Comentaba Daniel Raventós que un miembro de la patronal catalana le dijo en cierta ocasión que el problema de la Renta Básica era que otorgaba un poder de negociación inmenso a los trabajadores, y que por este motivo el empresariado se negaría siempre a que esta iniciativa prosperase, aunque dieran los números.

En relación a nuestro mercado de trabajo pienso que éste es el quid de la cuestión.

Desde mi punto de vista, es absolutamente falso que la gente se quede en su casa, sin hacer otra cosa que rascarse la barriga, si el Estado le proporciona unos ingresos mínimos para poder subsistir. Queremos vivir bien, no subsistir: a esto también nos ha educado el propio capitalismo. Por eso, esta afirmación tan recurrente no es sino una falacia neoliberal, que choca frontalmente con la antropología humana más elemental y que forma parte de esa propaganda de “justos por pecadores” tan común en la derecha: una propaganda que esconde la estrategia de enfrentar a pobres contra pobres y que tan buen resultado ha dado a lo largo del tiempo.

Dicho de otro modo: “No te puedo entregar esto que tanto mereces porque debería entregárselo también a tus iguales para ser justo. Y la gente –como bien sabes– es mala, pero que muy mala. De modo que te tendrás que quedar como estás, y quiero que sepas que además será por culpa de ellos. Por culpa de los tuyos, de los que son como tú.”

Llama la atención que ningún empresario parezca desconfiar de la ambición personal y el afán de superación cuando paga 700 u 800 euros a una persona por un trabajo a jornada completa y que, sin embargo, afirme después sin sonrojarse que ambas condiciones –ambición personal y afán de superación– pasarían a un estado vegetativo en el momento de que se regulase una Renta Básica.

Todos queremos vivir mejor de lo que vivimos –está en nuestra naturaleza–, y en ese sentido el trabajo remunerado seguirá operando como la principal puerta de acceso a esas condiciones de vida más prósperas, aunque existiera una Renta Básica. El problema para los poderosos es que ya no valdría cualquier trabajo ni bajo cualquier condición. Una renta básica supondría el empoderamiento de buena parte de la sociedad que, actualmente, carece de herramientas y contrapesos para acceder al empleo en condiciones dignas. ¿Es acaso más beneficioso para la sociedad este escenario de trabajadores pobres que ya se cuentan por millones, y que tenemos encima de la mesa? Parece evidente que esta deriva de la precariedad no nos conduce a ningún sitio y que crea bolsas de pobreza cada vez más preocupantes.

 Explica bien Jorge Moruno la distinción entre trabajo y empleo a lo largo de la historia. Todo lo que no esté inserto en la lógica capitalista se nos presenta como accesorio, como carente de valor. Una persona que cuida de sus hijos no obtiene ningún rendimiento económico por dicha actividad, pese a que esté realizando un trabajo; sin embargo, si realiza estas mismas funciones en un jardín de infancia su actividad se convierte en “útil” para la lógica capitalista y, por tanto, en una actividad remunerada. Se ha naturalizado así que el empleo remunerado –no el trabajo– regule la sociedad en un sentido más profundo; tendremos derechos en la medida en que podamos pagarlos. O dicho de otro modo: somos ciudadanos, siempre y cuando dispongamos de un medio de vida.

Las nuevas cotas de precariedad nos sitúan ahora ante un escenario distinto: existen millones de trabajadores pobres que, paulatinamente, van dejando de ser ciudadanos de pleno derecho. En el escenario actual, pagar impuestos ha dejado de garantizar que se redistribuya la riqueza y que se mantengan intactos derechos como la educación o la sanidad. Sobre todo cuando el dinero público se dedica a otras cosas, a tapar otros agujeros… Hay que aclarar que esos servicios públicos gratuitos constituían una Renta Básica en sí mismos, no cabe duda; una Renta Básica en especie. Sin embargo, el desmantelamiento de los servicios públicos está suponiendo la eliminación efectiva de dichos derechos, porque caminamos hacia un escenario donde dichos servicios son de más difícil acceso cada vez, y sólo parecen a nuestro alcance mediante financiación o cofinanciación privada. ¿Acaso exagero? Piensen en las pensiones por un instante.

Por tanto, el debate de la Renta Básica no es un debate de holgazanes y mamandurrias; no es un debate de gente que prefiere quedarse en casa, mano sobre mano, disfrutando de la certidumbre de sus estrecheces. Habrá ejemplos de todo tipo, pero me niego a caer en la trampa –una vez más– de quienes generalizan las excepciones con esa lógica de “justos por pecadores” que les comentaba más arriba. Críticas que incluso proceden de ciertos sectores de la izquierda, dicho sea de paso.

El debate de la Renta Básica es un debate sobre ciudadanía y derechos, y sobre la recuperación de una posición de fuerza en las relaciones laborales. Algo que necesitamos con urgencia si entendemos –de una vez por todas– que el mundo del trabajo es el principal campo de juego de la dominación política.

Porque sí –lo reconozco– soy de los que aún cree que todo esto va sobre la lucha de clases.

3 COMENTARIOS

  1. De momento la lógica de tu artículo, es la lógica socialista que ha arruinado bastantes países en su aplicación. Véase URSS, Cuba, Venezuela, Corea del Norte, etc. Si no me das otros argumentos, me quedo con la lógica capitalista, mucho más pragmática y que sin ser perfecta, ha dado mejores resultados. Creo que aún eres joven y tienes mucho que aprender. Todo a su tiempo Julio. Un saludo.

  2. Ah cuidado, la «lógica socialista» ha arruinado a bastantes paises, como la República Popular China, verdad?.
    Creo que eres muy viejo y que tienes aún mucho que desaprender, Fer.

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