convertir unos simples bloques de plástico en infinitas formas de pasarlo bien para pequeños y mayores.

Precisamente en la vuelta de tuerca que podemos darle al uso convencional de los objetos residen algunos de los fundamentos de lo que conocemos como creatividad. Ahondar en su definición implica tomar conciencia de que en la mente no hay nada que no haya sido percibido previamente por los sentidos pues hasta el pensamiento más descabellado se compone de fragmentos diversos de experiencias propias. Tener un pensamiento creativo pasa por analizar conceptos ya existentes y experimentados para reordenarlos de formas distintas dando lugar a nuevos hallazgos que encadenan la dinámica del progreso a muy diferentes niveles, desde el propiamente cognitivo o relacionado con el desarrollo evolutivo emocional de cada persona hasta el que trae consigo avances en la ciencia cruciales para la humanidad.

También la creatividad representa una función importante en el ámbito artístico pero quizá no en la manera en que el mito del pintor, fotógrafo o músico creativo se conoce a nivel generalizado socialmente. Multitud de tareas en la música no requieren de forma necesaria de un proceso creativo y sí de otras funciones intelectuales más mecánicas o procesuales que facilitan la acción interpretativa. Frente a estas tareas, otras de la disciplina musical se acercan a la creatividad con mayor anhelo de convivencia, siendo el más claro ejemplo el campo de la composición. Crear música necesita de experiencias, vivencias y conocimientos sobre la literatura musical ya escrita que favorezcan la reflexión y un nuevo orden de las ideas y parámetros implicados para generar nuevas formas de hacer y nuevos lenguajes. Hasta los momentos más transgresores y, por tanto, cruciales a nivel histórico de la creación musical, se han servido del uso de los patrones compositivos arraigados para romper con ellos y abrir una nueva dirección en la manera de entender la música. Por poner un ejemplo entre mis debilidades, citaré a la barba más representativa de los autores vivos de los últimos tiempos, el compositor estonio Arvo Pärt (Paide, 1935), interesado en su dilatada trayectoria tanto por el serialismo y la música aleatoria como por el gregoriano y la polifonía renacentista, lo que dio lugar a su depurado y original lenguaje minimalista, un oasis de reposo, calma y placidez enfocado a la mística y a la espiritualidad en contraste con sus experiencias en el régimen comunista, alentador del ateísmo y condenatorio de las manifestaciones religiosas tradicionales.

La creatividad representa una habilidad y destreza por generar nuevas ideas o nuevas asociaciones a partir de conceptos que ni la música requiere en todas sus manifestaciones a priori ni aquellos que la ejercemos como profesión traemos incorporada de partida. Al contrario de lo que expresan muchas creencias populares al respecto, puede y debe estimularse, practicarse, aprenderse y, desde luego, supone una herramienta muy útil, no solo para las artes sino también para la resolución de problemas y para multitud de tareas de la vida cotidiana. Especialmente necesarias son las visiones creativas en muy diferentes ámbitos que van desde la esfera más privada hasta la pública (educativo, político, familiar, empresarial…) ante un actual panorama impregnado de fracturas sociales y marcado por la rapidez del cambio que imprime la constante presencia de las nuevas tecnologías. Como ocurre al interaccionar con los bloques de juguete, construir pensamientos nuevos conlleva mirar hacia el futuro en un ejercicio de imaginación activa que tanto niños como adultos pueden practicar de forma adaptada a su propio bagaje cultural y a sus necesidades, ayudando a promover la creatividad como rasgo esencial en la persona, sin poner límites y huyendo de las estructuras de razonamiento cerradas, para alcanzar, en definitiva, maneras de pensar y sentir más útiles, críticas, libres y mucho más felices.

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