Voy en un vuelo a Bremen y, escuchando la voz de una niña, me ha venido a la cabeza una conversación que mantuve hace unas semanas con un compañero de partido, quien con una sonrisa cariñosa me preguntó: “¿estás embarazada?” y respondí de manera seca y tajante: “No”. A continuación él replicó: “es que como tienes esa barriguita, pensé que ibas a ser mamá”. No me pude resistir y le di el golpe de gracia: “Pues no, estoy más gorda”. Pobre, ante esa respuesta no sabía qué decir e incluso se le trababa la lengua y para intentar arreglarlo me dijo: “Perdona, no quería decir eso, estás más guapa y con tu edad me había alegrado al pensar que estabas embarazada”.

Esta es una de las típicas conversaciones (en este caso muy amable, aunque las hay peores) que en los últimos 10 años he tenido acerca de mi no maternidad. Y es que conforme vas cumpliendo años, cada vez es más frecuente e incluso más atrevido e hiriente por parte de familiares, amigos y conocidos, preguntar “¿a qué esperas?”, “se te va a pasar el arroz que ya no eres una niña” y cosas por el estilo, aunque lo más cruel es cuando empieza la estrategia para intentar convencerte de lo bonita que es la maternidad o de que es lo mejor de la vida, frases que parecen insinuar, y hasta en momentos de debilidad (que todos los tenemos), hacerte caer en la hipocresía machista de que te falta algo, hacerte dudar de si eres una mujer completa.

En definitiva, se trata de conversaciones que, pese a su inocencia primera, te transportan a reflexiones que, quizá, no te harías, al menos, de manera tan dolorosamente frecuente. Es ahora cuando me viene a la cabeza un pensamiento recogido en el libro ‘El guardián invisible”, de Dolores Redondo, quien describe de manera muy clara esta sensación que experimentan muchas mujeres que no consiguen quedarse embarazas con frases como: “insinuaciones maliciosas sobre una maternidad que no acaba de llegar. Una maternidad que le dolía”.

Todo esto me ha llevado a hacer pública una reflexión que llevo tiempo haciéndome y contar así mi experiencia con el fin de pedir a todo aquel que tenga intención de preguntar por la maternidad que medite un poco mi artículo y después, si lo considera adecuado, que sacie su curiosidad. Estoy convencida de que más de uno (y de una) terminará por ahogar esa curiosidad y logrará, sin planearlo, ayudar a otras mujeres que no son madres cualquiera que sea el motivo.

En mi caso, y ya lo hago público porque me apetece aunque no tendría por qué, siempre he querido ser madre, pero mi vida (incluido en ella un cáncer de mama) me ha llevado a que a mis 40 años no tenga hijos y también a convencerme de que con casi total seguridad jamás lo seré. No ha sido mi elección, en cambio así debo asumirlo.

Pero ¿y si yo, mujer adulta e independiente, hubiese decidido no tener hijos? ¿Qué pasaría? ¿Esa decisión iría contra alguien o contra algo? ¿Se puede, en esta sociedad, ser mujer y no ser madre?

Sé que hubo un tiempo, afortunadamente pasado y superado, en el que el principal objetivo de una mujer en la vida era ser madre. No parecía que tuviera otro cometido, ni siquiera que sirviera para otra cosa, todas esas cosas para las que años más tarde hemos demostrado que servimos sobradamente. No obstante, por aquel entonces, si una mujer no podía tener hijos o se quedaba soltera, era una mujer marcada a la que se le atribuían adjetivos que la descalificaban y que resultaban excesivamente despiadados. ¿Quién no ha oído hablar de fulanita la solterona o de la machorra?

Sin embargo, yo estoy convencida de que no ser madre es una alternativa tan válida como cualquier otra, es más, en el actual mundo en el que vivimos sería una decisión valiente. Sin embargo, ¿por qué tengo que explicar mis decisiones como persona, que no como mujer? Si un hombre no es padre no pasa nada, en cambio si una mujer no lo es, como es mi caso ¿soy menos mujer? Y lo peor, ¿por qué se cree la gente con derecho a pedir explicaciones?

Por tanto, nadie se plantea que a partir de cierta edad si una mujer no tiene descendencia solo hay dos posibilidades:

  • No ha querido tenerla y no tiene por qué ir dando explicaciones ni pedir permiso.
  • No puede tener hijos y a cada pregunta, su corazón se encoge, un puñal se clava en su cabeza que vuelve a dar vueltas sobre un tema que le hace daño y que no consigue superar porque siempre hay alguien que, aunque sea con cariño, le recuerda por lo que está pasando.

En cualquier caso, me parece increíble, que en pleno siglo XXI, todavía las mujeres tengamos que defendernos de estas insinuaciones machistas de nuestra sociedad y en particular de parte de ella que sigue considerando que los hijos son cosas de las mujeres y que el hombre es el machito fuerte, inteligente y poderoso que trae el pan a casa. Y es más incomprensible aún cuando son las propias mujeres las que no respetan la decisión de otra de no ser madre, cuando son las propias mujeres las que ponen en duda la feminidad de otra o sentencian que “es antinatural” o “ de ser egoísta” no querer ser madre, como si nuestro útero fuese una fábrica que debe dar rendimiento. Además, hablar de egoísmo de una mujer que por diversas cuestiones no es madre es de una auténtica desfachatez. ¿No es más egoísta que alguien quiera tener hijos para salvar su relación de pareja? ¿O como seguro de vida ante un hipotético abandono de la pareja? O una garantía ante una hipotética soledad en la madurez de tu vida

Como una vez leí de Florencia Lencia, miembro del Movimiento de Mujeres Juntas hacia la Izquierda “la maternidad es una decisión personal. Cada mujer tiene el derecho de decidir si quiere ser madre o no y en el momento que se sienta preparada. No debe ser una imposición como se vive hoy en día”

Y ya si faltaba poco, la nueva política, los que vienen dando lecciones de defensa de derechos pero a la más mínima sacan a relucir ideas machistas como las de que “feminizar la política es construir comunidad, eso que tradicionalmente conocemos porque hemos tenido madres que significa cuidar, significa cuidar al que tiene al lado, preocuparse del que tiene al lado”. Pablo Manuel (Podemos), yo estoy en política sin ser madre, me preocupo por mis vecinos y vecinas y lucho con uñas y dientes por todo aquello que considero injusticia, que por desgracia hay demasiadas en nuestro país. Debo de estar en política porque las mujeres somos el cincuenta por ciento de esta sociedad, no porque la naturaleza me ha dado el poder de ser madre y por tanto cuidadora.

Cuando pienso en esto me acuerdo de mi amiga y compañera del PSOE Patricia Hernández, para mi una mujer admirable, es inteligente, fuerte, valiente y sobre todo rebelde, rebelde porque no se resigna y lucha por mejorar el mundo, por defender sin decaer en el intento todo aquello en lo que cree, que en respuesta a las palabras del entonces ministro Gallardón en marzo de 2012 dijo: “usted no reparte los carnet de mujeres auténticas” y “ni una mujer es menos mujer por no ser madre, ni un hombre es más listo por ser ministro”.

Además, en ese febril torrente al que, a veces nos aboca la sociedad, de trabajar, casarse, tener hijos, una hipoteca…nos encontramos en la inmensa mayoría de las ocasiones muy solos, porque cuando decides tener hijos o simplemente te llegan, hay que hacer malabarismos para compaginar vida laboral y familiar, porque no, no existe la conciliación real, práctica, solidaria y universal. En nuestro país, cuando los hijos vienen debes tener una abuela o abuelo cercano para que te eche una mano. Incluso, no es suficiente con tener dinero, pero sí personas a tu alrededor que puedan recoger al niño, llevarlo a actividades, darle de comer, mientras sus padres cumplen con su jornada laboral.

Es decir, todo nos empuja a ser madres, pero las políticas de conciliación no benefician tampoco. Por regla general, aunque haya honrosas excepciones, una empresa no acoge de buen grado una jornada reducida de una trabajadora que debe ocuparse de la crianza de sus hijos, pero ni siquiera hay compatibilidad de horarios que te permitan, por ejemplo, llevar a tu niño o niña al médico sin entorpecer su jornada escolar.

Todavía queda mucho por hacer para que la corresponsabilidad de madres y padres sea una realidad, y para que la conciliación de la vida familiar, laboral y personal no sea un suplicio, ni una cuestión a resolver, como encaje de bolillo por las mujeres, ya que la sociedad (aunque existan avances) tiene asumido que el rol del padre es trabajar fuera de casa, si o si, y ya si la mujer quiere desarrollar su vida profesional, aún hoy, es su responsabilidad saber que va a ser de sus hijos mientras ella trabaja.

Por eso me atrevo a pedirle a todos los españoles y sobre todo a las españolas, que expliquen cuantas veces sea necesario, que los hijos e hijas son de los dos, que los sacrificios por ellos son de los dos y que no es egoísta por parte de una mujer querer ser la gerente de su empresa o una reconocida cirujana, que lo egoísta por parte de la sociedad, es exigirle a esa mujer que renuncie a sus sueños para que los logre su marido.

Este es un tema para debatir largo y tendido, así que lo dejo para otra ocasión.

Insisto en que ser madre debe ser una decisión coherente y consecuente, de igual manera que no serlo. Mención aparte, pero sí resaltada y no solo porque yo forme parte de ese grupo, son las mujeres que no han podido tomar su decisión y no pueden ser madres. Y todo ello debe ser respetado siempre y en todo lugar.

Pues eso, que no soy madre pero soy 100% mujer y el arroz se me pasa muchas veces pero al hacer la paella.

 

5 COMENTARIOS

    • Buenas noches Raquel. Cuando leí esos trozos de novela no podía de dejar de pensar que parecía que el libro me había elegido para que lo leyese.

  1. Muy buen artículo Susana, no sabía que tenías este don para escribir. Todo lo que has escrito es coherente y entendible.

    Un saludo

  2. Muy buen artículo. En mi caso particular, 35 años años, casada, sin hijos (por ahora) por decisión propia, lo que peor llevo es la cantidad de personas (padres) que, cada vez que comento algo del estilo «me voy de viaje», «me voy de cañas», etc, me dicen rápidamente «Ya tendrás hijos», como si les pusiera extremadamente nerviosos que no los tenga y pueda hacer todo eso libremente. El otro día, sin más, comenté que me iba a comprar un coche, y un compañero, padre de dos niños, dijo con sorna «pero te lo vas a comprar ya monovolumen y con sillita?». Y no hay manera de hacerles ver que si han sido padres es por decisión propia y con todas sus consecuencias asumidas.

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