La crisis económica de 2.007 no sólo ha afectado a los niveles sociales, políticos y económicos de la Unión Europea sino que está siendo uno de los arietes utilizados por quienes jamás creyeron en el proyecto europeo. Es un hecho que lo que se ha dado en llamar «euroescepticismo» ha crecido en los últimos nueve años en todos y cada uno de los países miembros, sobre todo en los que llevan más tiempo dentro del proyecto y en los que más han sufrido las consecuencias de dicha crisis.

El fenómeno del escepticismo hacia Europa no es algo nuevo, sin embargo, hasta la explosión de la crisis se trataba de algo que, o estaba dormido, o se encontraba arraigado en sectores muy minoritarios tanto a nivel social como a nivel político. Sin embargo, siempre ha estado ahí y ha sido un hecho recurrente desde los referéndums para la aprobación del Tratado de Maastricht de 1992 donde se empezó a atisbar que una parte de la población europea no era favorable al proyecto que se estaba fraguando en Bruselas.

Desde entonces, el escepticismo respecto a la UE fue creciendo poco a poco, sobre todo en los sectores de la extrema derecha (centro y norte de Europa) y en las distintas facciones neocomunistas o anticapitalistas. Un hecho que demostraba ese aumento del euroescepticismo era el constante descenso de la participación en las Elecciones Europeas: en 2.014 sólo acudieron a votar un 43% del censo total, lo que indica la falta de interés en los asuntos de la UE de la ciudadanía. Otro aspecto que delata que los europeos se muestran más escépticos ante las instituciones de la Unión es el voto negativo en referéndums convocados para ratificar tratados como ocurrió en Francia o Países Bajos con la Constitución Europea.

La crisis económica de 2.007 ha aumentado el sentimiento euroescéptico

La crisis económica de 2.007 ha aumentado el sentimiento euroescéptico sobre todo porque en el territorio de la UE ha derivado en una crisis de la deuda soberana que obligó a varios países a pedir ayuda financiera a otros Estados miembros a cambio de la aplicación de una serie de reformas estructurales que iban claramente en contra de los intereses de la ciudadanía y que se han aplicado sin su consentimiento. Las políticas económicas de la Comisión Europa y las consecuencias de éstas han conllevado un descenso de la confianza de los europeos en las instituciones de la UE y, sobre todo, en su capacidad para resolver los problemas reales a los que se enfrenta día a día la ciudadanía, a las consecuencias reales de la crisis económica y a la situación de emergencia social que esas políticas ha generado.

El euroescepticismo no es un concepto unitario. Se podría afirmar que, tal y como bien lo definieron en 2.008 los profesores de la Universidad de Sussex (Reino Unido) Aleks Szczerbiak y Paul Tagart, hay dos corrientes principales: por un lado, tenemos el euroescepticismo duro, en el que se alinean aquellos que son contrarios a la propia existencia de la UE y a la pertenencia de sus Estados a la misma; por otro lado, tendríamos el euroescepticismo blando, que no están en contra de la existencia de la UE pero que anteponen los intereses nacionales al aumento de las competencias de aquélla respecto a la soberanía de los países. Son dos conceptos importantes que nos hacen ver que el euroescepticismo no es cualquier movimiento antieuropeo sino que tiene una base ideológica sobre la que asentarse con los matices correspondientes a su forma de entender el fenómeno y no como una corriente monolítica.

Lo que hay que tener claro es que el crecimiento del euroescepticismo está provocado por el profundo malestar de la ciudadanía ante las decisiones que se toman en Bruselas o en Estrasburgo y que van en contra de sus intereses. El euroescepticismo crece al mismo nivel en que crecen los movimientos que piden una democracia más pura en sus países, una democracia en la que los ciudadanos tengan más capacidad de participación en la toma de decisiones de sus representantes políticos. En este sentido es importante destacar la percepción de que hay un déficit democrático en el funcionamiento de las instituciones europeas, percepción que está basada en:

  1. Las decisiones que se toman en la UE se hacen de espaldas a la ciudadanía al quedar fuera del control de los parlamentos nacionales.
  2. El Parlamento Europeo, elegido por sufragio universal, es demasiado débil ante la Comisión, y todo ello a pesar de que se aumentaran sus poderes.
  3. La «democracia» de la UE es demasiado opaca para la visión del ciudadano.
  4. Las elecciones europeas son vistas como una farsa porque los ciudadanos no votan las políticas que se aprueban.
  5. La deriva autoritaria de la UE que legisla o aprueba políticas que van en contra de los intereses generales de la ciudadanía.

 

La crisis y las políticas de Europa

El estallido de la crisis económica y la respuesta equivocada de la Unión Europea hizo que la percepción de la ciudadanía variara de manera significativa. Si durante los años de bonanza la gran mayoría de los europeos veían con buenos ojos la integración de sus países en la UE y las instituciones tuvieran un grado de aceptación superior al 70%, en el año 2.013 apenas llegaban al 30% los que continuaban teniendo una visión tan positiva, igualándose a quienes estaban totalmente en contra del proyecto de integración europea. Las políticas de austeridad impuestas por Bruselas hicieron que más de 40% de los ciudadanos tuvieran la percepción de que países estaban siendo seriamente perjudicados por seguir perteneciendo a la UE y que más de un 50% desconfiara abiertamente de la Comisión, del Banco Central Europeo, del Consejo de Europa y del Parlamento Europeo.

Las políticas de austeridad hicieron que más de 40% de los ciudadanos tuvieran la percepción de que países estaban siendo seriamente perjudicados por la UE

Si a las medidas económicas le sumamos la gestión bastarda que se ha hecho de la crisis de los refugiados tenemos un cóctel molotov que puede estallar en cualquier momento con la destrucción total de un proyecto que nació con un claro fin integrador, basado en la solidaridad y en el respeto a los derechos humanos y que se ha ido muriendo por el tecnocracismo, el nacionalismo y la toma de decisiones políticas y económicas que han ido en contra de los europeos.

 

El euroescepticismo en España

España no es ajena a este crecimiento del euroescepticismo a pesar de que no haya un partido político que sea su bandera. En nuestro país la imagen de la UE ha sufrido un fuerte deterioro porque hemos sido uno de los grandes perjudicados por la aplicación de las medidas impuestas por Bruselas, tanto a nivel político como a nivel económico. En un Estado con una tasa de desempleo superior al 25% los recortes impuestos por Bruselas se tradujeron en la reducción de la tasa de protección social que ha llevado a que millones de españoles hayan tenido que acudir a las instituciones de caridad y a las ONG’s para poder sobrevivir. Por otro lado, hay un dato que dato que dice mucho de la percepción que tienen los españoles de las instituciones: mientras antes de la crisis más de un 75% de los ciudadanos estaban de acuerdo con la permanencia de España en la UE, ese porcentaje ha bajado en estos años a un 45%. ¿Cómo es posible que uno de los países que más se ha beneficiado de la integración europea haya llegado a una desafección de este calibre? La respuesta la tenemos, precisamente, en la falta de respuesta de Europa ante los problemas de los ciudadanos y en la imposición de medidas que estaban orientadas a mejorar las cifras macroeconómicas olvidándose de la realidad del día a día. Esto ha llevado, de igual manera, a que la desconfianza en la Comisión Europea, en el Banco Central Europeo, en el Consejo de Europa o en el Parlamento Europeo se haya disparado de tal manera que siete de cada diez españoles desconfían de la UE y de sus instituciones.

En España, a diferencia de otros países de nuestro entorno, no ha tenido a ningún partido político que haya abanderado el euroescepticismo y, sin embargo, nuestro país ya es el tercero en el que hay más rechazo hacia la Unión Europea, sólo por detrás de Grecia y Francia y por delante del Reino Unido. Esta ausencia de una representación política de ese sentimiento euroescéptico hace que genere mucho ruido, pero el rumor es tan grande que hay ciertos sectores de la izquierda que lo va incluyendo muy poco a poco en sus discursos.

antes de la crisis más de un 75% de los ciudadanos estaban de acuerdo con la permanencia de España en la UE, ese porcentaje ha bajado en estos años a un 45%

¿Qué ha llevado a que uno de los países más europeístas a ocupar el tercer lugar en rechazo a la UE? La razón principal la encontramos en las políticas de austeridad presupuestaria impuestas por las diferentes instituciones europeas, políticas que incluso el FMI y la OCDE han determinado que han sido un verdadero fracaso y que sólo han logrado aumentar los niveles de desigualdad. La visión de los ciudadanos es que la máxima culpabilidad la tienen, por este orden, la propia Unión Europea y los gobiernos sumisos que no supieron oponer los intereses de sus nacionales a los datos macroeconómicos. España es uno de los países que más ha sufrido las consecuencias de la crisis económica del 2.007 por la explosión de la burbuja inmobiliaria creada por el Partido Popular y por la debilidad de su mercado de trabajo. Estos dos aspectos provocaron que en la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero se destruyeran 3,5 millones de empleos. Ante esta situación en que habría que haber desarrollado estrategias económicas expansivas con la finalidad de generar empleo y de modificar el mapa productivo se tomó el camino contrario. Primero fueron las medidas restrictivas adoptadas por el gobierno del PSOE en la segunda parte de la legislatura, medidas que venían impuestas por Bruselas, tal y como pudimos ver en la famosa carta de Trichet al presidente Zapatero. Sin embargo, las penurias para los españoles no habían acabado. Tras llegar al poder el Partido Popular se hicieron recortes en derechos, libertades y en el Estado del Bienestar que no solucionaron nada, más bien lo empeoraron. España es el segundo país con una mayor tasa de paro de la Unión Europea, el país donde más ha crecido la desigualdad, donde los niveles de pobreza rivalizan con «potencias económicas» como Rumanía o Bulgaria, donde la protección social depende en exclusiva de las ONG, donde millones de españoles no tienen ningún ingreso o donde las causas sobrevenidas no son excusa para que el sector bancario te deje en la calle.

En este contexto es normal que el pueblo español desconfíe de las instituciones europeas porque las consideran las verdaderas culpables de la situación junto a la sumisión irresponsable del gobierno del Partido Popular a unas políticas que sabían de sobra que iban en contra de los intereses de la ciudadanía. Los españoles se sintieron abandonados a su suerte mientras que tanto la Unión Europea como el propio gobierno de Mariano Rajoy les faltaba tiempo para rescatar a un sector bancario lastrado por las deudas adquiridas durante la burbuja.

Esas políticas de austeridad presupuestaria, además de tener unas consecuencias nefastas para la ciudadanía, demostraron que el proyecto europeo había fracasado. Se había olvidado el principio de solidaridad sobre el que se asentó la integración europea. Los países más ricos se iban haciendo más poderosos a costa del sufrimiento del sur de Europa. Las condiciones impuestas para rescatar las economías de estos países eran de una severidad que rozaba casi la psicopatía. Naciones como Grecia, Portugal, Irlanda o España se vieron obligadas a legislar en contra de sus conciudadanos si querían recibir las inyecciones económicas de la Unión Europea.

En España el gobierno de Rajoy aprovechó que el Pisuerga pasaba por Valladolid para imponer, además, reformas de un claro corte ideológico con la excusa de que era necesario ser austero y con la promesa de que esto sólo iba a ser una tormenta pasajera. Estamos comprobando que no es así, que en este país los ricos son más ricos, que la clase trabajadora de rentas medias ha desaparecido, que se ha institucionalizado la explotación laboral o la semiesclavitud, que el sistema de pensiones está en serio peligro, que los niveles de pobreza nos han llevado a situaciones más propias de la posguerra que del siglo XXI o que millones de españoles no reciben ningún tipo de ingreso. ¿Cómo es posible que ocurra esto en la cuarta economía de la Eurozona?

Entre la austeridad, que ya ha reconocido el FMI y la OCDE que ha sido un verdadero fracaso y que ha generado más desgracias que beneficios, y la nefasta gestión que se está haciendo, por ejemplo, en la crisis de los refugiados, se puede afirmar sin riesgo de equivocación que el proyecto europeo está yendo hacia su fracaso por la falta de iniciativa a la hora de tomar decisiones que son fundamentales si se quiere que el proyecto de la UE desaparezca y esas decisiones deben pasar por la unión política. Hasta que eso no ocurra los ciudadanos se sentirán cada vez más separados de la Unión. Este fracaso ha venido propiciado por la mala praxis a la hora de ir dando al proceso de integración europea lo que realmente necesitaba, es decir, dar el paso definitivo hacia la unión política que evitara, de entrada, que cada Estado miembro, con toda lógica, mira primera a sus propios intereses que a los del conjunto de la UE y, por otro lado, dotaría a la Unión de un mayor carácter democrático. Pero ese es otro tema.

 

Procesos de salida de la Unión Europea

En los últimos años hemos sido testigos de cómo se ha producido dos procesos que nada tienen que ver el uno con el otro pero que guardan relación por el fin que persiguen tanto el «Grexit» como el «Brexit»: la salida de Grecia y del Reino Unido de algunas de las instituciones europeas. El primero hizo referencia a la posible salida de Grecia de la Eurozona a causa de la crisis de deuda soberana del país heleno y a la imposibilidad de hacer frente a los pagos a sus acreedores (FMI y países miembros de la UE). Se trataba más de un problema económico que de algo que tuviera que ver con el euroescepticismo y, sobre todo, no era una decisión tomada por Grecia sino que más bien era una expulsión del Eurogrupo.

 

El Brexit

El Brexit ya es algo más serio dado que se ha certificado la salida de uno de los Estados miembros de la Unión. Históricamente el Reino Unido no ha sido nunca muy europeísta. Siendo una de las naciones vencedoras de la II Guerra Mundial y una de las economías más potentes de Europa, ya fue reacia a su incorporación a la antigua CEE, cosa que se produjo en el año 1.973. Sin embargo, dos años después ya se convocó un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la CEE. ¿Por qué tardaron tanto en unirse a la CEE? Hay razones económicas, dado que la economía británica no sufrió tanto en la II Guerra Mundial como las de los otros países fundadores y, por tanto, creció. Por otro lado, el planteamiento de un mercado común formado por diferentes países era mucho menos atractivo para los británicos que el que ya mantenían ellos con la Commonwealth. También había razones sociológicas, como que en la isla la población no se sentía incómoda con el aislamiento respecto del continente. Hubo otra razón de índole política: el presidente francés De Gaulle vetó en dos ocasiones la entrada del Reino Unido en la CEE. Durante el mandato de Margaret Thatcher también hubo tensiones ya que la ultraliberal entendía el Mercado Común como un espacio económico pero no estaba dispuesta a ceder ni un milímetro en la soberanía nacional para acelerar el proceso de integración política de la Unión, y en los años 80 la «Dama de Hierro» tenía mucho peso en la política internacional. En los noventa vuelve a haber roces a cuenta del Tratado de Maastricht. El eje franco-alemán defendía la creación de un proyecto global tanto económico como político, algo que los británicos no aceptaban, sobre todo por los conservadores. Por eso en las negociaciones de Maastricht el Reino Unido obtuvo ciertas cláusulas de exención (opt-out) que se incluyeron para evitar que países con reticencias a la integración salieran de la UE. Estas opt-out giraban en torno a cuatro áreas:

  • Moneda única: no estar obligado a adoptar la moneda única (que no quiere decir que se esté obligado a adherirse a la Eurozona, tal y como ocurre con Suecia que sí tiene esa obligación pero que no adoptó el euro como moneda).
  • Tratado de Schengen: en Reino Unido, al igual que en Irlanda, no se aplica el tratado de libre circulación pero con una visión asimétrica puesto que sus nacionales si pueden aprovecharse de la libre circulación por los países de la UE.
  • Políticas sociales.
  • Libertad, seguridad y justicia.

En el ámbito económico el Reino Unido también tuvo privilegios como, por ejemplo, lo que se ha dado en llamar el «cheque británico» que no es otra cosa que la devolución por parte de la Unión Europea de dos tercios de la diferencia positiva entre las aportaciones del Reino Unido al presupuesto de la UE más el que ésta le devuelve en forma de prestaciones y transferencias.

Como se puede ver, el Reino Unido ha tenido suficientes privilegios como para querer permanecer en la UE. Entonces, ¿por qué quieren irse?

En los últimos años el sentimiento euroescéptico británico fue creciendo y fue recogido por el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP). Este partido político incrementó sus apoyos entre los británicos llegando, paradójicamente, a ser el vencedor de las Elecciones Europeas de 2.014, un hecho histórico ya que desde el año 1.906 ningún partido que no fuera el laborista o el conservador había logrado imponerse en unos comicios. La presión que supuso para el Partido Conservador el ascenso del UKIP de cara a las generales de 2.015 hizo que David Cameron se comprometiera con sus electores a convocar un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea.

En el Partido Conservador hubo importantes miembros que se declararon abiertamente en contra de la permanencia del Reino Unido en la UE, algunos altos cargos, diputados electos e, incluso, el ex alcalde de Londres Boris Johnsson. La presión del UKIP hizo que ese sector se exaltara y presionara a Cameron quien tiró por la calle de en medio como ya hizo con el referéndum para la independencia de Escocia. Realmente Cameron no era ni euroescéptico ni partidario de la salida del Reino Unido de la UE sino que quiso, por un lado, ganarse poder interno dentro de su partido por ese crecimiento del euroescepticismo y, por otro, tener una serie de bazas negociadoras para conseguir una serie de reivindicaciones que sin la amenaza del «Brexit» serían imposibles de alcanzar. Esas reivindicaciones fueron las siguientes:

  • Que los ciudadanos de la UE no puedan solicitar prestaciones sociales en el Reino Unido durante los primeros cuatro años de estancia legal en el país.
  • Reconocimiento de otras monedas en la UE, no sólo el euro, como divisa comunitaria y la no obligación de los países que no forman parte del Eurogrupo de participar en rescates financieros a otros Estados miembros.
  • Mejora de la burocracia europea e incremento de la libre circulación de capitales, bienes y servicios.
  • Incremento del peso de los parlamentos nacionales en la política de la UE, es decir, quitar poderes a Bruselas.

En el mes de febrero de 2.016 Reino Unido y la Unión Europea, tras largas negociaciones, cerraron un acuerdo que Cameron consideró suficiente para que el gobierno defendiera la permanencia británica en la Unión. En términos de soberanía el Reino Unido la reforzaba frente al lento avance hacia la integración total, es decir, que cualquier tratado futuro no se aplicaría al Reino Unido. También se daba un mayor poder a los parlamentos nacionales a la hora de aplicar el principio de subsidiareidad pudiendo vetar cualquier resolución en un plazo de 12 semanas si el rechazo supone el 55% de los ciudadanos europeos que esos parlamentos representan. En términos de los beneficios sociales y de la libre circulación de los nacionales de la Unión, se aceptaron las reivindicaciones británicas por las que no se concederían ayudas sociales a los ciudadanos de países miembros hasta pasados cuatro años de residencia legal en el país. A nivel económico, el Reino Unido logró que parte de sus reivindicaciones se aceptaran como, por ejemplo, una mayor integración en la Eurozona de los países que no pertenecen al Eurogrupo pero salvaguardando sus derechos y sus competencias. Además se dio una mayor flexibilidad respecto a la banca, lo que muchos entendieron que lo que se pretendía realmente es dar más privilegios a la City de Londres. Del mismo modo, el acuerdo con Reino Unido determinaba que se buscaran mecanismos para una mayor integración empresarial que aumente la competitividad. En resumen, David Cameron consiguió que Europa, que tan inflexible se muestra con otros países miembros, cediera en aspectos que parecían innegociables pero que el peligro de que la salida de segunda economía de la UE hizo que se aceptaran.

El 23 de junio se celebró el referéndum con el triunfo del «Leave» por un escaso margen porcentual pero con más de un millón de votos de diferencia. El pueblo británico habló y decidió que no querían seguir en esta Unión Europea, abriéndose un camino que nadie esperaba que se pudiera abrir, un camino que muchos están queriendo aprovechar para sus propios intereses políticos, pero una vereda que otros muchos podrían iniciar, no con la intención de salirse de la UE, sino como un medio para cerrar de una vez el grifo de las políticas que son tan nefastas para los ciudadanos y tan beneficiosas para las élites. Aunque aún esté caliente la desazón por la salida británica de la Unión Europea, este hecho, que no es positivo para nadie, hay que verlo también como una gran oportunidad para restaurar el espíritu de la integración europea.

 

El camino está abierto

El «Brexit» abrió un camino muy peligroso pero que puede ser aprovechado por ciertos países que están siendo machacados por las políticas y las exigencias económicas impuestas por la Comisión. Cuando se habló de la salida de Grecia de la moneda común no se encendieron las alarmas porque económicamente los helenos no significan mucho para la estabilidad de los mercados. Por el contrario, países como Italia y España sí que tienen un peso importante dentro de la Unión y podrían suavizar o eliminar las condiciones que están ahogando a sus ciudadanos y que están provocando que los sistemas de protección social, que los pilares del Estado del Bienestar o que los propios derechos civiles reconocidos en sus constituciones estén en grave peligro de desaparición.

 

Spainxit, un camino que habría que abordar

¿Por qué no se podría producir en nuestro país un «Spainxit»? ¿Sería la solución para que las instituciones europeas nos permitan afrontar los retos que nuestro país necesita para que la recuperación económica no se quede sólo en cifras macroeconómicas y llegue a los ciudadanos sin la amenaza constante de las sanciones por el incumplimiento de los objetivos de déficit? Al Reino Unido le ha ido bien con la amenaza porque Europa no se puede permitir que su segunda economía abandone el club. ¿Estaría dispuesta la UE a dejar ir a la cuarta economía de la Eurozona? Más bien no.

Evidentemente, no es deseable que España salga de la Unión Europea, pero lo que no es aceptable es lo que la UE está haciendo a la ciudadanía española con el cumplimiento de los objetivos de déficit o con el memorando del rescate de la banca. Veamos qué ocurriría si tuviéramos un gobierno valiente que se atreviera a poner en marcha una maquinaria cuyo único fin sería la consecución de una serie de objetivos beneficiosos para España.

El artículo 50 del Tratado de la Unión Europea expone los procedimientos que debe seguir un país miembro si decide retirarse de la UE: «Todo Estado miembro podrá decidir, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la Unión». En primer lugar ese Estado deberá comunicar al Consejo Europeo su intención de abandonar la UE iniciándose un proceso bilateral de negociación para llegar a un acuerdo que determinará la forma de la retirada y el marco de las relaciones tras la salida. Evidentemente, los Tratados europeos dejarán de aplicársele en el momento en que se haga efectiva la retirada o a los dos años de la fecha de presentación de la comunicación citada anteriormente, plazo que podría prorrogarse si el Consejo Europeo lo cree conveniente.

Antes de continuar con este análisis el autor debe dejar claro a quien esté leyendo estas líneas que no es un euroescéptico, que piensa que la permanencia de España en la Unión Europea es fundamental para el desarrollo del país y que lo siguiente está propuesto como estrategia para conseguir de la UE las condiciones necesarias para que las políticas de aquélla no sean un lastre para el crecimiento económico y que ese crecimiento se refleje en las condiciones de los españoles, es decir, lo contrario de lo que está ocurriendo en la actualidad.

¿Qué consecuencias tendría para España su salida de la Unión Europea? En primer lugar, España debería salir del euro y volver a la peseta, lo que devolvería al país la soberanía económica a la hora de gestionar las políticas monetarias que hasta ahora eran imposibles. Por el contrario, la salida de la Eurozona traería una mayor debilidad en los mercados a la hora de conseguir financiación y unos mayores intereses a la hora de devolver la deuda. En segundo lugar, España saldría de la zona Schengen y sus ciudadanos no tendrían el derecho de libre circulación por la Unión Europea y de poder trabajar en igualdad de condiciones con los ciudadanos de otros países miembros. En tercer lugar, las entidades bancarias españolas quedarían fuera de la órbita del Banco Central Europeo, lo que les cerraría el grifo de la financiación que ha salvado a nuestro sistema bancario durante la crisis. En cuarto lugar, España no volvería a percibir los fondos de cohesión europeos que han sido desde el año 1985 uno de los pilares sobre los que se ha asentado el desarrollo español. Finalmente, España quedaría fuera del mercado único, lo que obligaría a las empresas españolas a hacer frente a costes excepcionales, como, por ejemplo, los aranceles aduaneros lo que encarecería sus productos y perderían competitividad lo que podría conllevar una salida de empresas hacia otros países para ahorrar costes.

una posible salida de la UE no sería beneficiosa para España, pero tampoco lo sería para la Unión

Como se puede ver una posible salida de la UE no sería beneficiosa para España, pero tampoco lo sería para la Unión puesto que también tendría consecuencias importantes para ésta. Por un lado, España es una de las economías más importantes de la Unión Europea, la cuarta de la Eurozona, lo que provocaría que el PIB europeo se redujera en más de un billón de euros y esto es algo que Europa no se puede permitir. Por otro lado, nuestro país es uno de los que más ha apostado en el proceso de integración y la sola idea de que se preparara un referéndum para que los españoles decidieran sobre la permanencia en las instituciones europeas sería un golpe más a la débil situación internacional de la UE. A nivel monetario, la salida de España de la Eurozona provocaría que los equilibrios que se están manteniendo en Europa se vinieran abajo porque, no vamos a negarlo, la integración monetaria no ha sido bien aceptada por la ciudadanía por la inflación encubierta que trajo consigo sin que ese incremento de los precios se reflejara en los salarios. Como se suele decir, en nuestro país los precios están en euros pero se sigue cobrando en pesetas. En España, por ejemplo, hemos tenido una inflación encubierta del 66% que nadie quiso parar, pero eso no es un fenómeno sólo de aquí dado que ha ocurrido en todos y cada uno de los países que adoptaron el euro como moneda oficial. Por otro lado, Europa no puede permitirse tener a un Estado como España fuera de la Unión y una moneda independiente que puede provocar alteraciones en el equilibrio que hasta ahora se está manteniendo con el resto de monedas de los países que no se quisieron integrar en el euro, como Reino Unido o Suecia. A nivel presupuestario, España aporta a la UE diez mil millones de euros anuales, cantidad que, evidentemente, dejaría de ingresar la Unión.

A nivel geopolítico, España es fundamental para la política exterior de Europa por, en primer lugar, su proyección natural hacia América Latina. La salida de España de la UE provocaría una separación importante hacia uno de los territorios donde muchas empresas de países miembros tienen muchos intereses. La mediación del Estado español ha sido fundamental en la entrada de esas empresas en Hispanoamérica. En segundo lugar, dentro de la estrategia común de defensa España es fundamental por su situación geográfica y su cercanía con el norte de África. La salida de nuestro país de la UE provocaría que se necesitara negociar nuevos tratados de colaboración con la dificultad que conlleva cuando se hace con países que no son miembros de la Unión, tal y como estamos viendo en la crisis de los refugiados.

Como se puede comprobar, España perdería mucho si decidiera salir de la Unión Europea pero Europa perdería mucho más, por eso el autor piensa que esa posición debe ser aprovechada para presentar en Bruselas un proceso similar al que ha planteado el Reino Unido porque, como hemos comprobado, da resultados positivos. La UE está tan débil que es el momento clave para lanzarse a jugar con dureza para lograr que los ciudadanos no sean víctimas de las políticas restrictivas y generar un escenario en el que nuestro país pueda crecer de una manera justa y no sólo en las cifras macroeconómicas.

¿Qué condiciones debería poner España para mantenerse en la UE?

  • Acordar un calendario de cumplimiento de los objetivos de déficit realista con la situación real del país y no con las tablas de la macroeconomía.
  • Aprobación de políticas expansivas para reducir la tasa de desempleo.
  • Eliminar injerencias de la UE en materias como las políticas sociales y que éstas no computen en el déficit público.
  • No inclusión en el déficit público de los costes derivados del mantenimiento del Estado del Bienestar dado que no se trata de un gasto sino de una inversión del Estado.
  • Aumento de los fondos de cohesión para implementar proyectos que reduzcan el desempleo.
  • Creación de políticas comerciales que dé beneficios a las empresas y a los productos españoles.
  • Creación de un espacio fiscal especial para aumentar la competitividad empresarial tanto de las empresas españolas como para atraer la entrada de inversión extranjera.

Estas serían algunas pero podrían ser muchas más. El Reino Unido ha marcado el camino. España debe aprovecharse de la debilidad de la UE para rentabilizar su importancia dentro de la Unión y que el pueblo español no sea víctima de las políticas erróneas que se han tomado hasta ahora y que tanto daño nos han hecho. Vuelvo a repetir que este artículo no es una llamada a la secesión de la Unión Europea sino todo lo contrario ya que la verdadera intención es la de presentar un escenario que debe ser aprovechado.

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