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Todo está apagado

No hablo de política, sino de emociones

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Para Gabriel Fernández,

laudista perdido en Los Pirineos

 

Hace mucho que aprendí que si la mente es una simple herramienta de nuestro cerebro, como la mano para nuestro cuerpo, la racionalidad es un utensilio de nuestra consciencia, esto es: la lógica compone un porcentaje mínimo de nuestras vivencias, casi todo es sistema límbico puro, la emoción y lo inconsciente son más parte de nuestro comportamiento que eso que llamamos pomposamente «realidad».

Me sorprendió la intervención de Tardá el miércoles 11 de octubre, casi nunca he coincidido con sus ideas pero me ha parecido un parlamentario brillante y he disfrutado con algunos de sus discursos, vitriólicos y reveladores de la agenda oculta del conservadurismo, sin embargo una imagen de derrota, de hombre hundido y prisionero a la defensiva trasladaron justo lo contrario de la pretensión nacionalista catalana del «seguimos»: estaba acabado.

Y él y Aitor Esteban, portavoz del PNV, cometieron un error imperdonable que les situó fuera del parlamentarismo democrático más simple, confundir la representación de sus grupos parlamentarios con la representatividad de una región o, algo peor que frisa con el racismo, de un «pueblo» (catalán o vasco), hablaban excluyendo de sus representados a los posibles votantes de partidos no nacionalistas, como si el PP, PSOE, Podemos, IU, Ciudadanos o cualquier otro partido no tuvieran potestad de representación de la ciudadanía de sus regiones, naciones, países o como quieran llamarlos, como si el bilbaíno o la gerundense que votan a partidos generalistas no formaran parte de lo que ellos representan (¿españolistas incrustados?) o como si esos partidos no tuvieran derecho a defender los intereses variados de sus votantes.

Hablar de los votantes vascos o catalanes o murcianos por oposición a los de España, sin caer en la cuenta de que una parte de estos votantes regionales puede optar por partidos no nacionalistas y, por tanto, defender una postura constitucionalista que representa a catalanes, vascos, canarios con la misma legitimidad, no siendo pues su postura opuesta a ellos sino tan catalanista como las de las CUP… demuestra que se nos ha fundido el chip de la diversidad y lo democrático.

Hoy no hablo de política, sino de emociones. La presión a la que la sociedad ibérica ha sido sometida en las últimas semanas nos ha devuelto a la bestia no ilustrada que hemos sido siempre. Oigo a mi alrededor gente cantando el himno de Manolo Escobar buscando la connivencia y reafirmación de su nacionalismo en la masa circundante, se me erectan los folículos pilosos viendo esas multitudes segadoras afilando sus herramientas mirando hacia un junio venidero y dar buenos golpes de hoz; en mis clases pongo el himno andaluz y el catalán, horroroso aquél musicalmente y muy bello éste, terribles los dos: victimismo, racismo, violencia extrema justificada por la construcción del enemigo exterior, falso historicismo empós de una gloria arrebatada en el pasado, y miro a esos catalanitos soñando con segar «trigo» y a las andalucitas hartas de pan con aceite mientras ven a sus maestros llorando con la blanca y verde… ¡cuánto no daría yo por un país que en vez de banderas e himnos estupidizantes enseñara a masturbarse y a follar en condiciones para ser más felices!

Ha bastado rascar la superficie de esta tierra conejera para darnos cuenta del fracaso que no hemos terminado de abandonar: el de la ignorancia, el de la simpleza… Un país que no lee o sólo lee mierda, un país con una universidad devorapresupuestos endogámica y politizada, un país convertido en folklorista para poder mantener una economía semiesclavista dependiente del turismo, un país en el que los medios públicos usan la (pseudo)cultura como ornamento o para comprar voluntades, un país con medios de comunicación copados por neuróticos diagnosticables, un país de grandes ciudades deshumanizadas o ruralismo caciquil que no reforma sus leyes electorales, un país atemorizado de poner en entredicho a la surrealista institución de la Monarquía, un país que sigue mezclando las instituciones públicas con organizaciones dudosas desde todos los puntos de vista como la Iglesia Católica, un país donde no ha interesado nunca que funcione el Sistema Educativo… nos devuelve a la época de la persecución de los «afrancesados», si no eres un becerro españolista o una catalanista gilipollas: vete o muérete (te ayudaremos).

España me da igual, propongo llamar a toda la península Cataluña, crear un nuevo país aprovechando las estructuras existentes y mejorándolas, ¿nos aceptará Tardá la oferta?

Todo está apagado. Hay tristeza porque ha vuelto el miedo, los asesinos, las déspotas, los jueces sumarísimos que arreglan todo ahora, ¡ya!… han vuelto. El veneno que resucitó a Mr. Hyde es la sinrazón masificante nacionalista, me da igual cuál empezó, el derecho a la autodeterminación ha de ser definido como el derecho a la individualidad: nunca por exclusión de los otros, y no soy neutral: lo que no voy es a entregar mi vida, mi pensamiento, mis lecturas, mis placeres, por un ideal que me diluya en una masa indiferenciada donde no importe mi desaparición más que en lo cuantitativo.

Hemos enfermado, miren a su alrededor, la locura ha vuelto. Todo está apagado. A mí España me da igual, propongo llamar a toda la península Cataluña, crear un nuevo país aprovechando las estructuras existentes y mejorándolas, ¿nos aceptará Tardá la oferta? ¿O porqué no acabar de una puta vez con las autonomías salvo en lo cultural y lo idiosincrático? Miedo al cambio, contra Franco vivíamos mejor.

Yo no pegaría a nadie por mis convicciones, la única enseñanza que la vida me ha dado es que: el fracaso nos hace libres. Soltar el lastre de todo lo superfluo nos enfrenta a nuestra realidad, a lo que de verdad somos; cuando entramos en el torbellino de lo ideal: toda obra es susceptible de perfeccionamiento hasta su total destrucción.

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