Recogida de banco de alimentos en el Eroski / FOTO LUIS ANGEL GÓMEZ.

¿Hay gente rebuscando entre los contenedores de su barrio? En el mío sí. ¿Ven largas colas en los comedores sociales de su zona? En mi caso también. ¿Es habitual la conversación entre sus conocidos del sablazo que se han llevado con el último recibo de la luz? Ciertamente también. ¿Existe algún caso de parados de larga duración entre sus familiares o sus amistades que no perciba ningún tipo de ayuda? En mi caso hay varios casos, muchos casos…

Sin embargo, hay personas que niegan estas realidades a diario. Y claro, de la gente como yo dicen que somos alarmistas, que somos antipatriotas y que tenemos una visión negra de España. “España es un gran país”, decía Rajoy en el Congreso poniéndose el traje de estadista. La percepción personalísima de los problemas -lo admito- no siempre se ajusta a la realidad (ni la mía ni la de quienes piensan que todo va sobre ruedas, obviamente). Por eso es importante acudir a los datos. Sólo mediante algo tan abstracto como los datos se llega a comprender la tragedia personal de quienes sufren estoicamente una realidad durísima, y esto es contraproducente, ya que no hay nada más frío e impersonal que un puñado de datos sin rostro. Ponerle rostro a los problemas es tildado de demagógico, sensiblero y ventajista. La credibilidad pareciera que sólo es patrimonio de los insensibles. Bueno, no tanto…

Hace un par de semanas escuché a la directora de RRHH de la empresa Digitex decir en un reportaje televisivo que no es justo hablar de precariedad cuando nos referimos a gente que tiene un trabajo. Es decir, en este estado de cosas, aquellas personas que disponen de un empleo son/somos unos privilegiados, sea este empleo del tipo que sea, aunque sus condiciones sean deplorables. ¿Por qué llega a imponerse una línea de pensamiento tan tramposa? Entre otras cosas por los propios datos (parciales) que ofrecen los medios de comunicación de masas. Cada mes nos cuentan cómo van los datos del paro y de vez en cuando se hace también mención a los datos de cotizantes en la seguridad social. No se abren telediarios con los datos de las personas que han tenido que abandonar el país para buscar un futuro en otros lugares del mundo. Es más, cuesta conseguir esos datos que, por otra parte, obtuvieron su eufemismo correspondiente por parte del gobierno: la conocida “movilidad exterior”.

El porcentaje de trabajadores pobres en 2012 era del 10,08%, mientras la tasa de paro en el cuarto trimestre de 2011 era del 22,56%. El porcentaje de trabajadores pobres en 2015 ascendió al 14,8% mientras que la tasa de paro del cuarto trimestre del año siguiente, 2016, se situaba en el 18,63%. Hay que añadir que entre el cuarto trimestre de 2001 y el cuarto trimestre de 2016 hay 700.000 personas activas menos y alrededor de 350.000 ocupados más.

Se suponía que estar en posesión de un empleo era el mejor escudo contra la pobreza y la exclusión social. Sin embargo, la realidad percibida y la realidad de los datos (aquí no hay contradicciones que valgan) nos muestran que vamos retrocediendo a toda máquina. El sistema sólo se pone en cuestión por parte de quienes lo administran para ir derribando, una tras otra, todas las certidumbres que fueron construyéndose tras las dos grandes guerras del siglo XX. Cubrir las necesidades era un auténtico despilfarro, sin olvidar que aún aquel “estado del bienestar” que prometía la extinta socialdemocracia europea era a costa de olvidar al resto de los seres humanos más necesitados de otras áreas del planeta. Pero nos poníamos un lacito o una pulsera, eso sí. Y como siempre, ahí sólo cambiaron las palabras: de países subdesarrollados comenzó a hablarse de “países en vías de desarrollo”. Hasta el próximo eufemismo.

De los trabajadores pobres se dice en algunos medios que se trata de una “nueva clase social”. Parece que cuesta llamar a las cosas por su nombre, y llamarlos pobres a secas. Decir que vamos camino de una nueva forma de esclavitud, sin datos que lo sustenten, estoy seguro de que será tildado de demagógico, ventajista, populista…

Hay palabras para todos los gustos y datos para sustentar todos los pareceres. El caso es dormir con la conciencia tranquila aunque la verdad -me temo- siga siendo ese guisante bajo el colchón que no permitía dormir a la princesa de aquel cuento de Andersen.

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