Confesión

Una tarde invernal que no acompaña los propósitos. El Cierzo se clava en las orejas, las gotas de lluvia buscan orificios entre la nuca y la espalda por los que encontrar cobijo. El cuello desaparecido entre los hombros, sujeta una cabeza que no ve y que dirige la mirada un palmo por delante de las botas de montaña. Acaba de pasarse el portón. No está decidido. Pero a alguien debe contárselo. El desamor le quema las entrañas, le estrecha el estómago y constriñe su intestino. Hoy es sábado y no hay psicólogo, ni en urgencias. Así que, tal vez en la iglesia le den consuelo. Pero no está decidido. Hace cientos de años que no pisa una iglesia. Ya no sabe ni como se hace eso de la confesión. Vuelve sobre sus pasos. De nuevo, el portón queda atrás y no se decide a entrar. Gira, otra vez, hasta empujar el pequeño portalón que da acceso a una nave oscura. La soledad es la dueña del lugar y el silencio contrasta con el profano ruido exterior del aire contra paraguas, toldos y viandantes, las gotas de lluvia que machacan el suelo y el tráfico de la lejana avenida. Mira al fondo. Las exiguas llamas de unas enjutas velas le dan nueva perspectiva de la nave. No está solo. Una anciana de aspecto enteco, ropas negras y velo en la cabeza, está arrollidada, a la izquierda, junto a la cenefa del confesionario. José Mari, se tranquilaza un poco. Al menos no tendrá que ir a buscar al cura. Cuando se levante la vieja, se pondrá en su lugar y le contará al cura lo sucedido. Y el cura sabrá aconsejarle. Seguro.

José Mari, le cuenta al vacío de una voz que le ha recibido con un “Ave María Purísima”, como si fuera una contraseña para entrar en el extraño mundo del más allá, que está muy triste. Su mujer le ha amenazado con irse a casa de su madre y llevarse a los niños. Él no sabe cuál es el problema. No puede haber hecho nada malo.

-¡Casi no estoy en casa! – dice. Salgo temprano a trabajar, vuelvo a comer, y sin tiempo, agarro de nuevo la puerta y corriendo al trabajo. Y no regreso, muchos días, hasta pasadas las nueve de la noche. Los sábados por la mañana, fútbol con los amigos. Por la tarde partida de mus hasta las diez de la noche. Los domingos, vermut con los colegas y por la tarde Bernabeu si juega el Madrid en casa y sin no al bar, a verlo en pantalla grande. No puedo haber ofendido a Mari Carmen. ¡No he tenido tiempo!

El cura le pregunta si tienen hijos. El dice que sí. Dos. Mari Carmen es abogada y tiene despacho propio. Por eso es ella la que se encarga de llevarlos y traerlos del colegio. De ir al médico si se ponen malos y de cuidarlos si tienen que quedarse en casa. Su profesión se lo permite, le dice al páter José maría. Lo que José Mari no cuenta, quizá porque le pasa desapercibido ya que para él no tiene importancia, es que Mari Carmen ha perdido varios juicios por no poder presentarse en el juzgado a la hora, al haber sido llamada con urgencia de la escuela cuando uno de los niños estaba con fiebre. Lo que tampoco cuenta es que los fines de semana, Mari Carmen se los tiene que pasar de aquí para allá llevando a los críos a las actividades extraescolares o a los cumpleaños. Y que, el resto del sábado o del domingo, los dedica a planchar, a cocinar y envasar para toda la semana o a poner lavadoras.

El cura, asombrado por lo inusual de la confesión le dice que no hay penitencia y que mejor sería que hiciera propósito de enmienda. Que ayudase más en casa, que se ocupara más de los niños. Que saliera con la familia al cine y que dejara alguna de sus rutinas como el fútbol o los bares.

Al salir de la Iglesia, se cuenta a si mismo que va a hablar con Mari Carmen. Le dirá que todo va cambiar. Está dispuesto a ayudar en casa y a hacerse cargo de los críos los fines de semana. Dejará el fútbol de los sábados y el de los domingos que no juega el Madrid en casa. Y abandonará el Bambú Girls Bar de los jueves, aunque eso, no se lo ha contado al cura, ni se lo contará a Mari Carmen.

Al doblar la esquina, una veinteañera, de falda corta, zapatos de tacón de aguja y escote tan pronunciado que enseña parte de las aureolas de los pezones, le ofrece sus servicios desde el chiscón de lo que en su día fue un escaparate de una tienda de lencería de barrio. José Mari, acepta y encogiendo aun más los hombros se dice a si mismo que, a las putas no piensa renunciar.

 


Una lucha sin compromiso

Hace uno días, comía con unos amigos que aún conservo de la época de Público y el gran Manolo Saco (Un abrazo maestro qué sé que lo está pasando mal).

Hablamos de muchas cosas, pero siempre acabamos compartiendo ideas y confrontando políticas. Sentados en la terraza de un bar, tras los cafés, algunos optaron por tomarse un combinado de Ron con esa puñalada de azúcar que publicitan como “la chispa de la vida”. Es curioso como suceden las cosas. No hacía ni diez minutos que habíamos recordado en la conversación la lucha de Coca-Cola y lo primero que hacen es pedir ese brebaje. Un servidor que es “toca pelotas” por naturaleza, les recordó lo que acabábamos de compartir sobre la lucha de los Partisanos. Todos se rieron y alguien soltó, pues yo de la Coca-Cola, no pienso quitarme.

Muchas veces creo que somos, como los ratones de laboratorio, adictos. Estamos enganchados a nuestras rutinas y nuestros pequeños placeres. Adictos a nuestras creencias. Somos yonquis de nuestros comportamientos y adictos a los sentimientos. Y esas dependencias, de las que no estamos dispuestos a renunciar, son las que nos están matando.

Si preguntáramos a la gente qué les parece que los trabajadores de Coca-Cola no puedan volver a su puesto de trabajo porque la empresa incumple las sentencias, la mayoría estaría a favor de que la multinacional cumpla con lo sentenciado por los jueces y que los trabajadores vuelvan a sus trabajos con normalidad. Si preguntáramos qué opinan de que grandes multinacionales estén explotando niños en Asia para lograr ingentes beneficios en el primer mundo, o de la destrucción masiva de la selva en Malasia para la plantación de Palma con la que sacar aceite, o sobre la quema indiscriminada de la selva de la Amazonía para plantar soja, la mayor parte de las respuestas serían contrarias a la explotación de los niños y de los cultivos masivos de soja o palma. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando debemos tomar conciencia personal y contribuir para impedir que eso suceda? Pues que no estamos dispuestos a dejar de tomar Coca-Cola. Que no queremos dejar de tomar Nescafé por las mañanas (a pesar de que Nestlé es una de las multinacionales más devastadoras del planeta), que no vamos a dejar de darle bollería industrial a nuestros hijos, que nos inventamos excusas como la de “todos son iguales” para seguir llevando unas zapatillas Nike o Adidas o para continuar comprando ropa en Zara, El Corte Inglés, H&M, C&A, etc.

Nuestro compromiso sólo se atiene a tomar posturas que no impliquen cambios de conductas o el esfuerzo tanto económico como de gasto de tiempo, en buscar alternativas que acaben con todos estos explotadores.

Y dejamos, a conciencia, de querer conocer que éstos, además de ser los mayores responsables de la destrucción del medio natural, de la explotación de las personas y da la tan dañina globalización, son los que, con sus extraordinarios beneficios obtenidos de nuestras costumbres, ponen y quitan representantes políticos y ganan y hacen perder elecciones.

Somos adictos al capitalismo y a su enfermedad derivada, el consumismo. Y no somos capaces de desintoxicarnos. No vale con escribir un twit, un comentario en Facebook o un artículo en la prensa. Debemos de ser consecuentes y coherentes. Sólo así podremos cambiar el mundo. Si es que es lo que realmente pretendemos. Porque a lo peor, quejándonos sin hacer nada, creemos vivir mejor.

Si no somos capaces de dejar de tomar una simple bebida, si no somos capaces de dejar de consumir un simple Donuts, ¿cómo vamos a dejar de comportarnos como esclavos?

Las guerras, no se ganan folgando aunque folgar sea siempre más placentero que luchar.

2 COMENTARIOS

  1. Jesús me ha parecido un artículo buenísimo, muchísimas gracias por tus palabras. Completamente de acuerdo, nosotros tenemos el poder de votar todos los días, como consumidores a la hora de meter algo en nuestras casas, y no lo sabemos.
    Un saludo de las espartanas de cocacolaenlucha

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