Susana Díaz podrá tener capacidad de liderazgo, pero carece de la visión, del olfato político para comprender la realidad que le rodea. Los análisis que pudiera haber hecho de cara a las elecciones andaluzas del día 2 de diciembre fueron erróneos. Si a esto se le une que la estrategia electoral fue nefasta y estuvo plagada de errores incomprensibles para una mujer de la experiencia de la presidenta en funciones de la Junta de Andalucía.

Sin embargo, los análisis a corto plazo no plasman las consecuencias que la extinción de la socialdemocracia a nivel global. Susana Díaz no vio o no supo ver las señales que ya le habían llegado de Europa y de España. Nombres como François Hollande, Manuel Valls, Martin Schulz, Stefan Löfven, Matteo Renzi, Lodewijk Asscher o el propio Pedro Sánchez antes de la defenestración en el Comité Federal de octubre de 2.016, deberían haber servido de ejemplo para Díaz a la hora de determinar un cambio de políticas y de las propuestas de su programa electoral. No obstante, no vio las señales y el resultado ha sido el que todos conocemos.

Sus propias declaraciones del día de ayer en el que se mostró favorable a las tesis de Ciudadanos y el Partido Popular de aplicar el artículo 155 en Cataluña son la demostración de que el proyecto político de Díaz se va acercando cada vez más al centro derecha que a los valores que defiende el socialismo o la propia socialdemocracia. Esto tendrá consecuencias no sólo en Andalucía, sino que ya las está teniendo en Europa.

La crisis económica generó tanta desigualdad que la sociedad se ha vuelto a polarizar desde un punto de vista político y ante esa polarización los partidos socialdemócratas del centro y del norte de Europa y los socialistas del sur no hacen más que perder relevancia. El recrudecimiento del liberalismo, el relajamiento ideológico buscando el voto de las clases trabajadoras de rentas medias siguiendo la creencia de que la llave de la puerta del poder está en ese invento del centro, el apoyo del grupo socialista en el Parlamento Europeo al grupo popular o al grupo liberal, el gobernar en coalición con partidos conservadores, y, sobre todo, la incapacidad demostrada para afrontar la crisis sin atentar contra la ciudadanía ha hecho que ésta vaya abandonando poco a poco a los partidos socialistas/socialdemócratas.

La desigualdad generada por la crisis económica ha polarizado totalmente la situación de los países, sobre todo en el sur de Europa. Los ciudadanos ven en los partidos socialdemócratas una parte más del frente neoliberal y han perdido la credibilidad necesaria para que aquéllos lo vean como una opción válida para resolver sus problemas. Esta es una de las causas de la caída de Díaz, algo que no ha sabido ver. Los pueblos parece que no quieren grises, o blanco o negro, porque en los extremos es donde ven las soluciones. Si a este abandono de las opciones tradicionales de la izquierda le sumamos los discursos de quienes se están beneficiando de ello, en los que escuchamos precisamente lo que queremos oír, entenderemos un poco más lo que está ocurriendo en Europa. Sin embargo, no en todos los lugares el comportamiento de las bases que antes apoyaban a los socialdemócratas/socialistas es el mismo.

En el sur de Europa han surgido multitud de movimientos, plataformas o partidos que nacieron de la indignación de las gentes ante las consecuencias de la crisis y de la falta de respuestas que la clase política daba a sus problemas, además de la sumisión de ciertos gobiernos a las condiciones que se les ponía desde instituciones supranacionales que no habían sido votadas democráticamente. Organizaciones como Podemos, el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, el Bloco portugués de Catarina Martins o la Syriza de Alexis Tsipras ganaron apoyos sobre todo de los antiguos votantes socialdemócratas y, sobre todo, de las nuevas generaciones que se incorporan al censo con derecho al sufragio y que no ven en los partidos de la socialdemocracia la solución a sus problemas. Estos partidos, a los que algunos llamaron populistas o radicales, van más allá en sus propuestas de lo que irían esos partidos con mayor tradición y experiencia política. Tal vez habría que tener en cuenta algo que los estudiosos y analistas dejan de lado: mucho de lo que defienden esas nuevas organizaciones, muchas de sus propuestas, estuvieron dentro de los programas de los socialdemócratas/socialistas y la traición a esos principios ha llevado a la ciudadanía a decidirse por apoyar a lo nuevo porque ya saben cómo va a funcionar lo que conocen.

Sin embargo, lo más grave es el crecimiento de fuerzas política en la extrema derecha. Este hecho es muy peligroso porque la historia nos ha demostrado cómo estas opciones suelen gestionar los Estados cuando llegan al poder. Países como Francia, Austria, Holanda, Suecia, Hungría o Polonia, por citar algunos, vieron crecer el neofascismo por, precisamente, el fracaso de la socialdemocracia. Ahora ya han llegado a España con la irrupción de Vox, precisamente, en la Andalucía de Susana Díaz.  Como ya ocurrió en la década de los años treinta del siglo XX tras una grave crisis económica, estos partidos se visten con la piel de cordero para lanzar un mensaje a los ciudadanos en los que ofrecen todo aquello que han perdido a causa de la crisis: empleo, seguridad, orden, etc., mensajes que son bien recibidos por colectivos que en otras condiciones hubieran sido votantes de las opciones. La falta de respuestas de la socialdemocracia es la gasolina que alimenta el motor de la ultraderecha ya que los ciudadanos se han visto desamparados por quienes deberían defender sus intereses reales.

Susana Díaz lo ha sufrido en sus carnes porque no lo vio o no lo supo ver. En vez de defender valores irrenunciables del socialismo, se quedó en la tierra de nadie en la que se halla la socialdemocracia internacional. Sin darse cuenta, se convirtió en establishment y, con una crisis económica de por medio, encontrarse en ese lugar suponía que la ciudadanía la viera como cómplice incapaz de defender o de luchar por resolver las necesidades reales de la gente y más si se alinea con las pretensiones o reclamaciones de Albert Rivera, Juan Marín o Pablo Casado.

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