Desde que Patxi López hiciera pública su candidatura a la Secretaría General del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cargo en el que también parece postularse Susana Díaz, Pedro Sánchez ha hecho, como se dice vulgarmente, mutis por el foro y no se ha manifestado acerca de su futuro político más inmediato. Llegó como un auténtico apparatchik, sin mayor mérito que haber militado desde su más tierna infancia en las filas socialistas, y tuvo ante sí el enorme desafío de hacer frente a la marea de cambio y renovación que demandaba la sociedad española cuando el marasmo de la corrupción parecía que nos iba a engullir a todos.

También tuvo que lidiar con el imparable -e irresistible- ascenso de una nueva formación de izquierdas, Podemos, que enarbolaba un discurso joven, revolucionario en cierta medida y que apelaba a la ruptura con una Transición que consideraba fracasada.

En ese contexto, y con unos resultados que mostraban el agotamiento de los socialistas, que perdían millones de votos, Sánchez fue el cartel electoral de un partido incapaz de reaccionar ante una sociedad que estaba cambiando por momentos y una corrupción galopante que minaba sus filas. Mientras los populares, por suerte para ellos, no tenían competidores a la derecha, los socialistas tenían que hacer frente a Podemos y a las diversas formaciones de izquierda nacionalista, tales como Bildu, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y otras fuerzas menores.

 

En total, el PSOE perdía la mitad de sus votos en el camino entre las elecciones del 2008 y el 2016, aunque en las del 2011 ya había sufrido un duro varapalo, y una buena parte de su poder municipal y autonómico. Las elecciones municipales de 2015 otorgaron a Podemos el control de las grandes ciudades, como Madrid, Valencia, Zaragoza y Barcelona, sobre todo en detrimento de los socialistas y los populares, y abrieron el camino para una izquierda más plural y multipartidista en todo el Estado.

 

Homs, clave en el pacto de izquierdas Podemos-PSOE

Así las cosas, y sobre todo a raíz de las elecciones generales de junio de 2016, Sánchez comprendió que si algún día quería llegar a la presidencia de Gobierno, que era su verdadero objetivo, tendría que lograr un gran acuerdo de izquierda con Podemos e Izquierda Unida, ya coaligada, por no decir fagocitada, con el partido de Pablo Iglesias. Entre julio y septiembre del año pasado, Sánchez e Iglesias fueron tejiendo un gran acuerdo para un gobierno de izquierdas, con el apoyo no declarado de los nacionalistas catalanes y quizá vascos, que desbloquease el nuevo mapa político en que ninguna de las dos grandes formaciones que hasta ahora habían dominado el legislativo tenía la mayoría absoluta. Las cuentas salían, siempre y cuando los partidos nacionalistas votaran a favor de Sánchez en la sesión de investidura y después, previsiblemente, pasasen a la oposición.

El hombre clave en esta operación fue Francesc Homs, diputado de la antigua Convergéncia i Unió -hoy PDECat- en el Congreso de los Diputados, quien animó a Sánchez a presentarse a la investidura y que le garantizó los votos de su partido a favor del candidato socialista sin entrar en un hipotético gobierno. Una vez que Sánchez e Iglesias formalizaron su acuerdo, reparto de carteras y responsabilidades en el nuevo ejecutivo por medio, el pacto entre el PSOE y Podemos se hizo del dominio público. El tsunami político estaba por llegar, era sólo cuestión de tiempo. Sánchez se equivocó al no saber medir la fuerza destructora de esa auténtica «bomba» en su propio partido.

La reacción a este pacto entre los socialistas y Podemos fue rotunda y contundente por parte del aparato socialista. El primero en movilizarse contra el acuerdo fue el expresidente de Gobierno Felipe González quien, atizado y jaleado por el diario El País y la cadena Ser, denunció los supuestos engaños de Sánchez. Según él, Sánchez le prometió que se abstendría ante la investidura de Mariano Rajoy y que dejaría el camino libre para que la derecha gobernara al menos durante algún tiempo. Esta estrategia pasaría porque los socialistas pasaran a la oposición, el partido iniciase un período de autocrítica y renovación y se comenzará una ofensiva política en todos los frentes para recuperar los votos perdidos que fueron a parar a Podemos y a la abstención. El último escenario para González era un pacto con Podemos, un partido antisistema, en su opinión, apoyado por Irán y Venezuela.

En muy poco tiempo, Sánchez fue desautorizado por casi todos los líderes con más peso político dentro del partido, entre los que destacaban Alfredo Pérez Rubalcaba, Susana Díaz y José Luis Rodríguez Zapatero junto con algunos barones regionales que, como Patxi López, ya barajaban la idea de abandonar al hasta entonces su Secretario General. Luego Sánchez perdió la votación en el Comité Federal, dimitió como máximo líder, tuvo que renunciar a su acta de diputado para no tener que acatar la disciplina  de partido y su soledad política se fue haciendo tan notoria que hasta los más cercanos a él hasta entonces comenzaban a abandonar el barco y le dejaban, para su perplejidad, absolutamente desvalido. Sin apenas intuirlo y quizá percibirlo todavía, Sánchez se había convertido en un jovencísimo cadáver político.

Una vez oficializada la candidatura de Patxi López a la Secretaria General, que le restará votos a los críticos que hasta ahora apoyaban a Sánchez, parece que las cosas se empiezan a ver con una mayor claridad. Las posibilidades de Sánchez son ya mínimas.

Con el aparato en contra, el entramado mediático de Prisa apoyando cualquier vía dentro del PSOE que no pase por Sánchez y las fuerzas que le apoyaban, mermadas, sus expectativas en unas primarias, o en un congreso extraordinario, son casi nulas. Sánchez jugó con fuego, y lo sabía, al pactar con Podemos y desató la mayor tormenta política del año pasado.

Quizá lo que no sabía es que en política las lealtades son un bien escaso. Y que los que apenas hace un año le jaleaban y animaban en su camino, como el mismo González, se acabaron convirtiendo en sus implacables verdugos. Qué lástima la sabiduría que no aporta nada a los sabios. Mientras tanto, seguimos sin noticias de Sánchez.

2 COMENTARIOS

  1. ¡Tranquilos, no os pongáis nerviosos, que ya tendremos suficientes noticias!
    ¡¡Animo Pedro!! Somos muchos los que estamos contigo.
    ¡¡NO ES NO!!

  2. ¿No te parece Ricardo, que tu perspectiva quizás sea un poquito lejana?
    ¿De verdad crees que tienen mas posibilidades los favoritos en el PP para dirigir el PSOE?
    Si es así, mas que en Bogotá parecería que estas en Babia.

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