Trabaja por las noches como negro de un periodista relumbrón. Desde hace años escribe para él una novela que esperan los organizadores de un premio pero a la que ninguno de los dos se decide a poner el punto final. Ayer llamó el periodista. Le han encargado un cuento para una revista de moda. El tema propuesto: “¿Es el sexo algo mental?”. Hay que entregarlo el jueves.

Como siempre antes de escribir, como ejercicio de inspiración, da un paseo visual por su escogida biblioteca. Poca literatura erótica, nada. Bueno sí, un ejemplar del Kama Sutra que su padre, por discreción, tenía siempre con el lomo hacia dentro y que gracias a esta anomalía llamaba más la atención y fue objeto de nocturnas excursiones adolescentes. Allí estaba, en el último estante, junto al Tao Te King, una Antología del Soushenji y más libros orientales. Primer intento fallido. Se zambulle en sus recuerdos. No le gusta utilizarlos directamente para escribir y menos aun cuando trabaja para otros pero la urgencia obliga. Pasa un rato largo pensando en sus escasas y furtivas experiencias. No, no hay ninguna, desde luego, a la que pueda considerar mental..

Después llegó la piel, “ce qu’il y a de plus profond dans l’homme, c’est la peau” en palabras de Valery, lo más profundo del ser humano. Adoración por la piel, por sus tonos, por sus reacciones, por los cinco sentidos actuando a la vez. Imposible imaginar estar con una mujer sin recitar todas las preposiciones (a, ante, bajo, con, contra, de, desde…) en su piel. Pero no, tampoco las preposiciones son cuestiones mentales, más bien pura física recreativa.

Llegó la época Estilita en su columna semanal en la sección de cultura de un periódico de provincias, feliz en soledad con los libros. Sin duda una etapa mental, pero desde luego poco o nada sexual. A la travesía por el desierto le siguió el desparrame nocturno que tuvo más que ver con el alcohol que con otra cosa. Y finalmente, Manuela, puerto de recalada.

— Manuela, perdona ¿lo nuestro es sexo mental?

— Pero de verdad, que tonto eres.

 

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