Me llamó al mediodía.

_ ¿Quieres dos entradas para la opera de esta noche? Dan Salomé en el Real.-

__Sí, las quiero.

__No digas nada, pero prefiero ver el partido de fútbol.

Me río mientras pienso.

Cuelgo, llamo a Félix, me dice que me devuelve la llamada en quince minutos.

Vuelve a llamar el que me ofreció las entradas.

Le digo que sí, que ya tengo a la otra persona, que me de las dos entradas.

Creo que entre llamada y llamada se le había ocurrido ofrecerlas a otro u otra candidata para reparar atenciones.

Llama Félix, que sale de la entrevista con su último jefe. Me comenta que el estudio donde trabajaba está desierto. Hago una pausa y espero. Como quien dice, sentido pésame la vida sigue, o le acompaño en el sentimiento, y me doy cuenta que estoy harta del tema.

¿Quieres ir a la ópera? Ir con él es un placer porque es un entendido de la música lírica, de hecho es su afición y medio de vida dando charlas sobre las mismas.

Está en la esquina del despacho del que me ofrece las entradas, se encarga de recogerlas.

Sigo con mi trabajo, marcando los lugares para las futuras paredes y compartimentos de la oficina que estoy remodelando.

Llego a casa con el tiempo justo, de bañarme, quitarme el polvo de obra y mientras conduzco hasta el teatro, pienso en Salomé.

Es la que pide la cabeza de San Juan Bautista en bandeja de plata.

Nos encontramos en la Plaza de Oriente.

Le pregunto cómo le fue con el de las entradas.

Me cuenta que la secretaria le dio el sobre con las mismas, pero él lo hizo pasar a su despacho.

¡Ah! ¿ no conoces el piso? y le hace una visita guiada por los trescientos metros. Me imagino el comentario que hace siempre, “que son dignos, no tan majestuosos como los de antaño

Y como es muy educado y tiene una cultura social aprendida y potenciada a través de los años, le dice que se ven poco.

Félix asiente.

Interrumpo el cuento, me miro en el espejo del café de la Plaza de Oriente.

Gesticulo con énfasis y sorna,

_Sí tendríamos que encontrarnos para jugar al golf, o o para navegar por el Mediterráneo.

Nos reímos de mi ocurrencia. ¡Somos inmigrantes, Félix, inmigrantes!

Cultos, y educados inmigrantes.

A mí me llama en el mes de agosto para cambiarle el suelo del palier de su apartamento, y también en agosto, su ex mujer me digna a darme como obra el cambio de la habitación de servicio y baño idem.

También soy la que va al ayuntamiento para hacer averiguaciones, pero a la hora de hacer trabajos importantes, siempre hay otros candidatos.

Nos miramos y decidimos disfrutar el momento.

Las mujeres vestidas en sus trajes de brocado y peinados de peluquería, terminan el café y las pastas que se toman antes de entrar al teatro.

Nosotros también nos vamos.

Pienso que me gusta más la gente que va con sport elegante, es como no tener miedo a dónde se entra. Pero es una tilinguería de mi parte.

Tenemos palcos uno a cada lado de la escena, así que nos vemos a través del patio de butacas.

Me acuerdo del teatro Colón de Buenos Aires, el terciopelo bordeau de sus asientos y cortinados, la cúpula pintada, las luces que se atenúan a medida que los instrumentos de la orquesta acompañan en su letanía el hablar de la gente. Se enmudecen con la falta de luz.

Entra el director, mira a los músicos y comienza Salomé.

Se abre el telón, y la puesta en escena es moderna. Me choca, son dos paneles metálicos donde tienen incrustadas enormes pantallas de vídeo, se proyectan imágenes de una sala de casino, con decoración grotesca, llena de luces y alfombras rojas .La protagonista, vestida como una adolescente actual, con botines, medias negras y pelos largos, está sentada en un sillón dorado de grandes proporciones. Es traída al escenario por sus sirvientes.

Esta historia, transcurre en los primeros años de nuestra era, enfocada en la lujuria, la codicia, el dinero, y la falta de moralidad.

Salomé, una bella princesa, molesta por las miradas de su padrastro, decide seducir a Juan el Bautista, encarcelado en el palacio. A pesar de las reiterativas maldiciones del hombre, desahuciada en su intento, y rechazada, quiere vengarse del único que le ha mostrado desprecio.

La escena del baile del vientre, está bien resuelta, por la mujer de cuarenta y cinco en el papel de la adolescente.

Y para hacer más hincapié en una escena lasciva y a la que solo le faltaría droga, los hombres comienzan a desnudarse para quedarse con los culos y pitos a la vista. Son mayores y me parecen ridículos. Quizá esa era la intención del director.

Con las manchas de sangre en su viso blanco, besa la cabeza cortada, símbolo del amor frustrado y la virginidad perdida.

Comienzan los bravos.

Salimos del teatro, comentamos la exageración del volumen de la música que ha tapado a los cantantes.

Como coincidimos con la apreciación, me satisface tener este punto común con Félix.

La noche es fantástica y caminamos por las calles angostas. Félix comenta que eran buenas localidades, ¿sabes cuánto cuestan?

No importa, le perdono la cabeza al que me las regaló, no se merece ni una bandeja de plata.

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