Somos nosotros. Pero ¿quiénes somos nosotros? (II)

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En el artículo anterior hablábamos de la Borda, un edificio de viviendas construido para deberse al bien común. Ahora lo contemplaremos desde la mirada de la persona que lo habita y quiere descansar tranquilamente pudiéndose olvidar de si vive en un manifiesto que facilita la vida a los habitantes de la ciudad. Una vivienda digna es antes que nada un mecanismo de protección destinado a proporcionar privacidad e intimidad, mecanismo a priori incompatible con caracteres ejemplares y con usos demasiado públicos. Veamos cómo se ha conseguido compatibilizar ambas cosas.

Uno de los aspectos en que más me interesaba profundizar era el proceso de participación con que se concibió este edificio, así que pedí una descripción. Éste empezó de manera abstracta con los habitantes dibujando sueños, lugares ideales para vivir, evocando recuerdos, orbitando el problema para podérselo apropiar de raíz. Uno de los aspectos fundamentales que diferencia un arquitecto de alguien que no lo es consiste en nuestro bagaje cultural. Nada esotérico ni elitista. Tan solo se trata de que hemos cursado una carrera larga donde una de las pocas maneras que tenemos de aprender consiste en asimilar muchas referencias tanto destinadas a aumentar nuestro conocimiento como a hacernos cuestionar todos los prejuicios que arrastramos como habitantes que no han reflexionado en profundidad sobre cómo viven. No se me ocurre mejor forma de reducir esta distancia que empezar la reflexión de forma abstracta, prescindiendo de formas y tipos conocidos. Los talleres de participación se fueron volviendo progresivamente concretos para conseguir dos cosas simultáneas: una, el aprovechamiento de la inteligencia colectiva que se genera cuando una serie de gente trabaja sobre temas que le tocan de cerca y dos, la aprehensión de todos los mecanismos necesarios para conseguir que un edificio tan complejo como este funcione. Porque la Borda no es solo un proyecto de La Col, sino que también ha implicado otros profesionales de primer nivel que han posibilitado su correcto funcionamiento bioclimático.

Y es aquí cuando llamo al título del artículo. Pol Masoni, la persona encargada de mostrarme el proyecto, me contó que el proceso de proyecto empezó con una toma de conciencia colectiva. De acuerdo, somos nosotros, pero primero teníamos que saber quiénes somos nosotros, me dijo textualmente. Esto pasaba por identificar la diversidad y extraer su denominador común. Hay habitantes de diversas edades y en condiciones familiares diversas: familias grandes, familias pequeñas, parejas sin hijos. Profesiones diversas. Culturas diversas. Estatus económicos diversos que incluyen gente en riesgo de pobreza energética. Esto arrastró de manera casi automática un trabajo con los recursos energéticos al alcance… y con su mantenimiento a largo plazo. No se trata de desarrollar recursos que queden bien. Tienen que ser prácticos y durables(1). El equipo de diseño descartó los elementos de control climático pasivos a favor de los activos. Lo que implica que el proceso de participación es también un proceso de aprendizaje de cómo se vive en un edificio de estas características: saber cómo te tendrás que vestir, qué ventanas tendrás que abrir (tu, no un mecanismo), cuál será la posición óptima de las protecciones solares, etcétera. Hemos visto edificios extraordinarios comprometidos e incluso fracasados por culpa de un funcionamiento malentendido. El proceso de participación también ha de servir para evitarlo.

Volvamos a la técnica. Dos conceptos, neutralidad y flexibilidad, son los que posibilitan el grado de versatilidad suficiente de las viviendas para que éstas asuman toda la variedad de usos requerida. Si miras el plano de planta del edificio sorprende por su rigidez extrema: espacios parecidos a cajas recintadas por pasillos con oberturas extrañas entre ellas. Muchas paredes ciegas perpendiculares a fachada. Instalaciones y conductos en los puntos más oscuros del edificio. La rigidez se explica por dos razones.

La primera es el sistema constructivo. La Borda es el edificio de madera más alto de España. Al menos mientras escribo estas líneas. No es importante. Ya hay otros edificios más altos como mínimo en proyecto. Quizá también en obra, así que este récord no durará demasiado. Lo que es importante de veras son (de nuevo) dos cosas: el uso de la madera, un material ecológico, sostenible, renovable y versátil, bonito, activo, que absorbe CO2, que dura muchísimo si se mantiene bien, y que este material permite volver a los sistemas estructurales de muros portantes. Es absurdo aguantar un edificio de viviendas con pilares si puedes hacerlo con el propio material con que se componen: las paredes, las de contorno, las medianeras, las que forman los baños, etcétera. La generalización de los sistemas estructurales de pilares sólo puede explicarse mediante dinámicas socioeconómicas alejadas de toda racionalidad (léase constructores que sólo saben construir con pilares con demasiado poder para imponerlo y por la vagancia de trabajar con lo que se sabe que más o menos funciona aunque no sea lo más adecuado. Me he dejado las razones normativas expresamente porque las incluyo dentro de la vagancia).

La segunda razón para una planta tan rígida es conceptual: bien usada, una gran rigidez comporta una gran flexibilidad. En este caso: muros portantes cada pocos metros dispuestos donde no quitan luz a los espacios interiores con vacíos entre ellos para poder conectar las habitaciones en función de la medida de la vivienda deseable y una pasarela de acceso al sistema. Ahora todo es posible: desde una enorme vivienda de toda una planta (fuera de lugar aquí) hasta viviendas mínimas compuestas por dos espacios de medida razonable separados por unos servicios.

Perfecto hasta ahora. Pero no es suficiente todavía. Sólo con lo que hemos expresado tendríamos una arquitectura eficaz, correcta, incluso interesante. La Borda va más allá en términos arquitectónicos. La Borda es, sencillamente, un edificio bonito. Y esta belleza juega un rol importante. Es una belleza creada con las armas con que la arquitectura ha jugado a lo largo de toda su historia sin artificios ni aditamentos extraños: la proporción, el uso de los materiales, la relación con el entorno. Ya está. Esta belleza ha revertido a la comunidad proveyéndolos de identidad.

El lugar de la comunidad es el gran atrio. El atrio, que no ha aparecido hasta ahora expresamente, es el corazón del edificio. Absorbe las circulaciones, relaciona las viviendas, contiene los espacios comunes. El diseño de este espacio es exquisito. Se accede desde el pasaje, gesto que refuerza todavía más su creación. Giro, espacio pequeñito y bajo de techo y después una explosión. Y con aquella economía de medios: la entrada pequeñita es en realidad la parte baja de una especie de gradas que posibilitan que el atrio pueda convertirse en escenario(2). La planta baja es pública. Pública de verdad: espacios de estar, salas de reunión, un comedor y una cocina comunitaria donde los vecinos puedan comer juntos.

La comunidad de la Borda tiene todavía un elemento más de identificación: la transparencia. La transparencia es a la vez un concepto arquitectónico y social. Y no es un concepto menor. Buena parte de los cerramientos de los pisos hacia el atrio son transparentes(4). La puerta de entrada de las viviendas es transparente. El sentimiento de transparencia queda reforzado por el hecho que buena parte de estas viviendas queda fuera de la vivienda y/o es común al resto de viviendas. En el atrio hay en estos momentos una especie de nichos que posteriormente podrán cerrarse de alguna manera para crear trasteros, trasteros que ahora son de uso común. Las habitaciones de invitados también son comunes(3). Una vivienda no es un recinto cerrado: es aquí un organismo que funciona en red con partes comunes y que (también) respira a través de estas partes comunes. Es como si toda la comunidad pudiese funcionar solo con la puerta de la calle cerrada. La transparencia está asociada a un hábil dimensionamiento de las pasarelas que permite, cuando éstas no se han de circuïtar, poner sillas y usarlas como balcón sin estorbar a otros vecinos. La transparencia, más todavía que las proporciones o el funcionamiento bioclimático o incluso que las partes comunes, será lo que permitirá que el atrio tenga sentido como elemento identitario.

Mientras esperaba la publicación de la primera parte he podido investigar un poco las nuevas propuestas de vivienda social en Barcelona. En el propio Can Batlló un estudio de arquitectos ha inaugurado recientemente un edificio muy similar a la Borda: viviendas sociales servidas por un atrio de proporciones similares con servicios comunes. Haber visto que este tipo se generalice me ha dejado bastante contento. Hay, sin embargo, diferencias importantes entre los dos proyectos, y también las hay con otras propuestas parecidas que he encontrado. La diferencia principal es de intensidad. Es la diferencia entre lo bueno y lo extraordinario. Entre un estándar aceptado sin demasiado sentido crítico y el total convencimiento. Para entendernos: la historia de la arquitectura no se puede escribir sin muchas casas construidas para clientes con sensibilidad y valentía. Sus nombres se han de escribir al lado de los nombres de los arquitectos que crearon estas casas, porque los unos sin los otros no son nada. En la Borda ha pasado exactamente lo mismo: cada casa es para un cliente específico y presumiblemente no tendrá que sufrir las típicas reformas que sufren el 80% de las casas cuando se entra a vivir en ellas(5). Son casas específicas, concretas, que también pueden ser (que son) estandarizables y flexibles y que simultáneamente se deben al bien común. Celebremos este edificio y celebremos esta manera de actuar. Ojos atentos lo que ha de venir.

 


 

(1) Y urbanos. Una de las características del solar es que la calle principal de acceso, la carretera de la Bordeta, se orienta casi al norte. Lo que quiere decir que la fachada a la calle, una calle que también se ha de cuidar a base de diseñar adecuadamente tu trozo de edificio, está mal orientada. Algunas versiones del proyecto la dejaban sin viviendas. Al final hay unas pocas estudiadas cuidadosamente para que funcionen bien. Necesario, porque una calle sin viviendas es una calle sin vida. La derivada de esto es que tienes que jugar con soluciones complejas y con compromisos. No puedes llegar a una solución óptima, sino que tendrá que ser necesariamente optimizada.

(2) No es la primera vez que La Col juega con espacios comunes escénicos. La planta baja del vecino Bloque 11 se comunica con su planta primera mediante un patio de butacas que deja el bar convertido en escenario en un gesto bastante parecido, patio de butacas que sirve como punto de encuentro, cortejador, sala de juegos intantiles y lugar de lectura, entre otras cosas. La flexibilidad que se consigue así es impresionante. Y lo bonito que queda.

(3) Se orientan a norte y han servido de excusa para ensayar unos cerramientos en galería de lo más interesante.

(4) No creo que haga mucha falta decirlo, pero por si acaso apunto que transparencia no quiere decir falta de privacidad. Es opcional. Si no se quiere se pone una cortina y lo transparente deviene translúcido y santas pascuas. Sobre la transparencia hay bastante bibliografía. Así para abrir boca recomiendo el imprescindible (y breve) La Sociedad de la transparencia, de Byung-Chul Han.

(5) Alguien hizo la estadística y salió este porcentaje, vivienda social incluida: muebles arrancados y tirados a la basura porque no gustan y se sustituyen por otros muebles. El porcentaje bajó un poco (no mucho) por la crisis y ahora se ha recuperado.

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Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.

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