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Una tía mala es peor que cien tíos juntos

Sonia Vivas, reflexiones de una policía lesbiana que cometió la tropelía de denunciar que unos compañeros la acosaban

Sonia Vivas Rivera
Sonia Vivas Rivera
Nació en Barcelona en el año 1978. Hija de una familia de emigrantes extremeños. Pedagoga y educadora, policía vocacional. Cursó master en ciencias forenses y se especializó en derechos contra las libertades fundamentales liderando el servicio de delitos de odio pionero en Baleares. Residente en Palma de Mallorca, entiende la seguridad pública como un servicio al ciudadano en comunión con los derechos humanos. Mujer, feminista, lesbiana y de izquierdas. Concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBi del Ayuntamiento del Palma de Mallorca
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análisis

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Es cierto que la sociedad es hostil y que el machismo es un sistema político que opera en todos los rincones de nuestras vidas, pero en la policía la cosa adquiere una magnitud, cuanto menos de gigante.

Que la víctima de según qué delitos es alguien de quien dudamos es algo incuestionable.

Un gran secreto a voces, una verdad que no somos capaces de asumir porque nos hace sentir seres abominables y despreciables.

Por eso, para poder apedrearla, necesitamos argumentos de peso que hagan planear sobre ella la idea de que es una muy mala persona, alguien a quien odiar está legitimado, alguien que…denuncia porque busca algo.

Pero no todas las víctimas gozan de poca credibilidad, las femeninas en eso tienen master y postgrado y ahí lanzo este artículo, con la clara intención de ponerle las mejillas rojas a más de uno y a más de una, que vergüenza debería darles criticar la práctica de la lapidación en países lejanos para después llenarse las manos de piedras pequeñas pero compactas (por lo de matar lentamente a alguien y prolongar su agonía) y lazárselas a una desgraciada semienterrada que ha denunciado aquí, en nuestro primer mundo, como le destrozaron la vida unos desaprensivos. Y es que abrir la boca tiene un precio aún demasiado alto.

Sucede que cuando una mujer denuncia que la han agredido sexualmente, que ha sido víctima de tocamientos o abusos, que le han hecho mooving, que su marido le ha pegado o que la han maltratado de mil formas , ahí es cuando todo se pone en alerta y se prepara el protocolo de la duda, la calumnia y el «vamos a sacarle la piel a ver si es verdad que sufre». Porque si no llora, patalea, se rompe la ropa y jura entre sollozos que es verdad y que quiere morirse, entonces, entonces es que miente. Es más, miente casi seguro, porque, aunque hace todo eso, sabe fingir muy bien, y es que «una mujer mala es más mala que diez tíos juntos».

Como les decía: cuando tienes la loca idea de ejercer el derecho a denunciar a quien te oprime lo que viene después es una especie de bulling colectivo que te recuerda que la osadía femenina se paga caro y que por tanto, tu peaje lo saldarás a plazos y financiado en letras diarias, un pagar y pagar muy largo llevado a su fin mediante un crédito al que estarás ligada hasta que recaiga sentencia, o puede que no, porque luego, los agresores del matoneo de patio analizarán el auto del juez para seguir diciendo, en el caso de que algo no haya quedado lo suficientemente claro, que eres una mentirosa de manual. Vamos que la llevas clara, víctima.

Se pone en marcha como digo la «chupi pandi abusona» para empezar a confabular en manada recordando el día en que no saludaste a uno de ellos de lejos, el momento en el que sacaste la merienda y no ofreciste al resto o aquella bendita ocasión en la que no te levantaste del asiento del bus para dejar sentarse a una anciana. En la orgía comunitaria en la que tú eres la actriz porno invitada, te dibujarán como una mujer sin corazón, egoísta, frívola, mala madre, mala hija o mala hermana, que tiene conflictos con los vecinos y que además a veces se emborracha, una tía muy chunga que ha decidido joderle la vida a un pobre hombre que tuvo la desafortunada suerte de pasar un día por allí, por tu esquina.

Entonces la camorra de matoneo comienza a interpelar al resto de féminas de tu entorno para encontrar en ellas la respuesta que tanto ansían y claro, ante el miedo insuperable de poder ser víctima de un ataque semejante, ellas les darán la razón con el argumento que quieren escuchar, que no es otro que, que eres mala. Entonces el feminismo, la sororidad y todo eso se va al carajo y ves como tus propias compañeras de trabajo desenvainan una catana Hattori Hanzo y se dirigen hacia ti para de entrante, cortarte como mínimo la cabeza, a sabiendas de que la que lo haga primero será recompensada así como también la que te provoque el mayor sufrimiento, iniciándose así una gincana en la que el premio es la protección del heteropatriarcado y la promesa de que: si haces lo que debes no te pasara nada, guapa, bonita (palmada en el culo).

Y es que, colocarse a tu lado para que cien espadas quieran atravesarte a ti también no mola demasiado y aún hay mucha cobarde.

Tanto es el caso que la asociación de mujeres policías Mupolia se autodenominan no feministas aunque dicen estar a favor de la igualdad…cuesta un poco digerir eso, lo sé.

Las mujeres lesbianas lo tenemos un poquito peor dentro de la poli, si te machirulizas mucho mucho puedes confundirte con uno de ellos y así se relajan porque te ven como un tío con tetas, por lo tanto alguien no follable, con el que habrá cero conflictos y mucho colegueo.

Hay algunos que piensan que lo que quieres es ser un hombre, ascender en ese heteropatriarcado de género para, en la cúspide ser uno más. Te perciben como un ser frustrado cuya máxima aspiración es entronarse en el Olimpo masculino para divisar desde allí las cumbres femeninas…pequeñas y nevadas, vulnerables… claro, de ser así, por tu quiero y no puedo, debes sentirte furiosa, y por tanto, como quieres ser como ellos pero no puedes por pura biología, eres una bollera que odia a los tíos. Cabe decir que si estas muy buena, como fue mi caso (risas) todo puede solucionarse con un buen trozo de carne de esa que viene como los kebaps, montada sobre una barra.

Y es que, aunque se empeñen en hacernos creer que son casos aislados y que la sociedad y las corporaciones policiales son muy abiertas, la sola idea de apertura ya enuncia que existe por tanto una frontera y el machismo recalcitrante al grito de: por mis cojones! Sigue impregnando los uniformes. He aquí mi lucha para contribuir a que algo cambie, aunque se me acuse de ser quien un día, así a lo loco y de pinzada de cable embestí y maté al gran Manolete.

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