A las 5 en punto de la tarde, yo ya estaba en Cibeles, para echar una mano si hacía falta. Solo estábamos las de siempre y poco más, y nuestra incombustible Lidia Falcón a la cabeza. Ni los ponentes habían llegado. Las mujeres del Partido Feminista de España, las que están detrás del montaje y la convocatoria en el Palacio de Cibeles de Madrid, en Homenaje a las Mujeres de la II República, estaban nerviosas. Se preguntaban si se llenaría la sala de doscientas y pico butacas. Se preguntaban si alguien recordaría a las mujeres que pelearon y perdieron tanto tras la II República, se preguntaban si la estricta educación como sumisas señoritas hijas de Eva y no de Liliht y la perdida de todos los derechos adquiridos en la II república durante 40 años, había sumido en el olvido a todas esas mujeres que se dejaron la piel, la fama y la salud por cambiar la vida de la mujer. Por no perder los poquitos derechos que nos iban haciendo cada vez más iguales.

A las 17. 45 h, y ante nuestro propio asombro, la Sala de la Caja de Música estaba a reventar y en la calle empezaron las protestas porque el aforo estaba completo. Una chica con una maleta se quejaba de que había viajado 400 kl para asistir al acto, un señor venía desde Albacete. Los ponentes tuvieron que pasar con el carnet en la mano, para demostrar que eran ponentes. Ana Pardo de Vera, que se retrasó un poco no pudo pasar entre la multitud.  Federico Mayor Zaragoza, tuvo la suerte de llegar de los primeros junto a José Tamayo.

Alguien decidió habilitar otra sala,  que también se llenó y que lo vieran por una pantalla.

Desde el minuto uno, desde el primer segundo en que comenzaron a proyectarse las imágenes  de aquellas mujeres con el himno de riego de fondo,  la sala se llenó de una emoción profunda, de un respeto sincero y silencioso,  y alguna lagrima disimulada.

Y aún no habían empezado a hablar nuestros magistrales ponentes. Éstos rindieron homenaje a la MUJER en mayúsculas. Rindieron homenaje, no solo a las que la memoria olvidada aún recuerda, Clara Campoamor, Victoria Kent, Federica Montseny, María Telo, Margarita Manso y un largo etc.

También a las anónimas, las que en la retaguardia realizaron todos los oficios necesarios que los hombres en el frente no podían realizar. Las que siguieron pariendo en las cunetas y alimentando hijos sin tener con qué. Las que llevaron alimentos, mantas y lo que podían conseguir a los familiares que estaban en prisión sin perder nunca la fe, ni el aliento. Las que sufrieron la doble represalia de ser vencidas y ser mujeres, las que se fusilo sin aparecer en los registros (eran mujeres ¡¡¡¡) y que ahora están apareciendo en las fosas comunes. Las que como botín de guerra se violó, se abusó de ellas sexualmente, se humillo públicamente rapándolas el pelo y haciéndolas tomar aceite de ricino mientras se las paseaba por las calles de su pueblo haciéndose sus necesidades encima. Las que en prisión se les quito a los hijos adoptados en manos de buenas familias adeptas al régimen.

Y sobre todo, las que guardaron y mantuvieron viva la llama de la memoria de los vencidos.  La llama de los derechos y libertades que se les habían arrebatado, esos que ahora volvemos a poner en juego.

A esas ayer un elenco de diez ponentes encabezados por Lidia Falcón, que compitieron en brillantez y emoción sentida y palpable, recordando  a su vez a las mujeres de sus vidas,  y   todo un auditorio rendido sus pies, rindió un homenaje más que merecido y con las que en palabras de Cristina Almeida, la democracia  está en deuda. Y yo añadiría y especialmente las mujeres actuales “Somos, porque ellas fueron”.

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