Acunado por el ruido monótono de los motores y el calorcito de los rayos de sol que entran por la ventanilla, el industrial de cuarenta y tres años Fermín Sastre, se ha quedado dormido. Pero solo un instante. Las turbulencias le devuelven al Airbus 340 que hace el recorrido desde el aeropuerto internacional Mariscal Antonio José de Sucre, de Quito, al de Barajas, Madrid.

Fermín entreabre los ojos. Tiene la boca pastosa. Alarga el brazo hacia la izquierda y siente el tacto suave de Tobi, su osito de peluche. Con los dedos juguetea un rato en el pelo sedoso del muñeco. Esto le reconforta y le transporta a la infancia. Sus padres se lo regalaron cuando él era aún más pequeño de tamaño que el oso. Tiene fotos sentado en la cuna mirando de frente a su nuevo amigo. Después, durante toda la niñez, Tobi fue un objeto mágico, alguien a quien confiar sus secretos. En la actualidad es un amuleto. En el avión el peluche le da seguridad.

Es hora de comer, o de desayunar. Fermín ha perdido la noción del tiempo. Es el segundo avión que coge en las últimas horas. Ayer fue de Medellín a Quito en Aerogal (Aerolínea Galápagos). No le dieron ni un triste zumo. No soltó a Tobi en todo el trayecto. Con Iberia la cosa es diferente, quiere pensar que es una compañía segura.

La auxiliar de vuelo empuja el carro por el pasillo. Debajo del maquillaje impecable, Don Hastío y Doña Cansancio se burlan de los pasajeros. Fermín entorna los ojos y lee Tania en la chapita de identificación que ella lleva en la solapa. La vista se le va al escote. La azafata se ha agachado un momento para coger una bandeja.

Los pechos grandes siempre son mejores imaginados… y los pequeños ganan al descubierto.

Tania tiene unos melones que dan suficiente margen para imaginar. Fermín nota que lleva el cinturón de seguridad muy apretado a los genitales. Se lo suelta. No quiere comer, pero sí un whisky con Coca Cola. Tania se lo sirve, le sonríe casi con naturalidad y mira a Tobi, que le devuelve su mirada de cristal… no, él no tomará nada de momento.

Fermín Sastre ha tirado su osito Tobi a un contenedor de escombros a pocos metros de su casa. Una ducha rápida. Tiene una cita.

Los pechos de Tania están ahora en la planta catorce de un apartamento de lujo de La plaza de los Cubos. En una fuente de cerámica de Talavera, junto a la cabeza envuelta en plástico, ocupando toda la parte alta del frigorífico.

Fermín Sastre, sentado frente al televisor apagado. El resto de Tania reposa a su lado. La mano de él se ha abierto paso bajo los panties de compresión.

Con los dedos juguetea un rato en el pelo sedoso.

 

Tobi continued…

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