El día tenía que ser perfecto. No debía faltar detalle alguno. Nada de reparar en gastos. El momento así lo requería. Catorce de febrero.

En todas las cadenas de televisión, programas de radio, y sobre todo en los escaparates de los comercios, ya llevaban semanas anunciando tan señalada fecha.

Avelino Reguero no había sido agraciado por la naturaleza. Incluso podía resultar repulsivo si uno sólo se fijaba en lo superficial, y no en el interior de las personas.

En el intento de disimular la escoliosis congénita que padecía, caminaba con un balanceo peculiar entre la samba y el tango. La calvicie desigual orquestaba en Avelino con su nariz de porra, enrojecida por el abuso del tintorro, que perfumaba su aliento al escapar silbando entre los dientes separados, verdosos y ennegrecidos por la ausencia de un mínimo hábito de higiene.

No reparar en gastos, traducido al lenguaje de Avelino, era simplemente gastar lo mínimo, o nada, si eso era posible a la hora de conseguir algo.

Con esa mentalidad pasó la mañana a las puertas del cementerio de La Almudena, que era el más cercano a su casa, disimulando, mirando el reloj o la punta de sus zapatos negros. El traje, también negro, y sombrero a juego, como mandan los cánones de un buen integrante de comitiva fúnebre.

Siempre vestía igual.

Esperó largo rato hasta que vio cómo un grupo abandonaba el Campo Santo, probablemente dejando atrás a un familiar o un amigo.

Ya tenía flores.

En su nada que hacer diario, a Avelino le gustaba ir de tiendas. Y en ese entrar y salir de los comercios había desarrollado el arte de quitarle la alarma a todo tipo de productos, para que no sonara el arco magnético de las puertas.

Hoy también había estado de visita en el VIPS.

Ya tenía caja de bombones.

Avelino Reguero no era ningún ignorante. Había terminado dos cursos gratuitos online. Uno de técnico auxiliar de farmacia y otro superior de cajero. También había sido capaz de memorizar todos los jugadores de primera y segunda división de la liga de futbol española y algunos de otras ligas extranjeras. Un crack del deporte.

Ya entrada la tarde, con las flores en una mano y la caja de bombones bajo el brazo, Avelino cogía el angosto ascensor de su casa. A la cabeza le volvió por un instante la imagen del cementerio.

Siete pisos le separaban del portal. Tenía tiempo de sobra para hacer una última comprobación.

Deslizó la mano que le quedaba libre bajo los pantalones. Calzoncillos no, ¿para qué? Hábilmente pasó el dedo índice por el repliegue que el prepucio forma sobre el glande. Un movimiento certero para enseguida comprobar con un toque rápido a la nariz, que todo estaba en un orden olfativo correcto.

Rancio pero no desagradable.

Olor a macho ¡qué cojones! Eso las atrae…

Nervioso, se dirigía al encuentro de ella. Se acercaba al domicilio. Ahuecó la mano frente a la boca. Dos exhalaciones seguidas de dos inhalaciones.

En el bolsillo de la chaqueta palpó un billete de veinte euros doblado tres veces. Le había servido, horas antes, para limpiarse las uñas. En el otro papelito que había al lado estaba la clave de su éxito amoroso.

“CHICA NUEVA EN TU ZONA – 20€ – 15 MINUTOS. Copa gratis.

SERVICIO LAS 24 HORAS”

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