Boris conducía y escuchó un silbato. Un policía le hacía señas para que parase el coche. Aparcó a un lado. “Documentación”, dijo el policía. Boris bajó del coche y le dio los papeles. Esta situación ya era más frecuente de lo normal. Boris cada vez conducía más despistado y prestando menos atención a las cosas. Se planteaba dejar de conducir.
“¿No ha visto el semáforo en rojo? Se lo ha saltado”. Boris miró el semáforo y respondió que no estaba de acuerdo. Es imposible saltar un semáforo. Todavía no hay coches que salten. Justo cuando terminó de hablar se dio cuenta del error. El comentario no era adecuado para la situación. Eso también le pasaba mucho últimamente.
“Vaya, el gracioso del 5 de agosto”, dijo el policía. Era 5 de agosto. Precisamente fue el 5 de agosto de 1914 cuando se puso en marcha el primer semáforo eléctrico. Fue en Cleveland (USA). Un invento de Garret Augustus Morgan.
El aumento del número de coches en las ciudades extendió el uso del semáforo. Antes de eso o no había, o en momentos puntuales un guardia regulaba el tráfico. Boris recordaba a los policías de blanco sobre una tarima circular. Era un arte dirigir la circulación.
Aquellos semáforos tenían solo luces de dos colores: rojo y verde. Después incorporaron el color amarillo, de significado poco claro. Incluso el color no es amarillo, sino ámbar. Vaya ocurrencia. Solo el ámbar es de color ámbar. Nadie usa ese color. En 1961 se incorporó a los semáforos el aviso para los peatones. Solo rojo y verde. Todavía no le han puesto el color ámbar.
“Gracias por la información, señor. En el aniversario del primer semáforo eléctrico, aquí tiene su multa”. Boris cogió la multa y miró al agente. Estaba pensando en voz alta. No se había dado cuenta. Guardó la multa, se despidió del policía y siguió andando.
De pronto, otra vez el silbato. ¿Qué había hecho ahora? “Señor, no puede irse andando y dejar el coche ahí”. Boris había olvidado el coche. El aniversario del primer semáforo eléctrico. Un buen día para dejar de conducir.