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Somos nosotros. Pero ¿quiénes somos nosotros? (I)

(artículo en dos partes sobre La Borda, un edificio de viviendas obra de la cooperativa de arquitectos La Col)

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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Buena parte de la historia urbana del área de Barcelona(1) en los siglos XIX y XX está ligada a enormes fábricas textiles que consumían una extensión considerable de suelo y mucha mano de obra aglutinando a su alrededor barrios que eran, de hecho, ciudades en miniatura alimentadas por una especie de monocultivo económico sin el cual era complicado que funcionase toda la infraestructura de servicios. La ciudad fue creciendo, se fortaleció y finalmente fue capaz de digerir estos barrios sin que éstos perdiesen su identidad. La historia de estos barrios es una historia de supervivencia, de lucha colectiva, de suma de decisiones de pequeña escala que acaban conformando una nueva economía cuando el soporte principal (la fábrica) se ha marchado. Este proceso reclama una actitud activa y constante. Si el colectivo se relaja el barrio se degrada de una manera bastante rápida.

La fábrica de Can Batlló fue clave para el desarrollo del barrio de la Bordeta, al sur de Sants. Una intensa lucha vecinal posibilitó que parte de la fábrica, jamás derribada, se haya convertido en aquello que el barrio necesita: una de sus naves, el Bloque 11, que funciona como un centro cívico autogestionado, contiene una biblioteca popular (popular de verdad, con un fondo nada despreciable de libros cedidos por los ciudadanos), un bar que se fabrica su propia cerveza (una cerveza excelente, por cierto), salas de ensayo, un rocódromo, un auditorio y mucho espacio polivalente a disposición de quien lo necesite. Se están preparando un vivero de empresas, Coópolis, y una interesante escuela también autogestionada, la Escuela Arcadia, que v a a constituir una de las joyas de la corona de toda la intervención. La génesis de esta lucha es un alejamiento de las instituciones tan representativo como real que llevó al barrio a empoderarse y reclamar lo que era suyo de una manera ejemplar. El Can Batlló vecinal es, en suma, un ejemplo de arquitectura incremental donde cada elemento, cada proyecto, se ha tenido que batallar intensamente, sometido a procesos de reflexión que los enriquecen. Su éxito se debe a la generosidad del colectivo, que ha entendido que el alcance de la intervención debía superar la ciudadanía organizada para incluir también aquellos vecinos con una actitud más pasiva. Esto ha sido posible porque la primera y más generosa decisión tomada en el lugar (una decisión urbanística en toda regla) fue derribar su valla. Los pasajes entre fábricas han quedado convertidos en calles peatonales que se han infiltrado como un bypass entre la trama de calles principal del barrio, estrechas y demasiado castigadas por un tráfico de automóviles excesivo. Sumad esto a una segunda decisión de convertir el corazón de la intervención en un parque y tendréis el lugar más agradable de todo el barrio. No se ha de pertenecer a la comunidad de Can Batlló para disfrutar de Can Batlló. Solo hay que pasearlo sin necesidad de sacarse las manos de los bolsillos.

Estos días se ha terminado una pieza fundamental para el funcionamiento de este conjunto, una pieza que culmina la vieja reivindicación cívica de tener habitantes permanentes en el recinto. La pieza tiene nombre: La Borda(2), y programa: vivienda cooperativa en cesión de uso. El edificio es, pues, propiedad de la cooperativa de viviendas, hecho que, como veremos, no es menor para su funcionamiento. Pero no nos precipitemos.

La Borda no es el primer edificio de viviendas público construido en Can Batlló, pero presenta respecto de los existentes unas diferencias de concepción tan fundamentales que bien podríamos entenderlo de esta manera. Hasta ahora la práctica totalidad de la vivienda pública promovida en Barcelona se ha preocupado exclusivamente de la célula individual, promoviendo edificios que son una suma de viviendas aglutinadas en un mismo volumen compacto. Este modelo se ha, y se está, replicando acríticamente, irreflexivamente, hasta el extremo que se ha olvidado que la vivienda pública es una de las armas de transformación social más poderosas que existen por su capacidad de crear una gran riqueza de espacios públicos. La Borda ha sido concebida exactamente para eso. Y es este el momento de rendir un pequeño homenaje a los arquitectos del edificio: El estudio La Col, organizados en cooperativa. Hace ya unos añitos que los conozco y admiro por su versión de la recuperación cívica de la figura del arquitecto. Siempre recordaré el primer contacto casual con algunos de sus miembros en una charla donde su intervención versó sobre seguros, leyes, normativas, gestión. La Col tiene un discurso que va directo a la raíz del problema: la actuación del arquitecto entendida desde la radicalidad que significa, literalmente, abordar el problema de raíz. La raíz de la arquitectura no es formal, es organizativa. No es estructural, es infraestructural. La gestión y la coordinación son claves. Cualquier arquitecto proyecta como lo que se considera: como un decorador, como un sastre que se limita a vestir con una fachada bonita una forma prefijada que asimila acríticamente, como un diletante, como un escultor, como un aristócrata o como un resistente. Lo de La Col han elegido proyectar como ciudadanos responsables. Ciudadanos en el sentido más amplio del término. La Borda es un ejemplo perfecto de esta manera de operar. Probablemente el más perfecto. Probablemente porque es el último. Por ahora.

Se acostumbra a hablar de la Borda como un ejemplo de participación. Cierto, pero la cosa va más allá. Primero porque la principal grandeza de este edificio es su capacidad de salir de sí mismo. De ser parte de algo más grande. La Borda es una pieza de Can Batlló con un rol urbano determinante. La Borda funciona incluso cerrada desde el momento en que el edificio acomoda su volumetría a un pasaje de nueva creación que prolonga la calle de Toledo hasta el parque central de Can Batlló, pasaje inscrito en la mejor tradición de edificios-pasaje como el espacio La Lira de Ripoll, o, a menor escala (porque no ser un pasaje continuo, sino una conexión con un patio interior), el Centro Cultural Teresa Pàmies del Ensanche, los dos glosados en esta columna, edificios entendidos como construcciones que antes que nada se deben a su entorno y lo mejoran con su sola presencia. La Borda, pues, es un edificio de viviendas público en toda la extensión de su palabra, un edificio no entendido, como ya he mencionado, como la suma del número de viviendas que la normativa deja construir en una parcela, sino como una entidad única con capacidad para establecer relaciones con su entorno y mejorarlo desde su globalidad. Un edificio que se debe al bien común y lo compatibiliza con su uso residencial. Es por eso que no recibe el nombre de edificio de viviendas. Recibe el nombre de La Borda.

La semana que viene lo recorreremos por dentro.


 

(1) Por área de Barcelona en el siglo XIX entiendo la ciudad todavía amurallada y los pueblos satélite que crecieron en su periferia para absorber el exceso de población, corona que orbitaba la ciudad a la famosa distancia de una milla, el alcance de un cañón de gran calibre en el siglo XVIII. Estos pueblos se incorporaron al término municipal de Barcelona entre finales del XIX y el primer cuarto del siglo XX.

(2) Recordando los orígenes del nombre del barrio, la Bordeta, probable alusión al hecho de que el barrio creciese adosado al perímetro de la fábrica. Una borda (en catalán) es también, una construcción residencial dependiente de una masía habitada por agricultores. El nombre, pues, está muy bien escogido: una borda es un instrumento de control del territorio.

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