La resaca no es de las peores. Pero como siempre sí parece la peor. Te duele la cabeza. Tiemblan tus piernas cuando sales de la cama. También las manos. Va pasando. Dos cigarrillos. Tres cafés. Una tostada de pan reseco pero generosamente bañado en aceite. Resistes la tentación de un tercer cigarrillo. De un cuarto café. Faltan pocos minutos para que desde el campanario de la junta de distrito del ayuntamiento den las cuatro. Las cuatro de la tarde para el común de los mortales.

Las cuatro de “el principio del día” para ti. Cierras la puerta de un tirón, sin preocuparte de dar las tres vueltas correspondientes a la llave en la cerradura de seguridad que ha instalado por iniciativa propia el dueño de tu apartamento en El callejón de los Milagros.

El sol brilla sin deslumbrar. Un gesto elegante por parte del ombligo en torno al cual gira el planeta tierra. Una generosidad que de tanto en tanto se permite el astro rey el mes de febrero para con la dura ciudad de Mad Madrid.

Febrero. Catorce. Catorce de febrero. San Valentín. Hace frío, y al detenerte para subir el cuello de tu chaqueta lo ves. Sobre el muro que vela la sala de bingo sobre la que cabalga tu cubil. Lo ves. El graffiti. Enorme. En letras rojas.

TE QUIERO.

TE QUIERO TIGRE.

TE QUIERO TIGRE MANJATAN.

Un corazón trazado con torpeza como firma. Sonríes. De repente alegre. Animado. Pensando que hace un frío delicioso y no un frío horrible como lo sentías hace un momento. Alguien te quiere. Alguien te ama en Mad Madrid. Hasta el punto de molestarse en hacer una pintada gigante en el muro amarillo cuya uniformidad sólo rompe el portal de tu casa. Una pintada como las que hacías tú cuando te enamorabas de una chica en el pleistoceno; la olvidada época en la que eras un siempre preocupado adolescente.

O una pintada como las que sigues haciendo cuando pierdes la memoria tras beberte una piscina llena de alcohol. Porque fue tu mano. Quizá fue tu mano, Arturo Briz. Tu mano, Tigre Manjatan. Tu mano. Ayer. Anoche.

Tu mano sonámbula y un bote de spray que tomaste sin pagar en la tienda de una gasolinera. Spray rojo.

Nada recuerdas. Miras y remiras la pintada. ¿Quién habrá sido la chica? Eso es lo que piensas. Lo que quieres pensar. Si fuiste tú o fue Julia o Bela en el fondo da igual. No importa. Sacas las garras y las hundes en el corazón de pintura torpe y demasiado rojo. Porque ya has decidido que vas a agarrarte a la sensación. A la sensación de sentirte querido.

Querido en el tópico y estúpido día de San Valentín.

Caminas en dirección al Maine, el bar donde Jose y su mujer te prepararán un buen segundo desayuno a pesar de la hora. Ellos también, como quien haya dibujado el graffiti, te quieren. Bien mirado preferirías que la pintada no fuese obra de una chica. Haberla hecho tú.

Que te quiera una mujer es difícil, pero siempre hay alguna dispuesta a intentar a rescatar a un pequeño diablo de su minúsculo infierno.

Sin embargo quererte tú mismo hasta el extremo de predecir tu tristeza y desasosiego en el absurdo día de San Valentín e idear una treta para conjurar ambos males significaria más. Mucho más. Original. Insólito. Difícil. Efectivo.

(Artilato dictado por Javier Puebla y mecanografiado por el escritor Ángel Arteaga Balaguer)

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