A la hora del aperitivo, conversamos con Fernando Pardo, guitarrista fundador de los incombustibles Sex Museum. Una banda que conserva su esencia rockera intacta tras 32 años sobre las tablas de locales grandes y pequeños, sobre los mismos escenarios que grandes como Metallica, Sonic Youth o Deep Purple. Una hoja de servicios difícil de igualar, que acredita a Sex Museum como una de las bandas de referencia en la escena del Hard Rock de nuestro país. En esta ocasión Fernando nos seduce con palabras tan descarnadas y llenas de verdad como los riffs con los que este viernes día 6 Sex Museum incendiará la Sala El SOl de Madrid (para más info pulsa aquí). 

Ruido Blanco: Una de las cosas que me admiran de Sex Museum es la capacidad que habéis tenido de manteneros alejados de eso que algunos llaman éxito, a saber, la admiración efímera de las grandes masas. ¿Cómo se consiguen tantos años de fructífera carrera sobre el alambre de esta ingrata profesión? 

Fernando Pardo: Supongo que la clave consiste en tener claro dónde estás y disfrutarlo al máximo, en lugar de proyectarse sobre un futuro que es tan inexistente como impredecible. Se trata de vivir y disfrutar del presente, de controlar la situación, la música es eso, presente puro y duro, no se trata tanto de llegar a ningún sitio sino de vivir el momento. Cuando empiezas a pensar en la música como negocio empiezas a perder la esencia pura que te llevó hasta ella.

A veces conviene recordar el espíritu de aquellos pioneros del jazz y del rhythm and blues, de los años 30, 40 o principios de los 50, músicos que no querían ver más allá de las notas que salían de sus instrumentos, respiraban y sentían música. Gente que al acabar su concierto con una Big Band cogía su instrumento y se plantaba en alguna jam session de algún garito inmundo o en una habitación de hotel donde seguía haciendo lo que más les gustaba, tocar, tocar y tocar, toda la madrugada. Luego colateralmente acabar haciendo lo siguiente que más les gustaba que era drogarse o follar, no está mal…. Presente a tope y vivido de una manera muy pura que se refleja en la autenticidad de su música, vivir y crear hoy y ahora sin pensar demasiado ni en el público ni el posible éxito. No digo que ese sea un modo de vida que pretendamos emular, pero sí que es envidiable esa capacidad de estar en donde se está en lugar de vivir en ilusiones sobre lo que podría ser. Por tanto, creo que no se trata de ser fiel ni siquiera a un estilo musical, sino más bien de ser fiel a un espíritu y creo que quizás ese sea nuestro mayor mérito.

RB: Más de 30 años sobre lo escenarios; ¿Cuantas veces se ha tenido que sentar Sex Museum en el diván del confesor/psicólogo? 

FP: !!Buff!! Montones de veces. Piensa que yo toco con mi hermano y con mi mujer (risas). De hecho mi hermano, sin ir más lejos, ha dejado la banda en alguna ocasión, harto de nosotros, especialmente de mi. Más que una banda de rock somos un colectivo de gente que comparte una pasión y se realiza por medio de la música, y por tanto siempre tratamos de tener más cosas entre manos, para no desgastarnos y mantener una cohesión que trasciende a la propia banda. Las bandas de rock somos como familias disfuncionales, con sus jerarquías y roles muy marcados, y nosotros tratamos de evitar desgastarnos teniendo siempre otros proyectos en los que pensar, como válvulas de escape para soltar presión, porque llevamos mucho tiempo juntos. Proyectos paralelos que sirven paradójicamente para mantenernos unidos, de algún modo son terapia necesaria, de supervivencia.

Como instrumentistas cada uno tenemos nuestra propia idiosincrasia. A mi, como guitarrista me toca estar generando movimiento. Lo de tener razón lo dejo para vocalistas y bajistas, de modo que cuando pretendo dar un rapapolvo a alguien, en lugar de gritar y discutir absurdamente, monto una nueva banda y el mensaje queda claro (risas).

RB: ¿En qué ha cambiado Sex Museum desde 1985? 

FP: La banda ha cambiado mucho, tanto los músicos como las prioridades y los objetivos que teníamos. Son más de treinta años y es inevitable cambiar, por gusto o por adaptación.

En algún momento de los 90 hubo una diáspora entre el grupo original, precisamente por eso que me preguntabas antes sobre el éxito. Algunos pensaban que tanto trabajo tenía que materializarse en dinero de manera más menos rápida y otros pensábamos que era mejor ir poco a poco controlando la situación en todo momento y haciendo las cosas a nuestra manera. Cada uno tiró por su lado y el grupo continuó.

Pese a ello, mantenemos muy buen rollo toda la pandilla original. Porque eso era lo que éramos al principio, una pandilla de chavales muy callejeros de el Madrid de mediados de los ochenta que buscábamos de algún modo diferenciarnos o separarnos del resto a través de la música. Poco a poco fuimos cambiando al ritmo que lo hacía la propia ciudad. De tener una actitud de todo o nada, casi punk, nos fuimos dejando influenciar poco a poco por el “Peace and Love” (risas). Año a año tu entorno va variando y te acabas juntando sobre todo con músicos, cada uno de su padre y de su madre, y eso te hace cambiar. Empezamos el grupo con gente con la que teníamos afinidad, éramos amigos y nos movíamos juntos, con el tiempo acabas tocando con gente que tenga más nivel musical, sin que sea realmente necesario tener gustos comunes o algo que te una. Esa es la gran diferencia entre cuando empiezas una banda y cuando llevas 30 años tocando.

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RB: ¿Cómo se ve el paso de las modas desde la atalaya de la permanencia? 

FP: Eso es quizás lo más difícil de todo. Lo primero es no renegar nunca jamás de aquello que te ha movido. Es bastante frecuente encontrarse con músicos que reniegan de su pasado, como todos esos que se engancharon a esto del Rock and Roll escuchando a Iron Maiden o a los Ramones, por ejemplo, y que ahora no son capaces de reconocerlos como influencia en una entrevista en el Mondo Sonoro. Lo considero un error y una demostración de lo importante que es a veces la imagen que quieres dar, como intentar cambiar tu acento para intentar parecer que no eres de un pueblo de la Galicia profunda. Esto es r’n’r y considero que la autenticidad, más allá de que sea aceptada o no, es un valor.

Ya desde pequeño tenía problemas con esa visión sobre la música. A mediados de los 70, cuando mis padres se iban a ver al Atleti al Calderón, aprovechaba para usar el equipo de música de mi padre, que tenía prohibido tocar, y escuchaba un programa de radio llamado “Billete de Vuelta” en el que descubrí a los Who, a los Kinks, Easy Beats,… a cientos de grupos de los 50 y 60. Cuando llegaba a clase el lunes e intercambiaba cintas con toda esa música que oía y grababa, aquello se acababa convirtiendo en una competición de a ver que grupo era mejor en la que siempre ganaba Led Zeppelin. Era lo que arrasaba entonces y sus seguidores tenían una especie de autoridad moral que les permitía estar siempre en lo más alto sin discusión. Como la cosa me empezó a tocar los huevos, afiné un poco más y en una cinta llevé todo el r’n’r que me gustaba recopilado, algo de Little Richard, Eddie Cochran, instrumentales, los Searchers algo de John Mayall y los Blues Breakers… y fue aún peor, perdí todo el crédito. En aquel momento le cogí manía a led Zeppelin, porque me repateaba que despreciaran aquello que yo amaba por encima de todo. Así funcionan las modas y así me dejé llevar por algo que con el tiempo corregí, luego retome a Led Zeppelin y me flipan. El estar a la moda da una autoridad moral, la de la masa, que me repatea.

Luego he visto lo mismo con Metallica, Black Crows, Nirvana, Queens of Stone Age y tantos otros, que de pronto arrasaban y todas las bandas querían sonar como ellos, el resto se quedaba desfasado y sin valor. Y son bandas que molan mucho, pero fundamentalmente porque eran ellos mismos y abrían camino, cuando te agarras a lo que arrasa en el momento dejas de ser tú. No se trata de cerrarse a lo nuevo sino de también saber mantenerse fiel a lo que eras, lo que te gustaba y a lo que te movía cuando te abriste a la música y aún eras puro.

De hecho si eres capaz de mantenerte fiel a lo que de verdad te gusta, al final ganas credibilidad y fondo musical, porque todo tiene tendencia a volver y de alguna manera mantienes una visión más personal. A menudo pasa incluso con músicos que entran en la banda. Es como si invitas a alguien a tu casa y empieza diciendo que le encanta, y a los diez minutos está tratando de cambiar toda la decoración. Supongo que en un músico se trata de la diferencia entre la autenticidad personal y la búsqueda del éxito apoyado en lo que se lleva en ese momento. Y la búsqueda del éxito en realidad debería ser cosa de productores, no tanto de músicos. 

RB: ¿Qué clase de público os ha seguido en estos últimos 30 años? 

FP: Tenemos la suerte de tener un público muy cercano. Es quizás debido a nuestra condición de colectivo musical y que somos un grupo de garito. Somos como un comando del rock (risas) siempre en movimiento y con olfato para la gente peculiar e interesante. Son gente con la que hemos compartido mucho más que un rato de música en una sala de conciertos. Muchas veces de gira, quedamos a comer o a pasar el día con ellos. Es un público que trasciende a lo estrictamente musical, acaban siendo colegas.

RB: Cambiando de tercio ¿Qué papel juega la SGAE en el panorama musical español? 

FP: La SGAE es verdaderamente necesaria, porque es la única junto con la AIE que puede solucionar el estado de pobreza extrema en el que acaban la mayoría de los músicos ancianos, pero está claro que no funciona como debería. Es el paradigma de como funciona todo aquí. Los intermediarios del negocio de legumbres, por ejemplo, pretenden seguir haciendo negocio prescindiendo de la gente que las cultiva, pagándoles cada vez menos, hasta que el cultivador lo deja. Es absurdo, al final los cultivadores dejan el negocio porque no es rentable, las legumbres entonces llegan de china y el intermediario se arruina. Parece el chiste de Jaimito del que vendió el coche para comprar gasolina, pura estupidez mercantil de dinero rápido para cuatro y ruina total para el todo sector.

Nosotros tenemos a los intermediarios y a los cultivadores en una misma organización cuando es obvio que autores y los editores no tenemos los mismos intereses. Y poco a poco se van cargando todo mientras que los músicos cada vez estamos más desunidos. Es curioso como un colectivo como el nuestro, con una aceptación social tan baja desde hace tanto tiempo esté tan intoxicado por el individualismo. Pero peor lo llevaran los editores, porque si no hay una nueva generación de músicos jóvenes, su negocio se les irá al garete y no veo que estén haciendo lo necesario para que haya un relevo. Si no apoyan y subvencionan a las bandas nuevas para que puedan empezar a tocar, a los locales de conciertos y a los pequeños festivales para que subsistan, dentro de poco solo gestionaran el dinero de las bandas inglesas que vengan a tocar a todos los festivales veraniegos, acabarán siendo todos como el FIB. Hay que mimar a los músicos, a los pequeños festivales locales y a las salas de conciertos porque somos especies en extinción y porque al público de aquí en el fondo le da igual ver a una banda de Madrid o Barcelona que de Manchester en un gran festival. Todas las grandes bandas que toquen acabarán siendo de fuera, y al ritmo que vamos nosotros seremos el público y ellos los artistas, nosotros los camareros y ellos los turistas. Y es una putada porque aquí hay músicos buenísimos y acabarán tocando en grupos clones de versiones. SGAE, espabila de una puta vez que te necesitamos y el negocio se te va a la mierda!

RB: ¿Crees que los músicos se ponen de perfil? 

FP: No es sólo cuestión de los músicos, son los valores que se consumen de manera inducida, es la sociedad de consumo que te vuelve insensible y te impide ver lo que te rodea con algo de perspectiva. Incluso en los peores años de la crisis la ambición de millones de españoles era tener un plasma gigante en la pared del comedor, aunque no tuvieran para pagar la luz. Aún recuerdo ver en la televisión el invierno pasado a una familia a la que habían cortado la electricidad, a oscuras todos durmiendo en la misma habitación alrededor de un hornillo, y con una televisión gigante en la pared, apagada por supuesto. Con lo que les costó la televisión podrían haber pagado al menos seis meses de electricidad, pobreza energética inducida por la estupidez del hombre bueno que solo hizo lo que hacían sus vecinos, sus familiares o compañeros de trabajo. Durante muchos años nos hemos proyectado en el paradigma del éxito que representan tipos tan extremos como Cristiano Ronaldo o Belén Esteban comprando objetos que pudiesen acercarnos a esa realidad. Ufff, da vértigo solo pensarlo…

Es cierto que a mediados de los 60 la música significaba compromiso, pero eso cambió hace mucho, en los últimos tiempos la música no le interesa a nadie más que como bien de consumo. Todo el mundo prefiere tener un plasma grande o un smartphone nuevo en lugar de bagaje cultural. Todo ha sido demasiado rápido, y antes de que nos diéramos cuenta nos han convertido en máquinas de consumir a lo loco. La sociedad ha vivido muchos años sin pizca de compromiso profundo con nada más allá del dinero o el status y los músicos, como parte de esa sociedad, también. Por suerte parece que eso ahora está volviendo a cambiar, de nuevo la gente se da cuenta de que no es tan libre como pensaba y no creo que las nuevas generaciones acepten estas reglas del juego.

RB: ¿Que responsabilidad tiene la industria musical en todo esto? 

FP: La industria ha cambiado mucho. En los 60, gente como Geffen, por poner un ejemplo, ganaba mucho dinero convirtiendo la verdadera esencia musical en dinero. Era gente creativa, con mucha libertad de movimiento, y eso se reflejaba en la realidad musical que daban a conocer. Existía un equilibrio entre la esencia del creador puro, como Dylan, y la industria, dispuesta a actuar como un verdadero mecenas. Ahora ese equilibrio se ha roto y la industria musical ha perdido peso, con lo bueno y lo malo que eso tiene. Ya no actúa como mecenas para descubrir y apoyar a las figuras del futuro, pero sin embargo ha crecido enormemente cualquier forma de cultura alternativa, es más fácil hacer música pero más complicado darla a conocer. Se ve que es un momento de cambio, después de el gran colapso aparecerá algo nuevo, pero ya nada será como antes.

En España la industria musical, o lo que queda de aquel gran negocio, parece estar dominada por perfiles cada vez más torpes, cada vez más alejados de la esencia de la música, de la realidad. No es cosa de los músicos, creo estos siguen siendo creativos, pero los que mueven los hilos funcionan a base de ideas preconcebidas, copiando lo que funciona en otro sitio o lo que ya funcionó. Están estancados.

De cualquier manera nosotros estamos a años luz de todo eso, no somos más que un grupo de garito con mucho orgullo de clase. 

RB: ¿Para cuándo un nuevo disco? 

FP: Pues no lo sé. Me da mucha pereza esa tendencia que tiene la industria de necesitar justificar las giras con discos o singles. Si sacamos un disco es porque tenemos algo nuevo que decir, no porque necesitemos justificar nuestros bolos. Somos una banda esencialmente de directo y no nos gusta que nadie nos marque ni el camino ni el ritmo.

RB: ¿Unas preguntas rápidas y te dejo volver al ensayo?

 FP: Dispara

RB: ¿Un disco que jamás dejarás de escuchar?

 FP: Sleepwalker de los Kinks.

 

RB: ¿Un ejemplo a seguir?

 FP: El espíritu de los negros de los 50.

RB: ¿Un ejemplo a no seguir?

 FP: De todo el mundo puedes sacar algo.

RB: ¿Izquierdas, derechas o NS/NC?

 FP: Claramente de izquierdas. Quizás por eso no tengamos quien nos represente.

RB: ¿Preferís la luz o la oscuridad?

 FP: La luz.

RB: ¿Un político con el que tomarse una caña?

FP: Mujica, aunque quizás sea un poco producto de marketing. Mejor Bernie Sanders.

RB: ¿A quién espiaría por el ojo de la cerradura?

FP: A la princesa Leia, metiéndose en la bañera tras un largo día de lucha contra el Imperio.

RB: ¿Qué quiere ser Sex Museum de mayor?

FP: Sólo sex Museum, avanzando un milímetro cada año.

 

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