En unos días se cumplirá un año. Shangay nos dejó el once de abril.

Cuando alguien se marcha pueden pasar muchas cosas. Obvio. Siempre habrá quien nos llore. Y siempre quedará un vacío imposible de llenar para algunos. El que ha dejado Shangay se nota, y creo que puedo decir que no solamente se nota para quienes era alguien cercano (un amigo, un camarada, un cómplice); su vacío es palpable. No están sus ideas, sus comentarios, sus críticas, sus toques mordaces al respecto de todo lo que está sucediendo. Y se echa en falta, desde mi punto de vista, por dos razones: una, porque era una persona interesante, de la que siempre aprendías algo. Su manera de enlazar pensamientos, su forma de analizar y, sobre todo, no olvidarse absolutamente de ningún detalle, eran razones para disfrutar escuchándole o leyéndole. Era divertido, porque tenía una manera de contar las cosas, de explicarlas, de morder, que a mi me maravillaba. Le quitaba hierro al asunto en cuestión, al mismo tiempo que daba «hostias como panes». Me atrajo siempre esa mezcla explosiva: su manera de llamar la atención simplemente con su presencia, para conseguir que, al conocerle, lo que menos te deslumbrase fuera su imagen; bajo los turbantes de colores había una cabeza llena de ideas. Un coco en permanente análisis. Un archivo, un registro.

La otra, porque precisamente en estos momentos, Shangay es necesario. Con todo lo que está pasando, el espacio en que no está -como diría la canción- me genera desolación.

Dejamos en el tintero horas de charlas. De conspiración. Contraconspiración. De risas. De intercambiar tantísimas experiencias. Unir alguna que otra pieza de algún que otro puzzle. De lágrimas. De indignación. De poner a parir a más de uno. Y de una. Descubrir, que eso nos gustaba mucho, dónde está la trampa; lo que se esconde por detrás.

De Shangay me gustaban muchas cosas, precisamente las que más asustaban (expresividad, exuberancia, provocación). Pero sobre todo, lo que me hizo tener el honor de «bombonear» con él, fue su honestidad. Nuestra amistad fue corta. Pero fue. Y desde mi más sincero egoísmo, la rabia de que no hubiera podido ser más. Porque nos quedó mucho, muchísimo por compartir. Muchos trajes que hacer. Mucha tela que cortar.

Me dejó un regalo. Aún lo tengo que abrir. Solamente alguien con su capacidad de dar amor podría dejarme por descubrir a una bonita persona.

Nos dejó dos libros. Obra digna de alguien valiente, honesto y con la misión de cambiar este mundo a golpe de principios y autenticidad. «Adiós Chueca» (Akal), una obra de denuncia de alguien valiente, honesto contra la derechizacion y mercantilización de la «Marca Gay» por un grupo de empresarios, conocidos como la Mafia Rosa; y un libro de poesía, «Plasma Virago» (Huerga y Fierro) su libro más combativo. Aquí mi invitación a que sean leídos y compartidos.

Este mes queremos rendirle un homenaje desde Diario 16. Invitamos así a nuestros lectores a conocer a Shangay a través de los ojos de quienes tuvimos la tremenda suerte de contar con su cariño.

1 COMENTARIO

  1. Tuve el gusto, el placer, la gracia de conocer a Miss Shangay Lily, de ser su amigo, de haber programado dos espectáculos suyos en la extinta sala de teatro ENSAYO100, en el Madrileño barrio de Chamberí (muchos contemporáneos de ahora, que se rasgan las vestiduras por las Naves del Matadero nos vieron con ojos de asco, de desdén artístico, de superioridad posmoderna y autoreferencia. No, Miss Shangay Lily, señorita por siempre, viva, joven cesuda, era un compendio de lecturas y críticas, pero también de sabiduría humana: dulce cuando eras cercano a su conversación; dura, durísima con quienes usurpaban los derechos de las otas personas, los machisas, los gaypitalistas, los fachas.
    No nos dejó un par de libros, Beatriz, escribió algunos otros. Su obra dramática Monólogos Feninistas para una Diva, o su ensayo Mary, me pasas el Poppers, son obras que anteceden a su producción en el Diario.es o Adiós Chueca y Plasma Virago. Shangay fue un prolífico intelectual de la resistencia somática, le faltó tiempo.
    Ahora soy parte de la diáspora post crisis. Vivo en Ecuador y he fundado una escuela para actores. Volví a la tierra que me vio nacer, después de vivir quince años en España. Gente como Miss Shangay Lily hizo que un día pensase nunca en volver y habitar en la única patria de la que no te pueden expulsar: la madre.
    ¡Viva Uterolandia, Shangay!
    ¡Viva tu memoria y tus enseñanzas!
    ¡Viva la vida que compartimos juntos!

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