Alguna de las formas más certeras que los humanos tenemos para definirnos y retratarnos, son los enemigos que elegimos y las causas por las que luchamos.

Ahí no existe lugar a dudas, somos el significado de cada razón por la que peleamos, y de todas nuestras sinrazones.

El carácter es la educación del temperamento, mas no hay fortaleza de carácter si no hemos sometido al temperamento a un análisis racional que controle, adecuándose a la realidad, aquellas irracionalidades destructivas y caprichosas que tenemos.

En definitiva, en eso consiste madurar.

O eso o la histeria, por ejemplo.

En la España más negra, analfabeta, germen de maltratos en distintos ámbitos, machista y misógina; parte de un pueblo, con la ignorante excusa de la tradición que, dicho sea de paso, no conocen porque sólo deben leer las señales de tráfico, resulta que se ha encaprichado malvadamente de querer torturar y asesinar a un toro.

En la pataleta manifiestan que este crimen con saña es lo mejor de su idiosincrasia y su mayor diversión anual como «fiesta» popular.

Toma ya.

Qué será lo peor.

Para mayor honor y culto a la inteligencia, sale un dr. Freud rural y gruñe algo así como que la violencia, inmanente en los del terruño, hay que ejercerla sobre un animal para que no la sufran después las mujeres.

Hasta un neardenthal sería menos misógino.

Los gorilas en la niebla selvática son, desde luego, más amorosos e igualitarios.

No digamos un perro, que es el amor y la ternura incondicional con patas.

Quien proyecta su odio hacia las mujeres, las envidia mucho.

Todo este revuelo de azadones se ha producido porque la autoridad manda ahora que la muerte del pobre toro, medio infartado ya de barbarie, se produzca en «intimidad» con sus verdugos.

Qué gran corazón alargar su agonía…

Pero como los animales «no sufren», esa es la mentira que argumentan todos los matarifes y torturadores, esa subespecie que intenta ocultar la gran verdad: los que no sufren son ellos, nacidos sádicos que se divierten con ver correr sangre y lamentos ajenos.

Esto de las «tradiciones» se estira hasta lo psicótico.

Tradición era o es, quemar mujeres y hombres en la hoguera, masacrarlos en un potro de torturas, lapidar a una hija, correr por las calles al cornudo o al tonto del pueblo, bañarse en sangre de vírgenes, cortar la lengua a los mentirosos y las manos a los ladrones, pegar a las mujeres y matarlas…

La Inquisición española nos dejó un florido elenco de tradiciones, a cual más imaginativa.

Cobardes son los que se miden con un indefenso y aterrorizado animal, al que clavan lanzas en hordas enloquecidas de rabia y propias de siglos de inmunda oscuridad.

Hay que elegir gobiernos que protejan a los animales y castiguen dura y ejemplarmente a quien lo incumpla.

Los gobiernos que, a través del dinero de nuestros impuestos, perpetren  y mantengan carnicerías, que caigan; porque además de robarnos para gastarlo en sus sádicos divertimentos, no respetan al segmento de población que ama a los animales, cada vez mayor y mejor preparado.

Son los mismos desalmados que están destruyendo nuestro planeta por sus espurios intereses económicos, que a nadie más benefician.

NO EN MI NOMBRE NI CON MI VOTO.

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