¿Has escuchado alguna vez a tu compañero/a de trabajo hacer una crítica de algún aspecto del desempeño de vuestra función profesional con gran ímpetu, cargado/a  de razones y proporcionando una batería de soluciones al problema suscitado?

Seguro que la respuesta es afirmativa. Al igual que si se preguntara el lugar donde dicha escena ocurrió también hay muchas posibilidades de que fuera aprovechando un descanso en una cafetería o bar, en un pasillo o en cualquier otro sitio, menos allí donde tendría efectos reales dicha crítica.

No nos engañemos, tenemos la mayoría la capacidad de identificar y expresar los problemas existentes en el plano laboral, los autores de dichos problemas e incluso de materializar las soluciones pertinentes, pero ahí queda la cosa. En un simple «quejío», en una letanía de qué mal estoy, cuánto daño me están procurando, pero a la hora de poner cartas en el asunto todo ese ímpetu y dignidad se difumina hasta desaparecer tornando en una gota más del malestar, que nunca llega a desbordar el vaso.

Y para sustituir esa desidia o falta de activismo para defender los propios derechos se acude a la representación sindical. Pero ojo, se acude a la misma como si fuera una delegación total de servicios que sustituya la inacción propia. En el mismo plano que la equivocada y arcaica argumentación que pontifica que con ir a votar cada cuatro años es suficiente para participar en la política de tu país.

Pero es que además nos encontramos que dicha representación sindical es muy criticada a su vez, por esos mismos que acuden a ella, argumentando que es por falta de reivindicación, de motivación, de falta de interés real en la defensa de sus compañeros, de perpetuar privilegios a costa de vender los intereses de la mayoría de trabajadores al patrón, etc. Y en muchas ocasiones se tiene razón. El modelo sindical que se ha instaurado en este país en el que cada vez perdemos más derechos y retrocedemos de manera inexorable en el bienestar laboral, ha quedado obsoleto y prostituido en su esencia.

Pero la solución no es bailarle el agua al credo neoliberal, que a través de su curia e ideólogos ejecuta y destruye cualquier atisbo de unión y defensa de los trabajadores, los cuales en su desequilibrada relación con el patrono tienen siempre las de perder. Y eso es lo que hacemos. En vez de tomar cartas en el asunto de manera directa sin delegar, aportando energía en la lucha de los propios derechos,  de intentar apoyar aquellas nuevas formaciones independientes que quieren reformar lo existente y llenar de contenido la palabra sindicalismo, nos unimos a la campaña crítica que lo único que hace es que la bola sea más grande hasta que nos alcance y atropelle.

Hay mucho que limpiar en el sindicalismo, hay mucho que reformar y hay mucha mentira e hipocresía que destapar, pero lo que tenemos que hacer todas y todos es salir del sindicalismo de salón o café, y ponernos las pilas aportando energía al proceso de defensa y lucha por los propios derechos. Además es indispensable hacer un ejercicio de análisis y discriminar aquellas representaciones sindicales honestas, reivindicativas, independientes, como es el caso dentro del colectivo policial de la Agrupación Reformista de Policías, de aquellas otras que han comprado una marca aprovechándose de inercias anteriores, se escudan en unas siglas, pero que en el fondo son los que están haciendo más daño a la lucha ya no solo por inacción, sino por vender a sus compañeros por dinero, liberaciones, partidismo, falta de principios o simplemente por no tener la capacidad necesaria para su función.

1 COMENTARIO

  1. Los sindicatos son necesarios, sí; pero libres e independientes. Ahora no son ni lo uno ni lo otro sino un apéndice más del Estado, pues del Estado cobran. Se han convertido en estructuras enormes, con sedes que requieren un dineral para su mantenimiento y con infinidad de liberados y enchufados. No es extraño que ni
    siquiera se llamen a sí mismos sindicatos , han adoptado el nombre de organizaciones sindicales como en la dictadura.

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