-Solo es sexo. Quiero que quede bien claro desde el principio. Amo a mi mujer, amo a mis hijos, y por nada del mundo quiero hacerles daño. Lo nuestro no irá más allá. Quiero verte una vez a la semana, quizá dos, pero ya está. No habrá nada más.

Ella me mira desde la cama.

-Perfecto. Por mí está bien, pero si quieres ese tipo de trato te costará caro.

-La pasta no es problema, nena.

Seguro que piensa que soy un chulo de cojones, pero me da lo mismo. Es verdad, la pasta no es problema. Tengo otros problemas, pero desde luego la pasta no lo es.

Saca una libreta del bolso, y un bolígrafo, y comienza a escribir. Arranca la hoja y me la tiende.

-Si puedes permitírtelo, acepto.

Sonrío. Es una cantidad considerable, anotada junto a un número de cuenta que identifico de algún paraíso fiscal.

Minutos después, mis manos recorren su hermoso cuerpo desnudo. Practicamos sexo durante casi dos horas. No hay tiempo para más. Me ducho, me visto y salgo de la habitación. El coche me espera en la calle. Miro el reloj. Justo a tiempo. Hago una llamada.

-¿Cielo…? Hola cariño. Voy a una reunión. Llegaré tarde… No, cariño, no puedes esperarme levantada, mañana tienes que ir al colegio. Anda, di a tu madre que se ponga. ¿No está…? ¿Con Leticia? Bien vale, dile que he llamado. Te quiero.

Y me quedo pensando unos segundos. Entonces le digo a Alberto que de la vuelta y se dirija al apartamento de Leticia.

-Pero señor, si hacemos eso no llegará a tiempo a la reunión.

-¿Y qué van a hacer? ¿Despedirme? Por Dios, tengo el setenta por ciento de las acciones. Les llamas y les dices que he sufrido un contratiempo y llegaré con retraso… o mejor aún, que la reunión se pospone hasta mañana a primera hora.

-Como quiera señor, aunque no creo que a los japoneses les guste demasiado.

-Tendrá que gustarles. Van a ganar millones con este asunto.

Y llegamos al bloque de apartamentos. El portero se apresura a abrir la puerta. Tomo el ascensor. Octava planta. Hace tiempo que no hago estas cosas, pero rebusco en la cartera y saco lo que necesito. Abrir la cerradura es fácil.

Me cuelo en el apartamento. Oigo jadeos. Hay ropa esparcida por el pasillo: una blusa, unos pantalones, zapatos de tacón -los putos zapatos de tacón que le regalé por su cumpleaños-, otro zapato, unas medias… otras medias…

Y allí están las dos, retozando como zorras en medio de la cama, comiéndose el sexo. La muy puta… No me controlo. Me abalanzo sobre ella y la arranco de su delirio. La abofeteo con todas mis fuerzas. Leticia no dice nada, se queda tendida sobre la cama. Mi mujer me mira impertérrita. Y me suelta una bofetada. La veo venir, pero no quiero pararla. Pega fuerte la cabrona.

-Sólo es sexo, cariño. Nada más, sólo sexo.

Joder… y nos besamos.

 

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