Basta con realizar un rápido recorrido mental a través de las diferentes sociedades de nuestro planeta para caer en la cuenta de que todas las culturas, de una forma u otra, tienen presente y necesitan la música. Construida de múltiples formas rítmicas y mediante diversas maneras de agrupar los sonidos, la música es empleada en las distintas civilizaciones con numerosos y variados fines, algunos artísticos, otros ligados a rituales espirituales o religiosos, como herramienta que acompasa los trabajos manuales monótonos y, por supuesto, en muchos casos, unida íntimamente al ocio.

Nuestra cultura es un claro ejemplo de este último fin y, la herramienta social del coro, una perfecta solución para todas aquellas personas con inquietudes artísticas que no poseen conocimientos profesionales en la materia. Terapeutas, publicistas, conserjes y policías conforman los cientos de agrupaciones vocales amateurs con las que contamos en nuestro país, habiendo encontrado en el desarrollo de esta ocupación una salida a su necesidad de expresarse y divertirse, la misma que otros descubrieron en la fotografía, en la pintura o en el baile. Y es que emplear la voz para hacer música supone echar mano del instrumento más accesible, el que todos llevan incorporado y, hacerlo en el coro, formar parte de una actividad grupal de la que gran parte de nuestra sociedad desconoce sus entresijos.

Dejar a un lado la individualidad para ponerla al servicio del grupo es la primera premisa que todo buen cantante de coro debe aprender al incorporarse a un conjunto vocal. Cada persona emite con su voz un sonido único que conforma su propia identidad y que deberá ser capaz de adaptar en sus diferentes cualidades por el bien común. Educando el oído aprenderá a encontrar las diferencias que la suya tiene con las voces de los compañeros que en el coro le rodean, pudiendo y debiendo hacer los ajustes necesarios en beneficio del conjunto. Así se produce el ansiado empaste, cuando varios intérpretes cantan al unísono consiguiendo un sonido que se percibe como el de uno solo y que, junto a los requisitos de afinación y equilibrio sonoro, requerirá de una escucha activa y de una flexibilidad del cantor que pasa obligatoriamente por la comprensión de que, en un coro, todos son importantes pero ninguno destaca sobre los demás.

La búsqueda de un buen sonido del grupo es esencial para la experimentación de un hecho estético, para la creación de belleza empleando la voz, y alcanzar tal objetivo será más viable cuanto mayor sea el compromiso del cantante con una serie de pautas obligadas de comportamiento. Gran parte del éxito del trabajo de un coro reside en los buenos hábitos de sus componentes que deberán ser previamente ejemplificados en la figura del director, su referencia. La asistencia regular a ensayos, la puntualidad, el silencio durante el trabajo y las correcciones, el estudio previo de la obra y de la voz de cada cual, la predisposición a una buena convivencia, el respeto a los compañeros, proporcionarán una dinámica constructiva en la que todos sentirán que aprenden y crecen juntos, contribuyéndose al desarrollo de la autoestima individual y grupal. El ensayo supone un tiempo que cada persona se regala a sí mismo, alejándose de las obligaciones, desconectando de la rutina, reduciendo el estrés y posibilitando un ejercicio catártico que devuelve el equilibrio emocional después de una jornada laboral agotadora.

Existen tantos niveles de coros amateurs como intereses de las personas que lo conforman y la pauta diferenciadora vendrá marcada por la línea del proyecto musical en cuestión que cada director haya creado para su grupo. La música, en unos u otros estilos, gusta a todas las personas, pero someterse al compromiso que implican este tipo de proyectos es harina de otro costal y necesita, por parte del director, de un equilibrio entre mano dura, la de la exigencia, y mano izquierda, la del buen ambiente, difícil de alcanzar. El director del coro amateur debe poseer, sumados a su formación musical y técnica del gesto y a las habilidades sociales para gestionar el grupo, la valiosa cualidad del carisma, esa energía atrayente que le permitirá transmitir a los cantantes la emoción por la música que juntos están interpretando, contagiando la ilusión y consiguiendo que todos asuman la responsabilidad de construir un resultado artístico común mediante el enganche que produce la incomparable sensación de hacer música con el propio cuerpo y con el del colectivo del coro.

Además del componente musical, existe ligado a la vida de estas agrupaciones un importantísimo y necesario componente social. Del compartir esta pasión entre las diferentes personas que llenan la estructura del grupo coral, nacen diferentes lazos de unión a todos los niveles. Sentir la maravillosa experiencia de cantar con otros, vivir con ellos el sentimiento que esta actividad provoca, genera un conjunto de vínculos entre los cantantes realmente valioso. En el coro encontrarán conocidos que comparten su afición, compañeros que le aprecian y se preocupan por usted y, con un poco de suerte, amigos de esos que se pueden contar con los dedos de una mano, preciado tesoro que le acompañará de por vida.

A todos aquellos que desconocen el lenguaje del coro, que relacionan este mundo con la misa de los domingos, los actos protocolarios universitarios y los uniformes de túnica, a todos los que creen que el coro es solo para mujeres, carcas o voces privilegiadas, a todos los que quieren participar pero sienten complejo o vergüenza, les invito a que dejen atrás sus prejuicios y apoyen este sistema de expresión musical tan saludable, bien sea desde dentro como intérpretes o desde fuera como público; quizá la experiencia les sorprenda y les demuestre que, cantar en un coro o escucharlo, aporta, en definitiva, algún tipo impagable de felicidad.

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