De escritor olvidado a mito elevado al olimpo de los malditos. No hay término medio para un escritor que hizo de la intensidad vital y creativa bandera de existencia, a lo que sumó un estilo literario inconfundible durante su corta pero prolífica existencia. La imaginación la elevó a cotas nunca sospechadas en aquel París finisecular del XIX y comienzos del XX. De ahí el título de su libro cumbre, su verdadero tótem narrativo: Vidas imaginarias, publicado en 1896, cuando el autor contaba 29 años de edad.

Alianza Editorial ha decidido con excelente tino rendir homenaje a Marcel Schwob, uno de los mejores y más injustamente olvidados escritores de finales del siglo XIX. Presenta una Biblioteca de autor con sus obras más significativas reunidas en cuatro volúmenes: Vidas imaginarias; El libro de Mone­lle; El rey de la máscara de oro. La cruzada de los niños y Corazón doble. En apenas cinco años, entre 1891 y 1896, publicó en vida la práctica totalidad de sus narraciones.

Dotado extraordinariamente para las lenguas, como atestigua su poliglotía brillante, y con una salud quebradiza desde su infancia, su origen acomodado de familia judía fue el detalle que completaba una personalidad original en extremo y rompedora para los tiempos imperantes que corrían de realismo y naturalismo literario. Él fue mucho más allá, quiso indagar las nuevas posibilidades de la narrativa, ahondando en nuevos mundos vía simbolismo y otras formas de contar la realidad desde posiciones sumamente imaginarias. Todo se acabó en París en 1905 a la edad de 37 años después de un accidentado viaje a la Polinesia para conocer los lugares que visitó su admirado Robert Louis Stevenson, que acabada de morir precisamente allí muy poco antes. Una gripe derivada en neumonía tuvo la culpa.

Borges: “En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas”

No es casual que el mismísimo Jorge Luis Borges tomara como punto de partida de su Historia universal de la infamia las Vidas imaginarias del escritor francés, o que André Gide echara mano de El libro de Monelle, escrito en 1894, para inspirarse en Los alimentos terrestres, o que el Nobel William Faulkner leyera detenidamente antes La cruzada de los niños, publicada en 1896, para componer su monumental Mientras agonizo.

Otros escritores más contemporáneos como el italiano Antonio Tabucchi, su compatriota Pierre Michon o el chileno Roberto Bolaño también han aplaudido la iluminación que Schwob les proporcionó para sus creaciones. Amén de la veneración que le profesa el barcelonés Enrique Vila-Matas, que lo ha hecho partícipe de algunos de sus relatos y narraciones. “¿Qué pensaríamos de alguien que estuviera escribiendo, por ejemplo, la historia imaginaria de la literatura contemporánea?”, se preguntaba en un reciente artículo periodístico. “En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas”, sentenció Borges.

De casta le viene al galgo, y si su padre fue condiscípulo de Flaubert en el liceo de Ruán, y frecuentó a Baudelaire, Gautier o Nerval, y también llegó a firmar a medias una obra de teatro con el mismísimo Jules Verne, Marcel compró en el Nantes natal de ambos el diario Le Phare de la Loire.

Codirigió el suplemento literario L’Écho de Paris, que le sirvió para ponerse en contacto directo con una brillante vieja generación de poetas comandados por Verlaine o Mallarmé. Allí empezó también a conocer a otros incipientes escritores como la pareja Colette y Willy, Jules Renard o André Gide. Ejerció de mecenas y descubridor de escritores con­temporáneos, tanto los mencionados franceses como británi­cos como Joseph Conrad o G. K. Chesterton. Tradujo Moll Flanders de Daniel Defoe, y también a De Quincey. También promovió una encendida defensa de la obra de Ibsen además de dar a conocer la luminosa poesía de Walt Whitman procedente del otro lado del Atlántico.

En la presentación de esta edición de Vidas imaginarias, Antonio Álvarez de la Rosa afirma: “La fantasía de Schwob recuerda a la de un niño soñador. En lugar de ver su futuro vestido, por ejemplo, de bombero, aviador o médico buscó “una manera especial de vivir”, asumió que la brújula vital de un escritor solo marca el norte de su escritura, el deseo de crear, sabedor de que toda lectura interesante, literaria o erudita, sirve para alimentar la pluma, la irresistible atracción de dejar de ser uno para mudarse e instalarse en los mundos que va creando, imanes de lo maravilloso y de lo insólito”.

Cuando el periodista Jean Lorrain le abrió las puertas del París canalla de la época, Schwob se echó en brazos sin contemplaciones de “paraísos artificia­les”. Primero necesitó morfina para intentar calmar los dolores de su quebradiza salud, pero posteriormente ya no tuvo reparos en buscar otros catalizadores del sueño como fueron el éter y el opio. Su literatura e imaginación portentosa quizá tengan algo que agradecer al respecto.

Fue entonces, en 1891, fecha de su primer libro, Corazón doble, cuando comenzó uno de los lustros más productivos y asombrosos de la historia de la literatura universal. En el prefacio de esta obra no oculta su animadversión por los postulados de la novela que domina aquel fin de siglo: la realista de Balzac o Maupassant, la psicológica de Flaubert o de Sthendal, la naturalista de Zola. Corazón doble es una especie de manifiesto estético y ético de lo que será su obra. Ese 1891 fue cuando conoció a Vie, una joven prostituta y obrera con la que vivirá hasta su muerte en 1893. A su recuerdo consagra El Libro de Monelle, publicado en 1894.

El inesperado éxito de Corazón doble impulsó a su editor a pedir a Schwob que recopilara los cuentos publicados desde la aparición de su primer libro. De este modo, en 1892 sale El rey de la máscara de oro. Son cuentos claramente inscritos en el movimiento simbolista que parecen profetizar algunos de los sucesos más significativos de finales de siglo, como el famoso caso Dreyfus.

La actriz Marguerite Moreno, a la que conoce en 1895, será determinante en su obra a partir de entonces. “Estoy enteramente a la discreción de Marguerite Moreno, y ella puede hacer de mí lo que quiera, incluso matarme”, escribe. Se casaron en 1900. Ella tuvo probablemente mucho que ver en la inspiración de su gran obra, Vidas imaginarias, publicada un año después de conocerse. Es un fantástico compendio de mágicas evocacio­nes de personajes históricos, reales unos (Uccello, Pocahontas, el capitán Kid), célebres otros (Eróstrato, Petronio), y muy probablemente totalmente inventados la mayoría.

Con esta obra germina la literatura sin límites ni fronteras, aquella en la que la historia arroja luz para la ficción creadora e ilumina caminos insospechados hasta entonces, hasta que un veinteañero francés de origen judío y salud frágil decidió invertir todo lo establecido hasta entonces y hacernos creer verosímil y real la vida más imaginaria de todas las posibles. La magia de la literatura.

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